Los católicos, como Iglesia Militante, estamos llamados a comprometernos en la construcción del Reino de Dios, dando testimonio de Cristo, siendo la sal de la tierra (Mt 5,13; Mc 9,50; Cl 4,6), y la luz del mundo.
“Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”
(Mt 5, 14 -16).
Para eso, no sólo la búsqueda auténtica de Dios y el encuentro con Él a través de la práctica contemplativa de la oración y la vida de los sacramentos son fundamentales, sino también la formación constante en la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia, en miras a enseñar el Kerigma a toda persona que venga a nuestro encuentro.
Pero la construcción del Reino de Dios y el anuncio del Evangelio implica que los católicos llevemos esa luz a todos los espacios de la sociedad, no sólo en una prédica de la Palabra y en el testimonio de vida, sino buscando los caminos y formas de influir en las estructuras e instituciones políticas, económicas, sociales y culturales, en miras a procurar el bien común de la raza humana. Pues estamos llamados como cristianos a iluminar todos los aspectos de la vida del hombre contemporáneo, en el marco del discernimiento de los signos de los tiempos.
“Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país.”
Numeral 1897 del Catecismo de la Iglesia Católica.
En consecuencia, la Política (el ejercicio del Poder), debe ser entendida no como un fin, sino como un medio para servir al prójimo y a la sociedad en su conjunto. Un instrumento para la construcción del Reino de Dios en la tierra. Pero como decía San Agustín de Hipona: “Ora como si todo dependiera de Dios y lucha como si todo dependiera de ti”. Como reza el Padrenuestro, debemos pedir a Dios “Venga a nosotros tu Reino”, pero también ayudar a construirlo con los dones que él nos ha dado.
En lo personal, ante la tragedia sin precedentes que ha vivido mi país Venezuela, he entendido la lucha política como una arista más de la propia lucha espiritual, en miras a la liberación total del Hombre, tanto en el plano temporal como en el plano espiritual, dimensiones cuyos límites están diferenciados más conceptualmente, que materialmente. Observación ésta que no es más que la manifestación de un eco que tiene su propia y sólida base teológica.
El 24 de noviembre de 2002, la Congregación por la Doctrina de la Fe, emitió una Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, cuyo contenido no sólo es de absoluta vigencia, sino de total pertinencia ante el panorama político que vive el mundo actual. Es así, que me permito citar y comentar muy brevemente, algunos pasajes del mencionado documento que va dirigido por el Magisterio de modo especial “…a los políticos católicos y a todos los fieles laicos llamados a la participación en la vida pública y política en las sociedades democráticas…”. Expresa la Congregación para la Doctrina de la Fe bajo la dirección del Cardenal Ratzinger:
“…Mediante el cumplimiento de los deberes civiles comunes, «de acuerdo con su conciencia cristiana», en conformidad con los valores que son congruentes con ella, los fieles laicos desarrollan también sus tareas propias de animar cristianamente el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía, y cooperando con los demás ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia responsabilidad. Consecuencia de esta fundamental enseñanza del Concilio Vaticano II es que «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común», que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad…”.
Como bien menciona el referido documento, los cristianos no podemos dar la espalda a la participación política en nuestras sociedades. Debemos tomar acción en lo económico, en lo social, en la iniciativa legislativa (muy importante ésta porque determina patrones de conducta y valoración moral), en la administración de las instituciones públicas de todo orden y en la vida cultural, ya que por esa vía podemos dar la batalla contra la Cultura de la Muerte que reviste en la actualidad formas que incluso se mimetizan, para luego aparecer con fuerza buscando transformar al mundo de forma negativa, alejando de Dios al hombre. Esta Cultura de la Muerte tiene agentes de diferentes naturalezas y ámbitos, a nivel global y a nivel regional y local, que no dudan en accionar precisamente en lo económico, político, social y cultural. De allí el llamado profético que hace a la acción la doctrina del Concilio Vaticano II.
Una muestra de la infiltración de la llamada Cultura de la Muerte en los ordenamientos jurídicos y legislaciones nacionales es la promoción irracional del Aborto por parte de ciertos grupos que al parecer se proliferan cada vez más, bajo los auspicios de Movimientos Políticos ateos de Izquierda en todo el mundo, en base a una concepción totalmente deformada de la libertad individual.
Esta concepción de la libertad individual que choca con el respeto a valores sagrados como la Vida Humana misma, tiene su fundamento en las tendencias herederas de la postmodernidad, como lo es por ejemplo el relativismo moral y cultural.
En la citada Nota Doctrinal de la Congregación por la Doctrina de la Fe leemos:
“… Se puede verificar hoy un cierto relativismo cultural, que se hace evidente en la teorización y defensa del pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los principios de la ley moral natural. Desafortunadamente, como consecuencia de esta tendencia, no es extraño hallar en declaraciones públicas afirmaciones según las cuales tal pluralismo ético es la condición de posibilidad de la democracia. Ocurre así que, por una parte, los ciudadanos reivindican la más completa autonomía para sus propias preferencias morales, mientras que, por otra parte, los legisladores creen que respetan esa libertad formulando leyes que prescinden de los principios de la ética natural, limitándose a la condescendencia con ciertas orientaciones culturales o morales transitorias, como si todas las posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor…”.
Ante situaciones como éstas, ciertamente los cristianos estamos llamados a iluminar y señalar el camino correcto, y actuar desde los propios espacios respetando claro está, la autonomía del mundo seglar. En el particular ejemplo que traigo aquí de la defensa del Derecho a la Vida (Derecho Humano establecido en el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos), los que ejercemos la profesión de la Abogacía, podemos desempeñar un especial rol en la defensa de las Legislaciones Provida.
En efecto, la defensa de los Derechos Humanos es un mecanismo que permite no sólo la defensa de las víctimas en casos concretos, como también la defensa de derechos e intereses difusos de naturaleza fundamental, sino que permite en la labor de denuncia, informar a la sociedad sobre contenidos que deben ser protegidos por todos. Por lo tanto, es una oportunidad para profesar nuestra Fe si se quiere, desde los valores cristianos. No olvidemos que los Profetas denunciaban con vehemencia las injusticias contra los oprimidos. En la Instrucción Libertatis Conscientia, sobre la Libertad Cristiana y Liberación (1986), de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se afirma que: “…la formulación de los derechos humanos significa una conciencia más viva de la dignidad de todos los hombres…”.
Otro punto importante que es oportuno resaltar, es lo señalado por el Magisterio en cuanto a la responsabilidad de la Iglesia en las respuestas específicas y en las soluciones a problemas que escapan de su ámbito esencial de competencia.
Señala el citado documento:
“… No es tarea de la Iglesia formular soluciones concretas – y menos todavía soluciones únicas – para cuestiones temporales, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. Sin embargo, la Iglesia tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral. Si el cristiano debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales»,[15] también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son “negociables…”.
Aunque la Iglesia (Concilio Vaticano II), ha reconocido con plenitud la legítima autonomía de las ciencias y de las actividades de orden político (incluso también la autonomía de la Filosofía ante la Teología – Encíclica Fides et Ratio), no obstante, los católicos laicos sí tenemos la responsabilidad de usar nuestras capacidades, talentos, conocimientos, profesiones y recursos, para dar esas respuestas que necesita la sociedad actual en la solución de sus problemas de toda índole, asistidos por la Sabiduría que nos viene de nuestra auténtica relación con Dios, inspirados con el ánimo en la Caridad al prójimo, en el respeto a la pluralidad y concepciones de pensamiento, sin que esto signifique por supuesto complicidad hacia tendencias que sólo llevarían a la destrucción de nuestras sociedades y a nuevas formas de esclavitud en los tiempos modernos.
Y es que San Agustín de Hipona decía: “No es libre el que hace lo que le da la gana, sino el que hace lo que debe hacer, porque le da la gana”. La libertad es un don de Dios, que debe ser usado con responsabilidad, en el marco del respeto a los derechos del Otro, que también es libre y que asimismo debe responder en el ejercicio de su propia libertad. “…La razón creada, al abrirse a la verdad divina, encuentra una expansión y una perfección que constituyen una forma eminente de libertad…” (Instrucción Libertatis Conscientia).
Concluyo estas sencillas reflexiones recordando a todos aquellos hermanos venezolanos tanto católicos y como no católicos, que hacen vida espiritual, que la lucha por la Libertad de Venezuela no sólo es Espiritual, sino también Política, Social y Cultural. Y así también, a todos los hermanos venezolanos de buena fe y cualquier creencia religiosa, les digo que la Lucha por la Libertad de Venezuela no sólo es Política, sino también Espiritual, y que esa batalla sólo la ganaremos en el seguimiento de Cristo, quien es la expresión máxima de la verdadera Libertad del Hombre, pues Él es el Camino, la Verdad y la Vida… Él es la Libertad misma.
Fe y Lucha!
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