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Maquiavelo y la conservación virtuosa del poder

Publicado en

Por: Fabricio Doldán

País: Argentina

Nicolas Maquiavelo (1469-1527) fue un diplomático y filósofo político
perteneciente a la burguesía florentina del Renacimiento. Su principal contribución en la
materia que nos reúne es El Príncipe, obra escrita en 1513. Aunque el debate aún no ha
precisado con exactitud sus intenciones, se puede inferir que Maquiavelo escribió y
dedicó su obra a Lorenzo de Urbino para recobrar a su favor, ganando su confianza, y
también para incitar a este a levantarse contra los bárbaros (Touchard, 1974). En la obra
mencionada, nuestro autor escribe acerca de la mecánica del gobierno, de los medios a
partir de los cuales se puede fortalecer el estado, de las políticas necesarias para
aumentar su poder y de los errores que llevan a su decadencia o caída. Cabe aclarar que
el trabajo de Maquiavelo es tan basto que, en realidad, permite aconsejar a cualquier
príncipe que esté en el camino de la lucha por el poder (Singer, “Maquiavelo y el
liberalismo: la necesidad de la República” en Boron, 2000). Una de las principales
novedades en su trabajo, contextualizado y en relación a las obras de su época, es su
noción pesimista y realista de la política: se limitaba a describir a las luchas por el poder
tal cual son, abundando en consejos prácticos y desprestigiando la labor metafísica y la
búsqueda de los ideales universales.
Antes de dar cuenta de los elementos para la conservación virtuosa del poder, es
necesario explicar, al menos en términos generales, las nociones básicas de su
pensamiento y filosofía política. Maquiavelo concibe a la política como un fin en sí
misma (Sabine, 1961). La finalidad de la política es conservar y aumentar el poder
político. Para lograr su cometido, un príncipe debe enfocarse únicamente en la
consecución del mismo, sin brindarle importancia a los medios utilizados para llegar a
este. En palabras de Sabine (1961): “que una política sea cruel o desleal o injusta es
para Maquiavelo cosa indiferente, (…). Trata con frecuencia de las ventajas que la
inmoralidad hábilmente utilizada puede proporcionar a los fines de un gobernante” (p.
271). Es decir, mientras que el objetivo sea alcanzado, no importa cuales sean los
medios empleados para su concreción. Por lo tanto, la utilización de la violencia no es
un inconveniente ético que sea necesario considerar. Maquiavelo (1993) es conciso con
ello: “no se preocupe de caer en la infamia de aquellos vicios sin los cuales difícilmente

podría salvar el estado.” (p. 63). De hecho, consideraba a los factores morales y
religiosos como, no nos es de extrañar, meros medios para utilizar en provecho del
estado, invirtiendo así el orden normal de valores y buscando, a partir de ello, aumentar
y/o conservar el poder político (Sabine, 1961). Es así entonces que considera a la
política, ante todo, como dominación (Grüner, “La astucia del león y la fuerza del zorro.
Maquiavelo, entre la verdad de la política y la política de la verdad” en Boron, 1999).
En resumen, no existe moral o ética que frene a la tendencia natural del Estado a
extenderse: todo está permitido. Para ello, Maquiavelo propone elementos para la
conservación virtuosa del poder político.
Una primera consideración o consejo es la que enuncia que el éxito de un
gobierno se fundamenta ante todo en la seguridad de la propiedad y la vida, deseos más
universales de la naturaleza humana (Sabine, 1961). Por su parte, el príncipe deberá ser
“un hombre hábil o bien protegido por la fortuna”. (Touchard, 1974, p. 203). Este
evitará modificar las instituciones y delegará las medidas impopulares a sus subalternos.
En adición, al momento de elegir a sus consejeros, deberá tener especial cuidado en
ello, evitando siempre ceder a los mismos ni la más mínima fracción de su autoridad.
El príncipe debe también cuidar su reputación, ya que su mayor fortaleza es la
adhesión de su pueblo, evitando siempre entrar en conflicto con él. De esta forma,
Maquiavelo reconoce el poder de la opinión pública, a la cual se debe malear y engañar,
con el norte siempre puesto en aumentar y conservar el poder político. Por lo tanto, una
de las tareas del príncipe es ser hipócrita y aparentar, en el ámbito público, lo que el
pueblo desee ver, siendo, en su ámbito privado, como quiera ser (Touchard, 1974):
“parecer compasivo, fiel, humano, íntegro, religioso, y serio; pero estar con el ánimo
dispuesto de tal manera que si es necesario no serlo puedas y sepas cambiar a todo lo
contrario.” (Maquiavelo, 1993, p. 72).
Otro factor importante para la conservación del poder y la permanencia del
orden político es la seguridad provista por una milicia popular (Hilb, “Maquiavelo, la
república y la virtú” en Várnagy, 2000). Nuestro autor recomienda que un principado
debe tener sus propias milicias, y que debe ser el príncipe mismo quien en persona las
dirija, ejerciendo el oficio de capitán. Maquiavelo sentencia: “los príncipes (…) se han
valido de las propias, prefiriendo perder con las suyas que vencer con las de otros,
juzgando que no es verdadera victoria la que se obtiene con armas ajenas.”
(Maquiavelo, 1993, p.55). La milicia popular también debe asegurar que un

determinado territorio quede a salvo de las invasiones extranjeras e impedir que fuerzas
internas se levanten contra el poder por medio de las armas, ya que: “no hay Estado si
las fronteras son inseguras o existe la amenaza, o la realidad de una guerra civil.”
(Singer, en Boron, 2000, p. 355).
En el capítulo 25 de El Príncipe nuestro autor sentencia que, si un príncipe se
apoya completamente en la fortuna, este cae cuando esta cambia (Maquiavelo, 1993).
Aquí entra en consideración el concepto de virtú, el cual consiste en encontrar la mejor
manera de no ser determinado completamente por los vaivenes de la fortuna, el tiempo
y las circunstancias, aprovechando a la primera cuando en verdad sea favorable (Hilb,
en Várnagy, 2000). Podemos concluir entonces que “la ciencia de la política es
sistematización de las condiciones de ejercicio de la virtú”. (Hilb, en Várnagy, 2000, p.
139). Cabe hacer la aclaración de que Maquiavelo utiliza el término en italiano para
diferenciarla de la virtud cristiana. En síntesis, nuestro autor considera que un
gobernante es virtuoso, en términos políticos, cuando sabe controlar a la fortuna, a
sabiendas de que nunca la podrá dominar.
Para ser aclamado, el príncipe debe cumplir con su palabra y ser recto; tener una
inteligencia capaz de adaptarse a las circunstancias, la virtú; buscar no apartarse del
bien, pero, si existe necesidad de hacerlo, entrar en el mal sin mayores preguntas;
mostrarse como la clemencia, la fe, la rectitud y la religión mismas ya que “todos ven lo
que pareces pero pocos sienten lo que eres” (Maquiavelo, 1993, p. 73) y “en el mundo
no hay más que vulgo; y los pocos no tienen sitio cuando la mayoría tiene donde
apoyarse.” (Maquiavelo, 1993, p. 73). De esta forma, es importante que el príncipe se
haga de las grandes empresas y sea ejemplo de notables virtudes; debe castigar y
recompensar a sus súbditos cuando sea necesario; debe tomar postura en los conflictos
que acontezcan, no debe mostrarse neutral ante los sucesos; y nunca debe aliarse con
otro más poderoso, ya que, si este vence, el príncipe queda a su disposición. En
contraposición, para no ser odiado, el príncipe debe evitar ser expoliador, apoderarse de
los bienes y de las mujeres de los súbditos, ser voluble, frívolo, afeminado, pusilánime e
irresoluto; debe mostrar su grandeza, su valentía su seriedad y su fuerza a través de sus
actos; debe procurar que sus fallos no sean revocables; adquirir la autoridad necesaria
para que nadie se atreva ni piense en engañarlo, cuidándose así de las conspiraciones; y
debe tener siempre al pueblo contento y satisfecho y, especialmente, con respecto a los
nobles, debe procurar no exasperarlos.

En resumidas cuentas, el príncipe solo se dedicará a defender y extender su
poder político por todos los medios. Como dije anteriormente, los medios para ello no
importan. Por lo tanto, el crimen es legítimo en la medida en que logre su resultado:
aumentar o conservar el poder político. Esto se sustenta en la idea de que, para
Maquiavelo, es más seguro ser temido que amado, ya que los hombres, perversos por
naturaleza, no tienen mucho cuidado a la hora de ofender a un amado. En cambio, el
miedo y temor al castigo nunca se pierde. Por lo tanto, el príncipe debe ir a lo seguro,
que es intentar ser temido antes que, amado, ya que ser temido reside en su propia
voluntad, en cambio ser amado radica en la voluntad de los hombres.

Referencias

Gruner, E. (1999). La astucia del león y la fuerza del zorro. Maquiavelo, entre la verdad
de la política y la política de la verdad. En A. Boron (Ed.), La filosofía política
clásica: de la Antigüedad al Renacimiento, (178-187). CLACSO/EUDEBA.
Hilb, C. (2000). Maquiavelo, la república y la virtú. En T. Várnagy (Ed.), Fortuna y
virtud en la República Democrática, (127-143). CLACSO.
Maquiavelo, N. (1993). El Príncipe. Ediciones Altaya.
Sabine, G. (1961). Historia de la Teoría Política. FCE.
Singer, A. (2000). Maquiavelo y el liberalismo: la necesidad de la república. En A.
Boron, Filosofía política moderna: De Hobbes a Marx, (353-362).
CLACSO/EUDEBA.
Touchard, J. (1974). Historia de las ideas políticas. Tecnos.


Fabricio Paul Doldán es un estudiante argentino nacido en el año 2001. Actualmente se encuentra estudiando la Licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP) y el Profesorado de Lengua y Literatura en el Instituto Superior de Formación Docente Nº19 (ISFD19). Por otro lado, se encuentra también realizando la Diplomatura en Psicopolítica y Transhumanismo de la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Además de sus compromisos académicos, es un proactivo lector de la historia política y económica, como así también de la literatura canónica en sus diferentes períodos.

La presente publicación no corresponde necesariamente al pensamiento de Estudiantes por la libertad sino exclusivamente al autor señalado.

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