La historia de la Ciencia Política

La historia de la constitución de la Ciencia Política como disciplina científica es el devenir de trajines y peripecias, de encuentros y desencuentros, de delimitaciones de objetos y problemas con el método que hacen partícipe a dicho campo del conocimiento como realizador y productor de un saber determinado con pocos años de historia en tanto tal. Así lo ve Giovanni Sartori. 


En efecto, la emergencia de la Ciencia Política como dominio de un saber autónomo, como disciplina científica, no es producto de apariciones azarosas. En tal sentido, la idea de política nos remonta a los propios espacios de discusión de la cosa pública en los griegos, a la confluencia del mundo social y político en la Edad Media y la autonomía propia alcanzada siglos más tarde. Esa escisión, condición necesaria para que la Ciencia Política se desarrolle como disciplina, necesitó de una multiplicidad de situaciones concretas, de autonomía de otros ámbitos concretos. 

Primeramente, tanto en Maquiavelo como en Hobbes la política se separa de la moral y de la religión, aunque simplemente como algo “distinto”, con sus propias dinámicas y leyes, desarrollos y realizaciones; si se quiere, con el segundo de ellos, hasta con un Leviatán que crea sus propias reglas de la política. Claro está, entonces, que con el florentino derivamos en un desarrollo vertical de la política, mientras que con el británico, llegamos a un autarquía propia del campo político, a un cálculo de ello. Sin embargo, el punto no termina aquí. El Estado y lo político también necesitan de una diferenciación estructural, de la afirmación de un yo diferente a un ello, al otro que representa al campo de lo social, de la economía, del derecho. 

Respecto al plano económico, son los primeros economistas los que esbozan y aseveran las dinámicas propias del desarrollo de la sociedad en independencia del plano del Estado o, mejor dicho, en donde su propio progreso se consigue de manera efectiva allí donde el Estado es mínimo o nulo, donde la maximización de sus objetivos y proyectos no encuentra las barreras institucionales. El proceso separatorio de las propias dinámicas sociales, encontrará su algidez y punto cúlmine con el positivismo; allí, hasta el sistema político es la mera creación representativa de ciertas necesidades e intereses de la sociedad toda. Ahora bien, lo político llega entonces a ser lo distinto, lo que no es y no lo que es algo, ergo, aquello que se entiende por político no deriva en un comportamiento sino en un contexto determinado: en las colectividades humanas. Además, hay otro punto de necesaria mención: lo político, no se restringe solamente al dominio poder-Estado. No solamente porque el poder no sea únicamente el elemento característico de lo político, realizable también en otros ámbitos o esferas, sino también porque la masificación de lo político, la difusión y rebalse de lo político, exceden al propio ámbito institucional de generación de decisiones: lo político llega a los subsistemas, se diversifica y concreta, se amplía y reproduce. Lo que sí es menester de mención es la pata de colectivización de esas propias coerciones que implican lo político.

Mas el punto no culmina ahí. Sartori nos introduce en el mundo de la ciencia política en tanto tal, en el de la política hecha ciencia, de sus idas y venidas, de sus escollos y “progresos”, de su desarrollo un tanto caótico, pero evidenciable, palpable y criticable. Comprender las limitaciones del método de la ciencia política, necesita inevitablemente de la comprensión de la ciencia política dentro de lo que significa su propio entendimiento como ciencia. Las ciencias no son filosofía, aunque una multiplicidad de autores insista con la idea maternal de la filosofía por sobre las ciencias. La ciencia es otra cosa. La ciencia, aunque no es únicamente la existencia de un método, presupone un análisis distinto al fundamento último de las cosas que caracteriza al pensar filosófico. Lo filosófico no es empírico, no es explicativo y no es “objetivo”. 

No debería ser necesario ahondar en el punto de la cientificidad de la ciencia política, en donde lo empírico tiene valor (aunque esto derive en otro punto fundamental), donde la explicación se hace necesaria y la neutralidad valorativa al menos es un objetivo; y en donde, fundamentalmente, el fin último diverge. Tampoco es la propia conceptualización de las ciencias, un ente inmutable y correspondiente para la determinación de cientificidad de cada uno de los pensadores de la Antigüedad u otros períodos. La cientificidad de la política se deriva por otros caminos: en la autonomía propia del politólogo como conocedor de un mundo político fuera de entes de otras disciplinas, de la praxis de lo político, de la trascendencia analítica-reflexiva al mundo del hacer, de la explicación, de comprobaciones y predicciones y de la investigación sobre un qué particular. 

En tanto, todavía no llegamos al quid fundamental: la política, “en serio”, como ciencia. El autor sostiene esos inicios propios del campo de la ciencia política allí donde acontece el fin de la Segunda Guerra Mundial y en donde el conductismo gana relevancia (no solo en ciencia política claro está). Pero el behaviorismo posee sus considerandos según Sartori. Los planteos de medición, de acercamiento matemática-ciencia política no son el problema, sino la cuantificación como reducción última de los procesos políticos analizados. Tampoco es caer en un negacionismo, sino en marcar puntos concretos. No es el problema del investigar y conocer, sino de quedarse en ello y no en la transformación de lenguajes, creación de conceptos, de hacer algo en el más allá y, sobre todo, de retroceder en lo político, en lo propio del sistema eastoniano, ayudando así a la propia sociologización de lo político. 

Esa transversalidad behaviorista es “positiva”, en tanto aporta elementos característicos, pero también es “negativa”, en tanto no permite o, mejor dicho, aflora en el retroceso de lo político per se porque lo cuantificable y los datos suman solamente si su relevancia para lo político y su procedencia de obtención así lo asimilan. Así, hay veces en donde el investigador utiliza o piensa los problemas de una manera demasiado compleja o cientificista, en donde, quizá, la resolución es mucho más fácil. En última instancia, la periferización de la política y la pregunta, supuestamente enterrada, de la autonomía política, se vuelven a poner en tela de juicio.


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