El célebre filósofo italiano Umberto Eco, en un discurso (que más tarde sería recopilado en su libro “Contra el Fascismo”) pronunciado el 25 de abril de 1995 en la Universidad de Columbia en New York, destacó los principales elementos que posee un régimen fascista, mencionando indicadores que nos facilitarían la sospecha de ese peligroso manejo de gobierno en cualquier análisis político de un país.



Haciendo una retrospección en el caso de Bolivia, durante los últimos años podemos encontrar muchos “indicadores de fascismo” desde el ingreso de Evo Morales al poder. 

El fascismo es una forma de hacer política muy difícil de definir, pero factible de describir, y es en la descripción, en donde Eco encontró la herramienta perfecta para desenmarañar esa compleja doctrina política que muchas veces es contradictoria en sí misma. A continuación, haremos mención de esos indicadores, complementando con ejemplos históricos de otros regímenes fascistas para contrastarlos con los sucesos de nuestro país. 

Según el filósofo, un régimen fascista se caracteriza por implementar un “culto a la tradición”, que significa retomar las prácticas tradicionales de nuestra cultura por su esencia, por su pureza y su “verdad primitiva”. El régimen nazi buscaba retornar a la esencia aria, Mussolini apostaba todo por volver al otrora imperio romano, Oswald Mosley proclamaba “hacer de Inglaterra grande otra vez” para vigorizar el sentimiento del pasado imperial británico. Todos ellos fascistas por antonomasia, muestran una tendencia tradicionalista usada también por Choquehuanca en su discurso vicepresidencial cuando destacaba y exhortaba el mantenimiento de la herencia tiwuanakota, que no solo trascienden en metáforas, sino que connotan un predominio ideológico. A esto se puede sumar las ceremonias desarrolladas en las ruinas del Tiwanaku durante la investidura de Arce y Morales. 

El rechazo al pensamiento crítico y al desacuerdo son característicos de estos regímenes fascistas, pues no toleran la oposición, cualquier objeción o crítica es vista como una traición por ir en contra de los “valores tradicionales” que defiende el partido. Existe un culto a la “acción”, al “heroísmo a través de la muerte” y a la “lucha”, se preconiza la defensa del “gran proyecto” del partido por ser de interés superlativo para el pueblo, tal como lo hicieron los nazis durante la segunda guerra mundial para la defensa y lucha de sus intereses, “en favor” del pueblo alemán con sus ideas raciales y expansionistas. Con esos antecedentes resulta inquietante reflexionar sobre la implementación del lema “patria o muerte” en el ejército, o el llamamiento de los movimientos sociales a la defensa del “proceso de cambio” a toda costa. 

Es menester destacar que, el régimen nazi captó el descontento de las clases populares exacerbadas por las desastrosas consecuencias económicas y políticas que desató el Tratado de Versalles, se acusó a los judíos de ser los causantes de la inestabilidad económica con un montón de especulaciones conspirativas, por tal motivo fue sencillo culparlos de “complots” contra el bienestar alemán, así crearon un enemigo para fortalecer sus lazos nacionales arios, logrando canalizar la animadversión y el rechazo de las masas hacia un objetivo: los judíos. De ese panorama Eco extrae algunas características de naturaleza fascista; “la obtención de adeptos pertenecientes a clases oprimidas” y la “unión basada en la existencia de un enemigo”. Algo similar ocurrió en Bolivia cuando el actual oficialismo empezó a captar acólitos de los sectores indígenas, campesinos y de los sectores populares urbanos (que a lo largo de la historia siempre tuvieron dificultades para acceder al poder, ya que nunca se sintieron completamente representados, constituyendo la población más frágil a las adversidades de la economía nacional). Pero falta un elemento, ¿Quién era el enemigo para justificar su unión? Eran simplemente los de la derecha, los k’aras, el imperialismo, los separatistas, los defensores del neoliberalismo, entre otros.  

Otro detalle explicado por Eco es la implementación de neologismos en el léxico de sus seguidores para legitimar por medio del lenguaje sus ideas. Por ejemplo, los nazis implementaron palabras nuevas, tales como “Alljuda” (para referirse al judío internacional) o “Aufnorden” (que significa “nordificar”) para establecer diferencias más específicas en sus discursos y para dar mayor personalidad a sus ideas. Dada esta referencia aplicada a nuestro contexto ¿No les parece familiar la implementación de términos nuevos como “pititas”?

Finalmente tenemos dentro del fascismo al “Populismo cualitativo”, que se caracteriza por desconocer la individualidad del ciudadano, comprendiendo al pueblo como una totalidad homogénea y monolítica, que niega e ignora a los contrarios del régimen. Bajo este pretexto solo son reconocidos y escuchados los grupos afines al gobierno, y solo un grupo de esos ciudadanos seleccionados son aceptados como representantes de la “voz del pueblo”, para que el líder pueda valerse de esa “voluntad popular” manipulada y reducida (pero reconocida), con la finalidad de interpretarla y ejecutarla a su antojo, excluyendo así a cualquier grupo antagónico, que en caso de oponerse a las directrices del gobierno, serán acusados de “ir en contra la voluntad del pueblo”, y si la justicia está en manos del régimen o bajo su influencia, incluso pueden ir condenados. 

Otro detalle que no analiza Eco pero que tiene mucha relevancia dentro del fascismo es el uso de simbologías. La implementación de la esvástica en el perfil nazi tuvo intenciones bien marcadas, buscaba la identificación de los arios con un símbolo que representara su reivindicación, lo curioso de esta cruz, es su origen, la esvástica no es exclusiva ni originaria de Alemania, sus orígenes según hallazgos arqueológicos datan de antiguas culturas localizadas en Oriente próximo, sin embargo, ellos a pesar de saberlo, lo usaron. ¿Les suena familiar la historia? Pues si analizamos la última modificación en el logotipo del gobierno, se puede ver un remplazo del escudo nacional por la cruz chacana, la cual tiene una similitud con el símbolo nacionalsocialista alemán, ya que la chacana tampoco es exclusiva de Bolivia (a pesar de reemplazar un símbolo nacional de mayor originalidad representativa), sino que también es usada en otras regiones fuera del país (en banderas y escudos de algunas regiones del Perú). Para ellos no interesa ese detalle, lo importante es seguir con la implementación de símbolos (como la wiphala) que expresen esa “reivindicación étnica”. Estos aspectos no son negativos, pero sabiendo que no son tan representativos para las culturas orientales ¿Cuál es la verdadera intención de esos cambios si se exhibe con más frecuencia la wiphala que la bandera del patujú?

Las herramientas descriptivas de Eco nos ayudaron a verificar la presencia fascista en nuestro panorama político, al que añadimos otros casos históricos, para comprenderlos mejor. El problema radica en el riesgo de que el totalitarismo ingrese al meollo del poder, ya que representaría la anulación de las libertades, las cuales deben prevalecer y ser defendidas, porque de ellas emerge el desarrollo, la prosperidad y la auténtica igualdad.

¿Debemos preocuparnos por el fascismo? Pues, La historia siempre dará la mejor respuesta.


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