RESUMEN: Violación de la propiedad exterior. — Propiedad literaria y artística. — Falsificación. — Propiedad de los inventos.
EL SOCIALISTA. Usted se ha comprometido a demostrarnos que los males que el socialismo atribuye a la propiedad provienen de los ataques a la propiedad. ¿Está listo para comenzar a demostrar esta paradoja?
EL ECONOMISTA. ¡Ay! ¡Quiera Dios que usted enseñe tales paradojas!… He distinguido la propiedad interior y la propiedad exterior. La primera consiste en el derecho que tiene cada hombre de disponer libremente de sus facultades físicas, morales e intelectuales, así como del cuerpo que le sirve tanto de envoltura como de instrumento. La segunda reside en el derecho que el hombre conserva sobre la porción de sus facultades que considera conveniente separar de sí mismo y aplicar a los objetos exteriores.
EL SOCIALISTA. ¿Dónde comienza nuestro derecho de propiedad de los objetos exteriores y dónde termina?
EL ECONOMISTA. Comienza cuando aplicamos una porción de nuestras fuerzas, de nuestras facultades, a las cosas que la naturaleza ha puesto libremente a nuestra disposición; cuando completamos la obra de la naturaleza dando a estas cosas una nueva forma; cuando añadimos un valor artificial al valor natural que está en ellas; termina cuando este valor artificial perece.
EL CONSERVADOR. ¿Qué entiende usted por valor?
EL ECONOMISTA. Entiendo por valor las cualidades que tienen las cosas o que les es dada para satisfacer las necesidades del hombre.
El hombre posee, pues, su ser y las dependencias naturales o artificiales de su ser, sus facultades, su cuerpo y sus obras.
Las obras del hombre, objeto de la propiedad exterior, son de dos clases, materiales e inmateriales.
La ley reconoce la propiedad material a perpetuidad, es decir, mientras dura el objeto de la propiedad; por el contrario, limita la propiedad inmaterial a un período bastante breve. Sin embargo, ambas tienen el mismo origen.
EL CONSERVADOR. ¿Cómo?, ¿Equipara usted la propiedad de un invento o una pieza musical con la propiedad de una casa o un terreno?
EL ECONOMISTA. Absolutamente. ¿Acaso la una y la otra no tienen su origen en el trabajo? En el momento en que se hace un esfuerzo y se crea valor, ya sea que el esfuerzo provenga de los nervios o de los músculos, ya sea que el valor se aplique a un objeto tangible o intangible, se crea una nueva propiedad. ¡Poco importa la forma en que se manifieste!
Si se trata de un terreno destinado al cultivo, es principalmente fuerza física la que se ha gastado; si se trata de una pieza musical, son las facultades intelectuales ayudadas por ciertas facultades físicas o morales las que se han puesto en juego. Pero a menos que coloquemos las facultades de la inteligencia por debajo de las fuerzas físicas, o que afirmemos que el hombre posee su inteligencia de manera menos legítima que su fuerza física, ¿acaso podemos establecer una diferencia entre estos dos tipos de propiedad?
EL CONSERVADOR. Por lo tanto, a usted le gustaría que el inventor de una máquina, el autor de un libro o de una pieza musical siguieran siendo los dueños absolutos de sus obras; que puedan a perpetuidad donarlos, legarlos y venderlos. Le gustaría que incluso se les conceda el derecho de destruirlos. Le gustaría que se permitiera a los herederos de Bossuet, Pascal y Molière privar a la humanidad de las obras inmortales de estos poderosos genios. ¡Esto es, en verdad, una exageración salvaje!
EL SOCIALISTA. ¡Bravo!
EL ECONOMISTA. Aplauda usted, es justo. ¿Sabe usted qué doctrina acaba de defender, señor conservador?
EL CONSERVADOR. Eh, la doctrina del sentido común, creo.
EL ECONOMISTA. ¡Definitivamente no! La doctrina del comunismo.
EL CONSERVADOR. Usted se está burlando. Defendí los derechos de la sociedad sobre los productos de la inteligencia, ¡eso es todo!
EL ECONOMISTA. Los comunistas no hacen otra cosa. Solo que ellos son más lógicos que usted. Defienden los derechos de la sociedad sobre todas las cosas, tanto los productos materiales como los inmateriales. Les dicen a los trabajadores: Cumplan con sus tareas diarias, trabajen según sus fuerzas, pero en vez de atribuirse a ustedes mismos los productos de su trabajo, los valores que han creado, entréguenlos a la asociación general de ciudadanos, a la comunidad que se encargará de repartir equitativamente entre todos los frutos del trabajo de cada uno. ¡Ustedes tendrán su parte! ¿Acaso no es este el discurso de los comunistas?
EL CONSERVADOR. Sí, en efecto ese es el discurso de esta secta insensata que despoja al trabajador del fruto legítimo de su trabajo para darle una parte arbitraria del trabajo de todos.
EL ECONOMISTA. Habla usted sabiamente. ¿No acepta, entonces, que se despoje al trabajador de todo o parte del fruto de su trabajo para poner ese todo o esa parte a disposición de la comunidad?
EL CONSERVADOR. ¡Eso es un robo!
EL ECONOMISTA. Pues bien, ese robo, la sociedad lo comete todos los días en perjuicio de los hombres de letras, artistas e inventores.
Usted conoce la ley que rige la propiedad literaria en Francia. Mientras que la propiedad de las cosas materiales, terrenos, casas, muebles, es indefinida, la propiedad literaria está limitada a los veinte años siguientes a la muerte del autor. Es más, la Asamblea Constituyente sólo había concedido diez años.
Antes de la revolución, la legislación era, en ciertos aspectos, mucho más equitativa…
EL CONSERVADOR. ¿Antes de la revolución, dice usted?
EL ECONOMISTA. Si. Usted sabe que entonces todos los derechos, tanto el derecho al trabajo como el derecho de propiedad, emanaban del rey. De ese modo, los autores obtenían para sí mismos y para sus herederos, cuando así lo solicitaban, el derecho de explotación exclusiva de sus libros. Este privilegio no tenía límites; lamentablemente era revocable a voluntad; además, estaba sujeto, en la práctica, a restricciones vejatorias. Cuando un autor cedía su obra a un librero, el derecho exclusivo de explotación se perdía a su muerte. Sólo los herederos podían conservar exclusivamente este derecho.
EL SOCIALISTA. Entonces, los herederos de Molière, de La Fontaine, de Racine, ¿pudieron explotar exclusivamente hasta 1789 las obras de sus ilustres ancestros?
EL ECONOMISTA. Sí. Encontramos, por ejemplo, un decreto del Consejo de Estado del 14 de septiembre de 1761, que concede a los nietos de La Fontaine el privilegio de su abuelo, setenta años después de su muerte. Si la Asamblea Constituyente hubiese entendido cabalmente su misión, habría reconocido y garantizado, liberándola de las barreras del privilegio, esta propiedad que el Antiguo Régimen1 había ratificado, aunque sujeta a opresión. Desgraciadamente, las ideas comunistas ya habían germinado, entonces, en la sociedad francesa. Resumen vivo de las doctrinas filosóficas y económicas del siglo XVIII, la Asamblea Constituyente incluía en su seno a discípulos de Rousseau y Morelly2, así como a discípulos de Quesnay y Turgot. Por lo tanto, retrocedió ante el reconocimiento absoluto de la propiedad intelectual. Mutiló esta legítima propiedad, con el fin de reducir el precio de las obras de la inteligencia.
EL CONSERVADOR. ¿No se logró este loable objetivo? Suponiendo que la propiedad literaria de Pascal, de Molière, de La Fontaine no se hubiese extinguido en beneficio de la Comunidad, ¿no estaríamos obligados a pagar un precio más alto por las obras de estos ilustres genios? ¿Y podemos poner en la balanza el interés de algunos frente al interés de todos?
EL ECONOMISTA. “Cuando los salvajes de Luisiana quieren tener fruta, dice Montesquieu, cortan el árbol al pie y recogen la fruta. Este es un gobierno despótico”. Este es el comunismo, añadiría el autor de El Espíritu de las Leyes si hubiese vivido hoy. Al limitar la propiedad literaria, ¿qué está usted haciendo? Está disminuyendo el valor venal. — Escribo un libro y se lo ofrezco a un librero. Si se le garantiza la posesión de este libro a perpetuidad, evidentemente podrá pagarme por él y me pagará un precio más alto que si, veinte años después de mi muerte, esta propiedad perece.
EL CONSERVADOR. ¡Oh! Esto tiene poca importancia en la práctica. ¿Cuántos libros sobreviven veinte años después de la muerte de sus autores?
EL ECONOMISTA. Me proporciona una nueva arma contra usted. Hay dos clases de libros, los que no duran y los que duran. Su ley limitante de la propiedad literaria deja intacto el valor de la primera para disminuir el de la segunda. Ejemplo: un hombre talentoso ha escrito un libro destinado a atravesar los siglos; se lo lleva a su librero3. ¿Puede este pagar por dicha obra inmortal mucho más que por el común de las obras destinadas al olvido, tras un éxito fugaz? ¡No! porque si bien la obra no perece, perece la propiedad de esta o, lo que es lo mismo, la obra se hace común. Después de un cierto número de años, el titular queda legalmente desposeído. Su ley respeta la mediocridad, pero castiga la genialidad.
Entonces, ¿qué pasa? Pasa que vemos disminuir el número de obras duraderas y aumentar el número de obras efímeras. “El tiempo, dice Esquilo4, sólo respeta lo que fundó”. Salvo contadas excepciones, las obras maestras que nos ha legado el pasado han sido fruto de un largo trabajo. Descartes dedicó la mayor parte de su vida a componer sus Meditaciones. Pascal copió hasta trece veces sus Cartas provinciales antes de enviarlas a la imprenta. Adam Smith observó durante treinta años los fenómenos económicos de la sociedad, antes de escribir su inmortal tratado sobre la Riqueza de las Naciones. Pero cuando el hombre de genio no goza de cierta tranquilidad financiera, ¿puede sembrar tanto tiempo sin cosechar? Aguijoneado por las necesidades de la vida, ¿no está obligado a entregar aún verdes las cosechas de su inteligencia?
Se critica bastante la literatura fácil, pero ¿hay forma de tener otra? ¿Cómo no improvisar cuando el valor de las obras laboriosamente acabadas se reduce al de las obras improvisadas? En vano recomendará usted a los hombres de letras que sacrifiquen sus intereses por los del arte, los hombres de letras no le escucharán y, por lo general, tendrán razón. ¿Acaso no tienen ellos deberes familiares que cumplir, hijos que criar, padres que mantener, deudas que pagar, una posición que mantener? ¿Pueden descuidar, por amor al arte, estos deberes naturales y sagrados?
Entonces improvisamos y nos precipitamos hacia las ramas de la literatura en las que la improvisación es lo más fácil. En la ciencia, la misma causa engendra los mismos resultados deplorables. Ya no es la observación lo que domina en la ciencia moderna, es la hipótesis. ¿Por qué? Porque se construye una hipótesis más rápido de lo que se observa una ley. Porque es más fácil escribir libros con hipótesis que con observaciones. A lo que hay que añadir que la hipótesis suele ser más llamativa. La paradoja sorprende más que la verdad. Conquista el éxito mucho más rápido. También lo pierde rápido, sin duda. Pero, mientras tanto, el improvisador de paradojas hace fortuna mientras el paciente buscador de verdades lucha contra la miseria. ¿Deberíamos sorprendernos entonces si la paradoja abunda y si la verdadera ciencia se vuelve cada vez más escasa?
EL CONSERVADOR. Usted omite decir que el gobierno se encarga de recompensar a los hombres que destacan en la carrera de ciencias y letras. La sociedad tiene recompensas y felicitaciones para los verdaderos eruditos y los verdaderos escritores.
EL ECONOMISTA. Sí; y eso no es lo menos absurdo de este absurdo sistema. ¡Vea usted! Usted deprecia la propiedad de los verdaderos eruditos y los verdaderos escritores en el supuesto interés de la posteridad. Pero no sé qué sentimiento de equidad natural le advierte que los está expoliando. Por lo tanto, establece un impuesto a la sociedad, cuyo producto le distribuye. Usted tiene un presupuesto de bellas artes y letras. Asumiendo que los fondos de este presupuesto siempre se distribuyen equitativamente; que van directamente a quienes indica la ley (y usted sabe si la hipótesis tiene fundamento), ¿está esta compensación menos manchada de iniquidad? ¿Es justo obligar a los contribuyentes a pagar un impuesto en beneficio de los consumidores de libros en el futuro? ¿No es ese un comunismo de ultratumba de la peor especie que existe5?
EL CONSERVADOR. ¿Dónde ve usted ese comunismo?
EL ECONOMISTA. En una sociedad comunista, ¿qué hace el gobierno? Se apodera del producto del trabajo de cada uno para distribuirlo gratuitamente a todos. Pues bien, ¿qué hace el gobierno al limitar la propiedad literaria? Toma una parte del valor de la propiedad del erudito y del escritor para distribuirlo gratuitamente a la posteridad; después de lo cual, obliga a los contribuyentes a dar gratuitamente una parte de su propiedad a los eruditos y escritores.
Estos últimos pierden en este trato comunista, porque la porción de propiedad que se les quita suele ser mayor a la compensación que se les concede.
Los contribuyentes pierden aún más, porque no se les da nada a cambio de la compensación que se les obliga a pagar.
Al menos, ¿ganan algo los consumidores de libros?
Los consumidores actuales no ganan nada, ya que los autores disfrutan temporalmente de un derecho de propiedad absoluto sobre sus obras.
Los consumidores futuros pueden, sin duda, comprar a menor precio las obras antiguas; sin embargo, están provistos de ellas en menor cantidad. Por otra parte, los libros que pasan a la posteridad sufren, bajo el régimen de propiedad limitada, todos los inconvenientes vinculados al comunismo. Habiendo pasado al dominio público, dejan de ser objeto de los cuidados atentos y vigilantes que un propietario sabe dar a sus pertenencias. Las alteraciones y errores pululan incluso en las mejores ediciones.
¿Debo hablar también de los daños indirectos que resultan de la limitación de la propiedad literaria? ¿Debo hablar de la falsificación?
EL CONSERVADOR. ¿Qué relación ve usted entre la falsificación y la limitación legal de la propiedad literaria?
EL ECONOMISTA. ¿Qué es, pues, la falsificación, sino una limitación de la propiedad literaria en el espacio, tal como su ley es una limitación en el tiempo? ¿Existe, en realidad, la más mínima diferencia entre estos dos tipos de ataques a la propiedad? Diré más. Es la limitación en el tiempo la que engendró la limitación en el espacio.
Cuando la propiedad material era considerada como un simple privilegio emanado de la buena voluntad del soberano, este privilegio expiraba en las fronteras de cada Estado. La propiedad de los extranjeros estaba sujeta al derecho de aubana6.
Cuando la propiedad material fue reconocida en todas partes como un derecho imprescriptible y sagrado, se dejó de aplicar el derecho de aubana.
Sólo la propiedad intelectual quedó sujeta a este derecho bárbaro. Pero, para ser justos, ¿podemos quejarnos? Si respetamos la propiedad intelectual menos que la propiedad material, ¿podemos obligar a los extranjeros a respetarla por igual?
EL SOCIALISTA. ¡Bien! Pero usted no considera las ventajas morales de la falsificación. Es gracias a la falsificación que las ideas francesas se difunden en el extranjero: nuestros hombres de letras y nuestros eruditos pierden, sin duda; pero la civilización gana. ¡Qué importa el interés de unos cientos de individuos frente a los grandes intereses de la humanidad!
EL ECONOMISTA. Usted emplea a favor de los consumidores extranjeros el argumento del cual se sirvió hace un momento a favor de los consumidores futuros. Lo refutaré desde el punto de vista del consumo general.
Francia es quizá el país del mundo donde la producción literaria es más activa y abundante; sin embargo, los libros son muy caros aquí. Usted paga 15 fr. por una novela en dos volúmenes, mientras que en Bélgica los mismos dos volúmenes cuestan sólo 1 fr. 50 c. ¿Debe atribuirse esta diferencia de precio únicamente a los derechos de autor? ¡No! según admiten los propios interesados, proviene principalmente de la exigüidad del mercado disponible para el librero francés. Si se suprimiera la falsificación, los dos volúmenes, que se venden por 15 francos en Francia, probablemente se venderían por sólo 5 francos en el mercado general, tal vez incluso menos. De este modo, el consumidor extranjero pagaría 3 fr. 50 c. más que bajo el régimen de falsificación; en cambio, el consumidor francés pagaría 10 fr. de menos. Desde el punto de vista del consumo general, ¿no sería esto evidentemente ventajoso?
Escuché, hace algunos años, en la Cámara de Diputados, al Sr. Chaix-d’Est-Ange7 defender la falsificación desde el punto de vista de la difusión de la Ilustración. Es gracias a la falsificación, decía, que las ideas francesas penetran en el extranjero.— Es posible, podríamos haberle respondido al ilustre abogado; sin embargo, es la falsificación la que impide que las ideas francesas penetren en Francia.
Los consumidores extranjeros pagarían un poco más por nuestros libros si la falsificación dejaría de existir, pero les abasteceríamos con más y mejores libros. ¿No ganarían ellos tanto como nosotros mismos?
EL CONSERVADOR. ¡Cierto! Decididamente creo que usted tiene razón y me siento bastante dispuesto a unirme a la causa de la propiedad literaria.
EL ECONOMISTA. Podría haber desarrollado algunas consideraciones más sobre la extensión y la estabilidad que el pleno reconocimiento de la propiedad literaria daría no sólo a la industria de los hombres de letras, sino también a la de los libreros… Pero ya que mi causa ha ganado, no insisto.
Si me conceden la propiedad literaria, deben concederme también la propiedad artística.
EL CONSERVADOR. ¿En qué consiste la propiedad artística?
EL ECONOMISTA. Si se trata de una pintura, una estatua o un monumento, la propiedad artística consiste en el derecho a disponer de él como de cualquier otra propiedad material, así como de realizar o autorizar su reproducción exclusiva mediante el dibujo, el grabado, etc. Si se trata de un dibujo o un modelo industrial8, la propiedad artística reside también en un derecho exclusivo de reproducción. Se entiende que esta propiedad puede ser cedida o vendida como cualquier otra.
EL CONSERVADOR. No veo ningún inconveniente. Sin embargo, sería bueno establecer una excepción para los dibujos y modelos industriales. Los artistas, diseñadores o modeladores se volverían demasiado exigentes si se les concediera la propiedad absoluta de sus obras.
EL ECONOMISTA. ¡Ah! ¡ah! ¡Lo he pillado de nuevo, señor conservador-comunista! Pues bien, sepa entonces que, por un descuido de los legisladores del Imperio, esta propiedad es la única que escapó a la limitación. Este saludable olvido no ha dejado de producir excelentes frutos. Nuestros dibujos y modelos industriales no tienen rival en el mundo de hoy.
Esto se explica fácilmente. Por un lado, los industriales que compran la propiedad de dibujos y modelos industriales a los artistas, con la seguridad de conservar perpetuamente esta propiedad, pueden pagar el precio más alto posible. Por otra parte, los artistas, seguros de recibir una remuneración suficiente, dedican el tiempo y el cuidado necesarios a la ejecución de sus obras.
EL SOCIALISTA. Pero, ¿sabe usted qué ocurrió también? Se lo voy a contar. Estos industriales, que son tan fieros guardianes de la propiedad, se dieron cuenta un buen día de que estaban pagando demasiado por sus dibujos y modelos industriales. La cuestión se puso en agenda en sus cámaras de comercio y perfeccionamiento: por unanimidad, se reconoció que el mal procedía del hecho de que la propiedad era perpetua. Se pidió, por lo tanto, al gobierno que la limite. El gobierno se apresuró a cumplir con esta demanda de los altos barones de la industria. El ministro de agricultura y comercio se precipitó a redactar un proyecto de ley para reducir la propiedad de dibujos y modelos industriales a tres, cinco, diez y quince años. El proyecto fue presentado a las Cámaras, discutido en la Cámara de los Pares….
EL CONSERVADOR. ¿Y adoptado?
EL SOCIALISTA. ¡No! La revolución de febrero9 lo quitó de la agenda; pero tenga usted por seguro que se reanudará la discusión y que se aprobará la ley. Sin embargo, estos conservadores que atentan sin escrúpulos contra la propiedad de los artistas, estos conservadores que no dudan en practicar el comunismo cuando les beneficia son los mismos que cazan a los comunistas como fieras.
EL ECONOMISTA. Si los industriales de los que usted habla hubiesen reflexionado bien sobre sus verdaderos intereses; si hubiesen tenido algunas nociones sólidas de economía política, habrían entendido que al perjudicar a los artistas sólo podían perjudicarse también a sí mismos. Cuando la ley haya limitado la propiedad de los dibujos y modelos industriales, estas obras de arte se venderán indudablemente a menor precio; pero, ¿conservarán el mismo grado de perfección? ¿Los artistas de élite no se alejarán de esta rama del trabajo cuando ya no sea posible pagar lo suficiente por sus obras?
EL CONSERVADOR. Siempre se podrá, me parece.
EL ECONOMISTA. Si la posesión de las casas se limitara a un período de tres años, ¿no bajarían de precio?
EL SOCIALISTA. Seguramente. No se pondría un precio muy alto a una casa de la cual uno podría ser desposeído al cabo de tres años.
EL CONSERVADOR. Con este sistema no construiríamos más que casuchas.
EL ECONOMISTA. Pues bien, si la ley baja el valor de mercado de los modelos y dibujos de la misma manera, no haremos más que modelos y dibujos de pacotilla.
Pero entonces nuestros tejidos y nuestros bronces, cuyo dibujo o modelo suele representar todo el precio, ¿seguirán resistiendo la competencia del extranjero? Al limitar la propiedad de los artistas, ¿no habrán cortado los industriales el árbol para obtener el fruto?
EL CONSERVADOR. Es verdad.
EL ECONOMISTA. Ya ven ustedes adónde conduce la limitación de la propiedad. Las cosas se vuelven comunes. ¡Digamos! pero se producen mal o ya no se producen más.
Si ustedes admiten la propiedad ilimitada de las obras de arte, también deben admitir la propiedad ilimitada de los inventos.
EL CONSERVADOR. ¡Propiedad ilimitada de los inventos! Pero eso sería la muerte de la industria ya extorsionada sin piedad por los inventores.
EL ECONOMISTA. Sin embargo, los inventos son fruto del trabajo de la inteligencia, al igual que las obras literarias y las obras de arte. Si estas dan lugar a un derecho de propiedad ilimitado y absoluto, ¿por qué aquellos,que tienen el mismo origen, han de dar lugar sólo a un derecho limitado y condicional?
EL CONSERVADOR. ¿No está en juego aquí el interés de la sociedad? Entiendo que se conceda un derecho de propiedad ilimitado y absoluto a los escritores y artistas. Eso no tiene más que una débil importancia. El mundo podría, si fuese necesario, prescindir de los artistas y escritores.
EL SOCIALISTA. ¡Ay! ¡Ay!
EL CONSERVADOR. Pero no podríamos prescindir de inventores. Son los inventores quienes proveen instrumentos y procedimientos para la agricultura y la industria.
EL ECONOMISTA. Así que no se trata de suprimir a los inventores o de reducir su número. Se trata, por el contrario, de multiplicarlos asegurándoles la remuneración que corresponde por su trabajo.
EL CONSERVADOR. Así lo quisiera; pero al decretar la perpetuidad de la propiedad de los inventos, ¿no pone usted a perpetuidad al agricultor y a la industria bajo el yugo de un pequeño número de inventores? ¿No avasalla usted las ramas más necesarias de la producción a monopolios exigentes, intratables, odiosos? Suponga, por ejemplo, que el inventor del arado hubiera conservado la propiedad de su invento, y que esta propiedad se hubiera transmitido intacta hasta nuestros días, ¿qué habría sucedido?
EL ECONOMISTA. Habría sucedido que hoy tendríamos instrumentos más numerosos y más perfectos para arar.
EL CONSERVADOR. ¡Eso es una aberración pura!
EL ECONOMISTA. Discutamos. Usted conoce la legislación que actualmente rige las invenciones. Se garantiza a los inventores la propiedad de sus obras durante cinco, diez y quince años, a condición de que paguen al fisco 500 francos en el primer caso, 1.000 en el segundo, 1.500 en el tercero. Sin embargo, es muy posible que un invento no dé los resultados que el autor esperaba. En este caso, se le castiga con una multa por haber inventado.
EL CONSERVADOR. Nunca dije que la ley actual fuera perfecta. Podemos reformarla. Pero conceder al inventor la propiedad intelectual de su obra, ¡es una locura!
EL ECONOMISTA. ¿Con qué interés quiere usted despojar al inventor de una parte de su propiedad? ¿Es por el interés de los consumidores actuales? No, porque usted otorga al inventor la propiedad por cinco, diez o quince años. En este intervalo, él saca naturalmente todo el beneficio posible de una propiedad que pronto se le escapará; explota rigurosamente su monopolio. Es, por lo tanto, únicamente con miras a la posteridad que usted despoja a los inventores.
EL CONSERVADOR. Es con miras al progreso, a la civilización. Además, cómo sería posible desentrañar y delimitar los derechos de los inventores. Todos los inventos se tocan en algún punto.
EL ECONOMISTA. Como todas las propiedades materiales. Esto no impide que cada uno logre, a fin de cuentas, mantener la integridad de las suyas.
EL CONSERVADOR. Sí, pero eso sería mucho más difícil en el campo de la invención. ¿El reconocimiento de la propiedad de los inventores no daría lugar a miríadas de juicios?
EL ECONOMISTA. ¿Acaso suprimirla no es un medio singular de preservar la propiedad del peligro de los juicios? Además, la dificultad que usted acaba de plantear se presenta y se resuelve todos los días. Garantizar la propiedad de las invenciones por cinco, diez o quince años da lugar a juicios, al igual que si fuera a perpetuidad. Estos casos son resueltos, y todo está dicho. Su objeción cae ante los hechos. Volviendo al tema, es con miras a la posteridad que usted desea limitar la propiedad de los inventos.
EL CONSERVADOR. Sin duda.
EL ECONOMISTA. Hay en el oeste de la Unión Americana inmensas tierras vírgenes, que son colonizadas diariamente por audaces emigrantes. Cuando estos pioneros de la civilización vislumbran un sitio que les conviene, detienen sus carretas, arman su tienda, y desbrozan y limpian el terreno, primero con el hacha, luego con el arado. Dan un valor a este suelo que antes no lo tenía. Pues bien, han creado valor mediante el trabajo, ¿creería usted justo que la comunidad se lo apropie al cabo de cinco, diez o quince años, en lugar de permitir al trabajador legarlo a su posteridad?
EL CONSERVADOR. ¡Santo cielo! ¡Pero eso sería comunismo, eso sería una barbarie! ¿Quién quisiera desbrozar la tierra en esas condiciones? — ¿Pero existe la menor analogía entre el trabajo del pionero y el del inventor? ¿No es la inteligencia un fondo común que pertenece a la humanidad? ¿Podemos atribuirnos de manera exclusiva sus frutos ? Además, ¿acaso el inventor no se beneficia ampliamente de los descubrimientos de sus predecesores y del conocimiento acumulado en la sociedad? Si él no inventa, ¿acaso otro no inventaría en su lugar aprovechando estos descubrimientos y este conocimiento común?
EL SOCIALISTA. La objeción se aplica tanto al pionero como al inventor. Acaso la sociedad no debería decirle a este primer ocupante de la tierra: Usted va a añadir valor a un suelo que ha permanecido hasta el momento improductivo ¡hágalo! Tiene nuestro consentimiento; pero ¡no olvide que esta tierra es obra de Dios y no suya! ¡No olvide que los frutos son para todos y que la tierra no pertenece a nadie! Disfrute entonces, por algunos años, de esta porción de tierra, pero luego devuélvala fielmente a la humanidad que la recibió de Dios. Y si usted no consiente de buena gana a esta legítima restitución, emplearemos la fuerza para hacer prevalecer el Derecho de Todos sobre el Egoísmo de uno solo….. ¡Cómo! Usted se resiste, objeta que usted solo ha creado, a costa de su sudor, el valor que pretendemos arrebatarle, pero, oh propietario rebelde y desnaturalizado, ¿podría haber creado este valor sin los instrumentos y conocimientos que la comunidad le ha brindado? ¡Responda!
EL ECONOMISTA. Y el propietario sin duda hubiese respondido: — La comunidad me ha brindado herramientas y conocimientos, eso es cierto, pero yo los pagué. Mis ancestros y yo hemos adquirido mediante nuestro trabajo todo lo que poseemos. Por lo tanto, la sociedad no tiene ningún derecho sobre los frutos de mi trabajo actual. Y si, abusando de su fuerza, me arrebata mi propiedad, para ponerla en común o distribuirla a hombres que no la crearon, cometerá el más inicuo y odioso de los expolios.
EL CONSERVADOR. Bien respondido. ¡Refuten eso, señores comunistas!
EL SOCIALISTA. Refútelo usted también. Si la sociedad reconociera que no tiene ningún derecho sobre la propiedad de los desbrozadores, aunque exploten tierras que alguna vez fueron comunes, aunque utilicen descubrimientos y conocimientos anteriores, evidentemente no podría reclamar nada sobre la propiedad de los inventores.
EL CONSERVADOR. Depende de las exigencias del interés general. Si la comunidad se apodera de la tierra cinco, diez y quince años después de que esta haya sido desbrozada.
EL ECONOMISTA……. Y si obliga al desbrozador a pagar quinientos francos, mil francos o mil quinientos francos antes de saber si la tierra será fértil o no…
EL SOCIALISTA. ….. Y sin importar la extensión de la tierra desbrozada.
EL CONSERVADOR. Es seguro que las tierras desbrozadas serán extremadamente raras y que la comunidad misma perderá.
EL ECONOMISTA. Lo mismo ocurre con los inventos. Se inventa mucho menos bajo el régimen de propiedad limitada que lo que se inventaría bajo el régimen de propiedad ilimitada. Ahora bien, como la civilización sólo puede funcionar a través de los inventos, la posteridad, cuyos intereses usted ha invocado, evidentemente ganaría con el reconocimiento de la propiedad de los inventores, del mismo modo como ha ganado con el reconocimiento de la propiedad de la tierra.
EL CONSERVADOR. Puede que usted tenga razón sobre la mayoría de los inventos. Pero hay algunos tan necesarios que no se pueden dejar en propiedad por mucho tiempo. Cité el arado. ¿No sería una terrible desgracia que un solo individuo tuviera el derecho de fabricar y vender arados; si la propiedad de este instrumento, indispensable para la agricultura, no hubiera pasado al dominio público?
EL SOCIALISTA. En efecto, sería desastroso.
EL ECONOMISTA. Examinemos juntos cómo habrían sucedido las cosas si el inventor del arado hubiese disfrutado de la propiedad de su invento, en vez de ser despojado de ella. Pero ante todo, he aquí mi respuesta: ¡No! La sociedad no ha servido a su interés al desconocer el derecho del inventor del arado, atribuyéndose esta propiedad proveniente del trabajo de uno de los suyos y haciéndola común. ¡No! Ha obstaculizado el progreso de los cultivos en lugar de facilitarlo, y al expoliar al inventor se ha expoliado a sí misma.
EL CONSERVADOR. ¡Menuda paradoja!
EL ECONOMISTA. Veamos. ¿Qué es el arado y para qué sirve?
El arado es un instrumento movido por animales de carga, caballos o bueyes, bajo la dirección del hombre, y que sirve para abrir la tierra. Antes de la invención del arado, ¿qué se utilizaba para cultivar la tierra? Se usaba la pala10. He aquí, entonces, dos instrumentos muy distintos, con la ayuda de los cuales se puede realizar la misma tarea; dos instrumentos que compiten entre sí. Esta competencia es, en verdad, muy desigual, pues el arado es infinitamente preferible a la pala; y en lugar de volver a esta última herramienta, la menos económica de todas, la mayoría de los cultivadores se resignarían a pagar una sobretasa considerable a los propietarios del arado. Pero de todos modos, los campos no se quedarían sin cultivar. Se usaría la pala hasta que los dueños del arado, al darse cuenta de que es posible prescindir de ellos, se mostraran más tratables.
Pero de esta situación de la sociedad, expuesta a las pretensiones exageradas de los propietarios de ciertos instrumentos indispensables, ¿qué resultaría? Que habría un inmenso interés por multiplicar el número de estos instrumentos, por crear otros más perfectos. En un momento en el que el precio del arado, por ejemplo, fuese demasiado alto, quien inventara un instrumento igual o más económico para cumplir la misma función, ¿acaso no haría fortuna? Y si quisiera, a su vez, elevar el precio de su instrumento, ¿no se encontraría frenado en sus pretensiones, primero por el hecho mismo de la existencia de los dos viejos artefactos, a los que siempre se podía volver, y luego por el temor de alentar el surgimiento de una nueva competencia al aumentar el interés por descubrir un instrumento más perfecto. – Ven, entonces, que el monopolio nunca sería de temer, pues siempre existiría, por un lado, la competencia real y efectiva de instrumentos menos perfectos y, por otro lado, la competencia eventual y próxima de instrumentos más perfectos.
EL CONSERVADOR. ¿El alcance de los inventos no es limitado11?
EL ECONOMISTA. Las llanuras de la inteligencia son aún más vastas que las de la tierra. ¿En qué rama de la producción podemos afirmar que ya no hay más progresos por realizar, no hay más descubrimientos por hacer? No tema usted que la carrera de la invención se termine; las fuerzas de la humanidad se agotarán antes de haberla recorrido en su totalidad.
¿Cree usted, por ejemplo, que no se puede encontrar mejores instrumentos agrícolas que los actuales? ¿Acaso no es el arado un instrumento bárbaro comparado con los vehículos que se emplean en la producción manufacturera? El arado es un vehículo movido por una fuerza animal. Ahora bien, ¿no debe la industria manufacturera el inmenso progreso logrado durante el último medio siglo a la sustitución de la fuerza animal por el motor a vapor12? ¿Por qué esta sustitución económica de un motor animado por un motor inanimado no se produciría también en la agricultura? ¿Por qué un vehículo a vapor no reemplazaría al arado como la mule-Jenny13 reemplazó a la máquina de hilar, como el motor de vapor reemplazó al caballo ciego en los molinos para mover la muela, como el propio arado, movido por la fuerza de animales de carga, sustituyó a la pala movida por la fuerza del hombre?
Si, desde un principio, la propiedad de los inventos hubiese sido reconocida y respetada al igual que la propiedad material, ¿no es, al menos, probable que este progreso ya se hubiera logrado? ¿No es probable que el vapor ya hubiese transformado y multiplicado la producción agrícola como transformó y multiplicó la producción industrial? ¿No resultaría esto en una inmensa ventaja para toda la humanidad?
De todo esto concluyo que la sociedad habría tenido, desde un principio, el mayor interés en reconocer y respetar la propiedad de los inventos, incluso la del arado.
EL CONSERVADOR. Entonces, ¿usted cree que inventamos más cuando la propiedad de los inventos es más amplia y está mejor garantizada?
EL ECONOMISTA. Seguramente, lo creo. No fue sino hasta el siglo XVIII que empezamos a reconocer la propiedad de los inventos. Compare usted, por lo tanto, los descubrimientos hechos en un período dado, antes y después de dicha época.
EL CONSERVADOR. Esto contradice sus teorías, ya que la propiedad de los inventos no es ilimitada.
EL ECONOMISTA. Si la propiedad de un campo de trigo, después de haber sido común durante mucho tiempo, fuera reconocida y garantizada durante cinco, diez o quince años a un solo individuo, ¿acaso el aumento de la producción de trigo probaría algo contra la propiedad ilimitada?
EL CONSERVADOR. Capaz no … ¿Pero ciertas cosas no se descubren por sí solas, por así decirlo? Hay descubrimientos que están en el aire14.
EL ECONOMISTA. Como hay cultivos que están bajo la tierra. Solo se trata de sacarlos. Pero tenga por seguro que “el azar” no se encargará de ello. — ¿Cómo descubrió la ley de la gravedad?, le preguntaron una vez a Newton. – Pensando siempre en ella, respondió el genio. Watt, Jacquart, Fulton probablemente hubiesen dado la misma respuesta a una pregunta similar. El azar no inventa nada; no despeja el dominio de la inteligencia más que el de la materia. Dejemos, entonces, el azar de lado.
Se dice que si un descubrimiento no se hiciera hoy, se haría mañana; pero ¿no puede aplicarse esta hipótesis con la misma exactitud al trabajo de la tierra que a las nuevas combinaciones de ideas, a los inventos? Si los Backwoodsmen15 que emigran hoy al oeste se quedaran en casa, ¿no podemos afirmar que otros Backwoodsmen irían a asentarse en las mismas tierras vírgenes dentro de cinco, diez o quince años? ¿Por qué entonces no limitar el derecho de propiedad de los primeros? ¿Por qué? Porque si lo limitáramos, nadie querría adentrarse en las soledades del oeste, ni hoy ni mañana. Del mismo modo, créame, nadie se esforzaría en realizar los descubrimientos que están en el aire si no tuviese la posibilidad de apoderarse de ellos.
EL CONSERVADOR. Olvida usted que la gloria y el deseo aún más noble de servir a la humanidad actúan en los inventores de manera no menos poderosa que el mero interés.
EL ECONOMISTA. La gloria y el deseo de servir a la humanidad forman parte del interés y no son distintos de él, tal como ya les he demostrado. Pero estos motivos elevados no son suficientes. Al igual que los escritores y los artistas, los inventores están sujetos a las preocupaciones humanas. Al igual que ellos, necesitan alimentarse, vestirse, alojarse y, en la mayoría de los casos, también mantener una familia. Si usted no les ofrece otro incentivo más allá de la gloria y la satisfacción de haber servido a la humanidad, la mayoría de ellos tendrá que renunciar a la carrera de inventor. Sólo los ricos podrán inventar, escribir, esculpir y pintar. Sin embargo, dado que los ricos no son trabajadores muy activos, la civilización difícilmente avanzará.
EL SOCIALISTA. Vamos, vamos, señor conservador, acepte de buena gana que ha sido vencido. Si admite la perpetuidad de la propiedad material, no puede sino admitir la de la propiedad intelectual. Existen los mismos derechos y las mismas necesidades en ambas partes (suponiendo, por supuesto, que reconozcamos este derecho y estas necesidades). Acceda, por lo tanto, a reconocer la propiedad de los inventos tal como ha reconocido las demás.
EL CONSERVADOR. Todo esto puede ser cierto en teoría, pero, ¡desde luego! En la práctica prefiero aferrarme al statu quo.
EL SOCIALISTA. ¡Si nosotros tenemos a bien permitírselo16!
NOTAS DEL AUTOR Y DE LOS TRADUCTORES
- NdT: El Antiguo Régimen es el término utilizado por la historiografía para designar el período de la historia francesa que corresponde al reinado de la Casa de Borbón, desde el ascenso al trono de Enrique IV en 1589 hasta la Revolución Francesa en 1789. ↩︎
- NdT: Étienne-Gabriel Morelly, nacido hacia 1717 y fallecido hacia 1778, fue un filósofo francés poco conocido que formó parte del movimiento de la Ilustración. Su obra principal, El Código de la Naturaleza (le Code de la nature), se basa en el postulado de que el hombre es bueno por naturaleza y que todos sus males provienen de la noción de propiedad. ↩︎
- NdT: En la época de Gustave de Molinari, el librero tenía una función más extendida y semejante a la que hoy corresponde a una editorial. ↩︎
- NdT: Esquilo, nacido cerca de 525 a. C. en Eleusis y fallecido cerca de 456 a. C. en Gela, fue un dramaturgo griego. Es considerado como el primer gran representante de la tragedia griega. Fue predecesor de Sófocles y Eurípides. ↩︎
- NdT: Actualmente tenemos un debate similar acerca de los subsidios que otorgan los gobiernos a las actividades artísticas como la literatura, el cine, el teatro, entre otros. ↩︎
- NdT: En Francia, durante la Edad Media y el Antiguo Régimen, el derecho de aubana (droit d’aubaine) fue el derecho según el cual la sucesión de un extranjero no naturalizado que moría sin descendencia se atribuía al señor del lugar o al rey. ↩︎
- NdT: Gustave Louis Adolphe Victor Aristide Charles Chaix d’Est-Ange fue un abogado y político francés nacido en Reims el 11 de abril de 1800 y fallecido en París el 14 de diciembre de 1876. ↩︎
- NdT: Gustave de Molinari usa el término “modèles et dessins de fabrique”, que se traduciría literalmente por “modelos y dibujos de fábrica”. Sin embargo, hemos elegido una versión actualizada de este término, “dibujos y modelos industriales”, que permite al lector hacer su propia búsqueda en las legislaciones actuales de propiedad intelectual. ↩︎
- NdT: Se trata de la revolución francesa de 1848. ↩︎
- NdT: En el imperio incaico, antes el aporte del arado por los españoles, los agricultores utilizaban la chaquitaclla, cuyo uso se mantiene en las zonas más alejadas y humildes de la sierra peruana. ↩︎
- NdT: Los lectores del siglo XXI, si comparan el nivel tecnológico y científico de hoy con el del siglo XIX, se benefician de una demoledora prueba histórica de que la creatividad humana es infinita y el temor del conservador, en este caso, es erróneo. ↩︎
- NdT: Gustave de Molinari anticipó bien el desarrollo tecnológico. El motor a vapor fue un invento temporal, reemplazado luego por el motor de combustión interna. Esta mecanización progresiva generó trabajos menos arduos e incrementó considerablemente la productividad. Sin embargo, tanto en la época de Molinari como ahora, los inventos suelen generar temores, e incluso rechazo, en la sociedad. En el fondo, los argumentos que hoy escuchamos acerca de los peligros de la Inteligencia Artificial no son muy diferentes de los que hubo acerca delas máquinas durante la Revolución Industrial. Recomendamos al lector revisar el capítulo 8 titulado “Las máquinas” en el libro Lo que se ve y lo que no se ve de Frédéric Bastiat. ↩︎
- NdT: Tomando elementos preexistentes de las máquinas de hilar (la water-frame de Richard Arkwright y la spinning Jenny de James Hargreaves), Samuel Crompton inventó en 1779 la mule-Jenny. Esta máquina redujo el trabajo necesario para la producción de hilo e incrementó considerablemente su producción. Fue uno de los inventos más importantes de la Revolución Industrial en Inglaterra. ↩︎
- NdT: En este punto, el autor probablemente hace referencia a ciertos descubrimientos que ocurren en una fecha próxima, pero en lugares diferentes y sin que los descubridores se conozcan. Este fenómeno fue estudiado por William Ogburn y Dorothy Thomas, quienes en 1922 publicaron 150 ejemplos de descubrimientos realizados por personas que trabajaban independientemente unas de otras. ↩︎
- NdT: En este contexto, se refiere a los pioneros de la conquista del oeste americano. Actualmente, en inglés, esta palabra designa a una persona que vive en una región alejada de la ciudad o poco poblada. ↩︎
- La propiedad intelectual, tan lamentablemente incomprendida por los propietarios de nuestro tiempo, ha encontrado un ingenioso y perseverante defensor en el Sr. Jobard, director del museo de Bruselas. En París, un novelista distinguido, el Sr. Hip. Castille, fundó un periódico en 1847 para defender esta causa que interesa a tantos trabajadores. Desafortunadamente, la iniciativa del Sr. Castille no obtuvo el éxito que tanto merecía. Al cabo de unos meses, el Travail intellectuel dejó de publicarse. Me he limitado a resumir aquí varios artículos publicados por mí en esa revista de uno de los defensores más dedicados de la propiedad intelectual. ↩︎
Le Travail intellectuel
Le Travail intellectuel: journal des intérêts scientifiques, littéraires & artistiques / Hippolyte Castille, rédacteur en chef (1847). Revista parisina de la época que describe la discusión realizada en esta segunda Velada del libro de Molinari.
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