No gracias, señor político, no quiero sus favores

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Autor: Paola Andrea Piotti Balderrama

En los últimos días y con el ingreso de las flamantes autoridades nacionales, uno de los discursos del gabinete posesionado llamó la atención de la sociedad que, quizá pecando de inocente, vio aires conciliadores y renovados por haber una de las ministras mencionado el Ni una menos como compromiso frente a la sociedad.

No es nuevo, ni original por supuesto el referirse a uno de los estandartes del movimiento feminista por quienes ejercen el poder en el país, la ex presidenta Añez también repitió hasta el cansancio su interés con la causa de las mujeres e incluso realizó la promesa de eliminar la violencia hacia las mismas; Irene Montero, ministra de igualdad de España, se arroga constantemente la autoridad de hablar en nombre del feminismo y definir el grado de afinidad al movimiento de unos y otros en función de sus necesidades; el presidente de Argentina Alberto Fernández y su predecesor Mauricio Macri, se han despachado con propuestas para combatir la brecha salarial y los techos de cristal, y así, dentro de la última década podemos citar un número grande de políticos que mantienen un discurso propositivo cual grandes salvadores de la mujer, por ello, cuando se increpa e interpela al político por todas aquellas promesas efectuadas, su respuesta habitual es enarbolar una de las múltiples leyes que llevan la palabra mujer dentro a modo de defensa. Claro, el problema está que una vez al mando, sea cual sea la medida que busquen implantar, los resultados nunca acompañan al discurso.

Las cuotas de género, las leyes contra la violencia que sancionan mas no previenen, el incremento de costo de contratación de mujeres ante la regulación laboral excesivamente preferente, y la paridad en las listas electorales solo es una muestra más de que en lugar de una inclusión de la mujer, vivimos en una constante instrumentalización de la misma, en la que las acciones estatales no han hecho sino perjudicar el progreso de la mujer al estar inspiradas en sentimiento tribunero en lugar de un estudio a profundidad de las causas que generan cierta desigualdad en el ejercicio de los derechos entre hombres y mujeres.

La búsqueda de nichos electorales más reditables ha convertido al feminismo en una causa de la que la mayor cantidad de figuras políticas desean formar parte, y el hecho de que algunas corrientes feministas se lo hayan permitido, ha generado a una peligrosa exclusión.

No existe un feminismo más selectivo que el feminismo político partidario, que supedita los intereses de los sujetos que dice proteger a los del propio partido, y aun más, cuando se trata de estructuras político partidarias como las bolivianas, verticalistas y caudillistas, las demandas del movimiento quedarán relegadas frente al oportunismo del caudillo, a quien ni siquiera cuando incurre en faltas evidentes que afrentan los principios del feminismo, se le podrá criticar como corresponde, pues la mordaza del partido es la condición sine qua non la pertenencia al mismo sería imposible. 

Un feminismo que busque la emancipación de la mujer frente al hombre, pero consienta un sometimiento y dependencia al Estado en su lugar, desconoce que es este último la verdadera esencia de la supresión de libertades e individualidad, el opresor por excelencia que, con la voracidad clásica de la casta al mando, tomará la bandera que más a mano encuentre para reinventarse de cara a su electorado con el objetivo de mantener el cargo o acceder al mismo, después de todo, en el circo de la política partidaria cambiar de careta es un arte tosco pero habitual.

Por ello, la crítica a la instrumentalización del feminismo y la propia mujer por parte de la política va en función de establecer la necesidad de ser críticos frente a los discursos y actos populistas de aquellos que, ofrecerán cuanto esté a su alcance, e incluso más, para asegurarse un voto, y cuando corresponda, decir sin temor   No gracias, señor político, no quiero sus favores.


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