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Ni halcones ni palomas, liberales

Autor: Francisco Zarza

País: Argentina

¿Qué cosas nos movilizan hoy en día dentro del liberalismo? Lo que primero se nos venga a la mente con esta pregunta indicará el camino que hemos de trazar como espacio de aquí en adelante. La respuesta es múltiple: la macroeconomía, el respeto a la propiedad privada y la libertad para tomar nuestras decisiones en ámbitos privados, quitándonos las manos del Estado de encima. 

Sólo es válido en una primera instancia que nos quedemos con estos tres ejes como movilizantes. De hecho, fueron clave para volver a posicionar al liberalismo dentro del debate. Es una realidad conocida por todos que hace 10 años, además de ser impopulares, nuestras ideas se encontraban sin representación, o aún peor, con pésimos representantes. Además, eran bastardeadas por las antípodas ideológicas y vistas por el sentido común de modo peyorativo.

Mi afán es aportar a esta situación mi humilde mirada. Creo firmemente que debemos darle una vuelta de tuerca más a nuestro proyecto político, hacerlo madurar. Probablemente esta sea la parte más tediosa y difícil de cualquier auge ideológico-político como el que nos está tocando vivir, pero también la más necesaria para hacer sustentables nuestras ideas en el tiempo y no ser solo una brisa pasajera.

Pero… ¿en qué consiste este proceso madurativo de las ideas liberales en el campo pragmático argentino? Estoy convencido de que podemos dividirlo en dos grandes caminos paralelos e igualmente necesarios: por un lado, un debate intelectual serio y despojado de prejuicios sobre nosotros mismos, nuestra ideología, historia, trayectoria y  errores. Por otro lado, un proceso de actualización de la ideología liberal, leyendo las demandas sociales, saliendo de los microclimas y sesgos, para poder generar tácticas y estrategias eficientes para nuestro tiempo y espacio.

¿Con cuántos espacios de debate intelectual contamos? Algunos dirán que venimos creciendo en debate, ininterrumpidamente desde hace, al menos, 7 u 8 años. Es innegable el crecimiento en términos de cantidad, ¿pero cuál es la situación si analizamos desde el punto de vista de la calidad del debate? ¿Realmente son discusiones racionales y honestas o simplemente estamos diciendo lo mismo en ronda, vitoreándonos?

Pienso que hay mucho de esto último. Realmente estamos faltando al debate serio y concienzudo frente a los demás espacios ideológicos, pero sobre todo, entre nosotros mismos. De alguna manera estamos actuando como un alumno soberbio de primer año, que lanza opiniones sin parar, creyendo incompetentes las respuestas o miradas de los demás compañeros, incluso de sus profesores. Y que cuando encuentra un círculo que lo avala, nunca más se baja del pedestal. Es una realidad que, más allá de lo partidario, poco a poco creamos una especie de superioridad moral e intelectual. No es mi intención meterme en el famoso tema de la “grieta“, y notarán que no coincido con ese diagnóstico.

“Nosotros tenemos una verdad comprobable científicamente; los demás son ignorantes o son malintencionados”. A esta altura, estoy seguro de que ninguno de ustedes es ajeno a esas versiones. Y creo que la responsabilidad recae principalmente en los dirigentes e influencers. Obviamente, es más sencillo hacerse viral, pegarla en redes sociales con discursos duros y disruptivos. Claro, son claves para llamar la atención, para atraer, para apelar al instinto, a los sentimientos. Pero es un error gravísimo quedarnos con eso, y nos estamos quedando.

Frente a esto, la hipótesis para empezar a corregir el fenómeno pasa por abrirnos a los debates en cualquier espacio y tema, no solo frente a las antípodas ideológicas, sino también contra nuestros pares. De las palomas a los halcones, entender sus indignaciones, de los halcones a las palomas, comprender los motivos de algunas de sus moderaciones. De los chicos PRO a los radicales, interpretar el pensamiento alfonsinista y viceversa, dar lugar a las críticas racionales a Raúl Alfonsín.

Pero no cualquier tipo de debate, sino uno intelectualmente honesto de las partes, buscando comprender e interpretar y no juzgar. Aceptando que el otro seguramente tenga elementos de los cuales poder aprender o imitar, analizando qué nos puede servir y qué corresponde descartar. ¿No es esto la base de un debate intelectual? 

Un ejemplo de esto son los cuestionamientos al alfonsinismo, donde, de forma simplona, se pondera en su totalidad como negativo, por su debacle económica, sin siquiera poder mencionar las virtudes que hayan existido, por mencionar una sola cuestión, con el juicio a las juntas. Lo mismo en otra instancia; críticas implacables al gobierno macrista por su relación con el FMI y su fracaso inflacionario, que impiden ver los favores de, entre otras cosas, la modernización burocrática del Estado durante este gobierno.

Es en esta instancia en que quiero insistir con un debate que es específicamente útil y necesario. No solo en términos utilitarios respecto a la sociedad argentina contemporánea, sino también para darle un nuevo aire fresco a nuestra ideología, tomando una visión desde tres pasos hacia atrás, en un intento de ver una película más amplia, un hilo conductor.

El liberalismo tiene varias tradiciones nucleares, pero hoy quiero ingresar en el liberalismo de izquierda. Para poder entablar el intercambio, es menester que definamos los límites de este concepto y pongamos en blanco sobre negro que significa decir liberalismo de izquierda y cómo se inserta en la historia política e ideológica de nuestro país.

Podemos remontarnos a M. Rothbard, un intelectual mainstream del liberalismo actual. En la década del 70, el autor destaca las virtudes de un nuevo movimiento de izquierda que tomaba y revalorizaba elementos del liberalismo y progresismo:

La novedad crucial por parte de la Nueva Izquierda, tanto en cuanto a los fines como a los medios, es el concepto de “democracia participativa”, que constituye además su forma de confrontación más directa con la Vieja Izquierda. En el sentido más amplio, la idea de “democracia participativa” es profundamente individualista y libertaria, pues significa que cada individuo, incluso el más pobre y el más dócil, debe tener derecho al pleno control sobre las decisiones que afectan a su propia vida. La democracia participativa es, al mismo tiempo, una teoría de la política y una teoría de la organización, un enfoque de los asuntos políticos y del funcionamiento de las organizaciones de la Nueva Izquierda (o de cualquier organización). (Rothbard, 1965, p. 38). 

Veamos cómo para esta nueva corriente de pensamiento, los ejes claves detrás de su filosofía son el individualismo y el libertarismo (en el sentido más antiguo del término y no en lo que algunos personajes lo utilizan en la actualidad). En este caso, el autor liberal se acerca y se nutre de elementos de la izquierda, dando comienzo a esta corriente. En el caso de la New Left americana, tuvieron el proceso inverso, desde una perspectiva de izquierda, se acercaron al liberalismo conmovidos por su anti elitismo y oposición a la socialdemocracia burguesa. Estos dos ejemplos demuestran claramente cómo el diálogo puede tender puentes que nos nutren y nos hacen mejores.

El liberalismo argentino, entonces, está siendo deshonesto a su trayectoria, desligandose de sus raíces y sobre extendiéndose en debates y ámbitos que le son, naturalmente, ajenos. 

Podemos ver movimientos históricos coincidentes en las demandas raciales, de pueblos originarios y sectores históricamente invisibilizados o marginados que jamás pudieron disponer ni de sus cuerpos ni del acceso a las bondades del mercado. Las militancias de estas causas consideran al “liberalismo” como su antagonista, ¿sorpresa?. 

Es por eso que como liberales, no podemos desentendernos: el mercado debe incluir a cada uno de los individuos y partir de una misma base de oportunidades, caso contrario, caeremos en el vicio del capitalismo corporativo y de amigos, como estamos acostumbrados.

Es imprescindible evitar caer en los espacios comunes del conservadurismo y la nueva derecha. Sectores que indudablemente debemos rechazar, tanto en forma como en contenido, no solo por sus resultados, sino también por sus justificaciones.

Esta sub tradición del liberalismo de izquierda, si es que la podemos llamar así, considero que es el próximo discurso destinado a intervenir el presente y transformarlo. Contiene indiscriminadamente la teoría económica del liberalismo, funcional y útil en cualquier tiempo y lugar, promoviendo el desarrollo, como así también, la filosofía moral libertaria, conteniendo en sí los derechos y libertades civiles y sociales demandados de nuestros tiempos.

Caminar por estos caminos no significa claudicar frente a la filosofía de la vieja izquierda, represiva y prohibitiva, sino darle sentidos y explicaciones liberales a las demandas sociales, como la interrupción del embarazo, la muerte digna o eutanasia, la liberalización del consumo de drogas, la despenalización de la prostitución, entre muchas otras. Todas son consignas indudablemente liberales, copadas por razonamientos de la vieja izquierda a causa de nuestro abandono.

Algunos pueden decir que ir a pelear esas discusiones es en vano, que faltan apoyos, que son espacios irremediablemente ocupados por los partidos de izquierda. Mi respuesta es que con mayor razón debemos ir a disputarlos, a ocupar el famoso sentido común, a dar la batalla cultural, o como decidan llamarla si no les gusta el término. No debemos resignar nuestras históricas consignas.

Es por todo esto que los invito a pelear por todos los espacios de discusión hacia afuera, y a que bajemos la guardia e intercambiemos ideas hacia adentro. Debemos tener un debate intransigente pero honesto de manera externa, y un debate intelectual serio hacia el interior de nuestro espacio. Y vuelvo a repetir, las respuestas y, aún más importante, las próximas preguntas, deben tener como base nuestra tradición liberal de izquierda.

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