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Autor: Nicolás Pierini

País: Argentina

El gobierno de Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa es doblemente culpable por los brutales saqueos que están padeciendo los argentinos. Primero, porque ellos son ─en teoría─ los responsables de darle seguridad a la población, combatir el delito y proteger la vida y la propiedad privada de los argentinos. Son los que tienen todo el poder del Estado para perseguir, encarcelar y castigar a los vándalos, pero no lo hacen, o lo hacen tibiamente: fulbito para la tribuna.

Alberto desapareció como nunca antes lo había hecho. Por eso es el peor presidente de la historia democrática: hizo abandono de tareas, motivo por el cuál podemos hacerle un juicio laboral, más allá de las pavadas que dijo en días anteriores sobre “cuidar la paz social”.

Cristina, tal como es su costumbre, no abrió la boca y huyó lejos de la tragedia que están sufriendo muchos compatriotas. Cristina también desapareció. La reina de El Calafate se escondió en su torre de marfil y abdicó del trono. Su hijo, Máximo, es el símbolo del dogmatismo inútil al que sólo le interesa preservar sus privilegios y negocios en Aerolíneas Argentina y otros cotos de caza de La Cámpora.

Sergio Massa, sigue vendiendo humo en Estados Unidos y presenta como una victoria un nuevo endeudamiento con el Fondo. Massa finge mantener el control del timón mientras convierte a este gobierno en el que más incrementó la deuda en toda la historia, a razón de 25 mil millones de dólares por año. Y eso que tienen precios internacionales y vientos más favorables que los que tuvo Néstor Kirchner, en su momento. Esta información tiene como fuente a Jesús Rodríguez, el radical que preside la Auditoría General de la Nación.

En síntesis, el núcleo duro del gobierno no existe y eso ha generado una peligrosa falta de autoridad, un vacío de poder que deja el campo orégano para cualquier anarquía y para que los más audaces y malandras se junten para saquear. Esto es de alto riesgo para la vida de los argentinos y para las instituciones democráticas. El saqueo a los vecinos del almacén de barrio o al supermercado de la esquina es la prueba más feroz de la ruptura de todos los códigos de convivencia y los lazos solidarios. Son tragedias sociales que no hay que permitir que escalen porque se llevan puesto todo, incluso la vida de las personas.

Pero esta es sólo la primera responsabilidad de un gobierno que no sabe, no contesta, que no ejerce su capacidad para poner orden. Como si esto fuera poco, demuestran contradicciones internas brutales: no saben que pasa, ni saben qué decir ni qué hacer. Dan vergüenza ajena y generan pánico en la población que no ve a nadie en la cabina de mando. Hasta Aníbal Fernández se negó a sumarse a la salvajada irresponsable de la vocera presidencial. 

Gabriela Cerruti, como si fuera una adolescente titktokera le echó la culpa a Javier Milei por el armado de estas operaciones para desestabilizar al gobierno. Y también sumó a Patricia Bullrich, porque, según ella, tiene añoranzas porque fue protagonista del 2001. Dijo que lo hacen porque son “profundamente antidemocráticos”, pero no aportó un solo dato. Por el contrario, el sentido común indica que Milei no tiene estructura ni motivos para impulsar los saqueos. ¿Por qué lo haría? Salió primero en las PASO y es probable que repita una buena actuación en las generales? ¿Cuál sería el motivo para echar más leña al fuego? Patricia Bullrich es claramente democrática y le contestó a Cerruti que se “dejen de joder y se pongan a gobernar”. Solo fue un exabrupto infantil de la vocera que a esta altura debería renunciar por su renovada ineficiencia. Pero lo más grave es que el presidente decorativo de la Nación, Alberto Fernández, retuiteó ese posteo de Cerruti. Por su parte, Aníbal se lavó las manos y no quiso suscribir tanta locura. No hay un solo indicio de que Milei o Bullrich sean responsables de lo que pasó. A lo sumo, el delirante piquetero de Raúl Castells habrá avivado el fuego ya que se auto inculpó.

Pero hay un segundo motivo que culpa al gobierno por todo lo que está pasando. Tiene que ver con los disvalores culturales que instaló el cristinismo durante todo este tiempo. De la mano de Eugenio Zaffaroni, fogonearon todo el tiempo una corriente de simpatía hacia los delincuentes de todo tipo. Los miran como si fueran Robin Hood de estos tiempos y romantizan el delito. Lo hizo Juan Grabois, cuando dijo que él saldría de caño si no tuviera para comer, o Dady Brieva, cuando destacó la adrenalina que se siente al robar, y hasta Guillermo Moreno le pidió a los ladrones que tuvieran códigos y no se metieran con los jubilados.

El cristinismo zaffaroniano instaló en el ADN de esta sociedad quebrada que “todo vale”. Ellos, desde Santa Cruz, vienen saqueando los bolsillos de todos los argentinos. La cleptocracia que desarrollaron se convirtió en el robo del siglo. Y, como si esto fuera poco, denuncian que los persiguen ideológicamente. Esa actitud delictiva permeó entre los sectores más humildes y más marginales. Se sienten con derecho a cortar las calles y avenidas todos los días, a fundir a los comerciantes que padecen esos piquetes y a exigirle al Estado que los deje robar tranquilos y, encima, que les pague planes para subsistir. Esos jóvenes que nunca trabajaron y nunca vieron trabajar a sus padres y abuelos, arman ‘banditas’ que están al acecho para robar una mochila, un celular, un camión de vacas que chocó o, en estos momentos, asaltar comercios y supermercados. La sociedad se estremece ante esta realidad. Es cierto que no hay que propagar el miedo y ser muy prudentes a la hora de informar, pero de ninguna manera hay que ocultar los acontecimientos. Nadie puede encontrar un remedio adecuado si niega la enfermedad. Los argentinos tenemos fresco en la memoria lo que pasó en el 2001. Fue trágico, descendimos a los infiernos al ver que los vecinos se robaban entre ellos y que comerciantes se defendían con escopetas subidos a las terrazas de sus propiedades. Hace unas semanas ocurrió algo parecido que, por suerte, no pasó a mayores. El cuarto gobierno kirchnerista rompió el país, lo hizo pedazos con su ideologismo jurásico y con su absoluta ineficiencia para gobernar. No podemos permitir que, en su ocaso, llenen de sangre y muertos nuestra Argentina.

Basta de eufemismos. Hay robos en poblado y en banda, hay rapiña, hay asaltos en la modalidad piraña. Hay ataques en forma simultánea en muchos lugares de la geografía nacional. Todo eso se llama saqueo. Gente que ve la impunidad que tienen los que saquean arriba y se ponen a saquear abajo.

Toda la comunidad debe levantar la guardia y estar en alerta. Siempre pensé que los pueblos no se suicidan pero ahora confieso que estoy empezando a dudar de eso. Ojalá me equivoque. Pero donde no hay Estado se abren las puertas a los peores fantasmas y a los aventureros más violentos. Cuidar la democracia es la tarea del ahora. Es el menos malo de los sistemas y evita que nos matemos entre nosotros. Que nadie tire la primera piedra.

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