En estos tiempos, la academia es mero ornamento de la política. Quizá debamos experimentar fuera de los libros y más en los atriles para lograr adhesión. ¿Cómo lograr apoyo popular sin caer en la lógica dogmática y perversa del populismo?. La clave está en la inventiva.
Leandro Cohen
Coordinador Local de Estudiantes por la Libertad. Estudiante de Secundaria.
Corría el año 1992 y el contexto político en Estados Unidos era complejo para la oposición: George Bush, en ese entonces presidente, se encontraba fortalecido por sus recientes éxitos en la disolución soviética, la guerra del Golfo Pérsico y la marcha general de la economía.
Pero llegaría Clinton, el muchacho de Arkansas, para arrebatarle la elección. “Es la economía, estúpido” fue el principal lema de su exitosa campaña.
Sin embargo, no fue esta la única causa de su triunfo ya que, por ejemplo, elementos como el pragmatismo ideológico y dialéctico fueron claves para lograr el triunfo.
El joven Bill prácticamente refundó desde la base al Partido Demócrata, corriéndolo definitivamente al centro del espectro, luego del fracaso del progresista Carter en la última experiencia Dem en La Casa Blanca.
El político demócrata pisó el acelerador y apareció, casi de la noche a la mañana, sentado en el Despacho Oval.
He aquí el dilema: ¿Puede el liberalismo ser lo suficientemente pragmático y amplio?
Por caso, ¿Puede imaginarse a Mario Vargas Llosa dando semejante batacazo en las elecciones del Perú dos años antes?
Definitivamente no estamos haciendo las cosas de manera acorde a las circunstancias en términos políticos. Hace largo rato cuesta encontrar líderes o gobiernos auténticamente liberales en el continente.
Quizá, la falla resida en la comunicación. Falta empatía y diálogo con la gente en el llano. Falta épica discursiva. Falta “liberalismo en zapatillas”.
¿Somos excesivamente académicos? ¿Acaso eso es “malo”? ¿Por qué la academia simplemente “no prende” en política?
Producto de la ignorancia de la “masa” en nuestros pueblos (pidiendo a gritos populismo y soluciones fáciles) resulta difícil que el academicismo (con verborragia, análisis profundos y propuestas a largo plazo) logre triunfar. Simplemente no es lo que el receptor quiere oír.
Aristóteles tenía una frase muy acertada al respecto: “la multitud obedece más a la necesidad que a la “la multitud obedece más a la necesidad que a la razón”. Deslumbrante parecido con la realidad.
Ahora bien, aún con esta observación, de ninguna manera se sugiere que el camino sea la brutalidad y el populismo para endulzar oídos y satisfacer voluntades. Hay que buscar alternativas.
Einstein, sabiamente, afirmaba que “el verdadero signo de la inteligencia no es el conocimiento, sino la imaginación”. Habrá que tener inventiva.
Aun así, surgen más interrogantes: ¿Hasta qué punto el liberalismo (desde su base filosófica) convive con el concepto de poder?
Porque, como se suele decir, el liberalismo no se corta en tajos. No alcanza con un programa liberal en lo económico y con avasallamiento y represión en lo social. Eso no es, en esencia, liberalismo. La filosofía liberal debe ser comprendida como un todo.
¿Acaso alguno de los codiciosos multimillonarios que luchan por sentarse en el sillón presidencial y gobernar(nos) pensaría en quitarse atribuciones?
Suena difícil pero, incluso si así fuera, aún más difícil sería persuadir a la población bajo la premisa “libertad y responsabilidad”. Pues, en Sudamérica, la mayoría desea ser gobernada, liderada y guiada por un mesías, incluso desde una lógica cuasi-fascista.
“El líder es bueno y nos ama a todos” recitaban los manuales escolares en la época de Perón. No cambió demasiado.
¿Cómo conseguimos el cambio cultural requerido?
Debemos trabajar concientizando y responsabilizando, metiéndonos en profundos dilemas y buscando soluciones. Adaptémonos a las situaciones y procuremos encontrar los porqués de las cosas.
El liberalismo todavía puede resurgir en estas tierras, iniciemos. Mañana puede ser demasiado tarde.
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