TRADUCCIÓN: Duodécima y última velada de “Las veladas de la calle San Lázaro”

RESUMEN: La renta1. — Su naturaleza y origen. — Resumen y conclusión.

EL ECONOMISTA. Nuestras conversaciones llegan a su fin. ¿Quiere que le presente un resumen de nuestros trabajos, como se dice en la Asamblea?

EL SOCIALISTA. Tengo una aclaración que solicitarle primero. 

Usted nos ha dicho que los costos de producción de todas las cosas se componen del salario del trabajo y del interés del capital; usted ha agregado que el precio corriente de las cosas tiende natural e irresistiblemente a equilibrarse con sus costos de producción. Pero no nos has dicho ni una palabra sobre la renta.

EL ECONOMISTA. La renta no forma parte de los costos de producción de las cosas.

EL SOCIALISTA. ¿Qué está diciendo? ¿Negará que miles de individuos viven no de intereses o salarios, sino de una renta?

EL ECONOMISTA. No lo negaré.

EL SOCIALISTA. ¡Pues bien! ¿Dónde yace esa renta sino en el precio de las cosas? Si el agricultor no tuviera que pagar renta a su terrateniente, ¿no podría vender su trigo más barato? ¿Acaso no está obligado a incluir la renta entre los costos de producción del trigo?

EL ECONOMISTA. No vende su trigo a un precio más alto porque paga una renta; paga renta porque vende su trigo a un precio más alto. La renta no actúa como causa en la formación de los precios; es sólo un resultado.

EL SOCIALISTA. Causa o resultado, ¿acaso por eso existe menos, o resulta menos inicua? ¿Qué podemos decir de un hombre que posee, en virtud de una herencia, una inmensa extensión de tierra donde ni él ni los suyos han vertido trabajo alguno?. Esta tierra le pertenece porque una vez cayó en manos de uno de sus antepasados, líder de una de las hordas bárbaras que invadieron y arrasaron el país. Desde entonces, el señor de la tierra obliga al campesino a entregarle un tercio o la mitad del fruto de su dura labor, a modo de renta. Miles de hombres han vivido y viven aún tomando este tributo del trabajo de sus semejantes. ¿Es justo?

¿No deberían los gobiernos poner fin a tan monstruoso abuso, ya sea expropiando la tierra para restituirla a los trabajadores, o imponiendo a los propietarios obligaciones que absorban el valor de la renta? Todos los ingresos tienen su origen en el trabajo, excepto este. ¿No ha llegado ya la hora de que cese esta excepción? ¿Acaso el propio J.-B. Say no admitía que el ingreso procedente de la renta era el menos respetable de todos? Déjeme la renta a un lado y le concedo la propiedad.

EL ECONOMISTA. Concédame la propiedad y le garantizo que la renta desaparecerá por sí sola.

EL SOCIALISTA. ¿La renta desapareciendo sola? ¡Eso sí que sería extraño!

EL ECONOMISTA. La renta no es, como usted parece creer, un fruto de la propiedad. La renta es, por el contrario, el producto de los diversos ataques a la propiedad desde el origen de las sociedades.

Al investigar los orígenes de la renta, Ricardo reconoció que no forma parte de los costos de producción. Esto significa que si los productos nunca se vendieran por encima de su costo de producción, por encima de la cantidad de trabajo que han requerido, no existiría la renta.

Si la renta no es parte de los costos de producción, ¿qué es? 

Es la diferencia entre el precio corriente de las cosas (el precio al que se venden) y sus costos de producción.

EL SOCIALISTA. Qué importa, una vez más, que la renta no esté incluida en los costos de producción, si está incluida en el precio corriente y, por lo tanto, se paga.

EL ECONOMISTA. Importa mucho. Los costos de producción, al estar compuestos por la cantidad de trabajo necesaria para crear un producto, no pueden dejar de existir. Todo lo que los sobrepasa, en cambio, sí puede no existir.

EL SOCIALISTA. Empiezo a entender.

EL CONSERVADOR. Y me temo que he entendido demasiado.

EL ECONOMISTA. No tiene que temer. Si la renta no está incluida en los costos de producción, el resultado es:

1° Que no represente ningún trabajo realizado ni compensación de pérdidas sufridas o por sufrir.

2° Que sea el resultado de circunstancias artificiales, las cuales deben desaparecer con las causas que las originaron. 

¿Cuáles son estas causas? ¿Qué causas elevan y mantienen el precio corriente de las cosas por encima de sus costos de producción, o lo hacen descender por debajo de estos, en oposición a la ley natural que actúa incesantemente para acercar  el precio corriente a los costos de producción?

Así es como se plantea la pregunta.

EL SOCIALISTA. Si la ley económica que acerca el precio corriente a los costos de producción es idéntica a la ley física que rige la caída de los cuerpos y mantiene el equilibrio de las superficies líquidas, no puedo concebir que su acción pueda ser perturbada por causas artificiales.

EL ECONOMISTA. Usted no piensa en las represas y el terreno irregular que perturba el curso natural del agua.

EL SOCIALISTA. Sí, pero el nivel siempre se restablece.

EL ECONOMISTA. Se equivoca. Se establecen niveles ficticios. El nivel natural sólo reaparece cuando se rompe la represa. Y como cada uno ha querido hacer fluir las aguas hacia su lado sin preocuparse por el vecino, el campo de la producción ha quedado atravesado por una multitud de represas. Unos han recibido más agua de la que necesitaban, mientras que otros han quedado completamente secos.

Estas barreras económicas se denominan monopolios y privilegios. 

Así es como funcionan los monopolios y los privilegios para producir renta. 

Si una industria está sujeta a la ley de la libre competencia, no podrá vender sus productos por mucho tiempo por encima o por debajo de sus costos de producción; por lo tanto, no dará lugar a ninguna renta. Quienes la emprenderán sólo recibirán la remuneración legítima de su trabajo y la compensación necesaria por el uso de su capital.

Si, por el contrario, ciertos industriales gozan del privilegio exclusivo de vender sus mercancías en una determinada circunscripción, estos industriales podrán convenir en ofrecer siempre una cantidad de esta mercancía inferior a la que se demanda. De esta manera lograrán elevar el precio corriente por encima de los costos de producción. La diferencia será su renta

Por otro lado, cuando una mercancía ha sido producida en una cantidad demasiado grande, teniendo en cuenta el número de consumidores que pueden pagar los costos de producción, el precio corriente cae por debajo de estos costos y la diferencia sigue constituyendo una renta. Sólo que esta renta, en lugar de ser pagada por el consumidor, la paga el productor. Entendemos que no puede ser más que accidental.

La producción de artículos de primera necesidad, por sí sola, puede dar lugar a una renta considerable. 

Si se reduce de manera artificial la oferta de artículos de lujo, el precio aumentará y la demanda disminuirá. El precio bajará entonces rápidamente y, con él, la renta.

Pero no ocurre lo mismo con los artículos de primera necesidad.

Supongamos que se trata del trigo. Si la oferta es inferior a  la demanda, el precio corriente del trigo puede subir casi indefinidamente. Examinemos cómo se hacen las cosas a este respecto, y cómo surge la renta de la tierra.

Una población vive en medio de una vasta extensión de tierra. Poco numerosa, se limita a cultivar las mejores parcelas, aquellas que rinden mucho a cambio de poco trabajo. La población empieza a crecer. Si no puede expandirse más, ya sea por falta de seguridad exterior o por obstáculos interiores a su expansión natural, ¿qué ocurrirá?

Si no se le permite obtener del exterior, es decir de regiones donde las buenas tierras son más que suficientes para alimentar a la población, la porción de subsistencias que le falta, el déficit interior la obligará a pagar el precio del trigo por encima de sus costos de producción. Entonces surgirá la renta de la tierra. 

Pero, inmediatamente, la subida del precio del trigo inducirá al cultivo de cereales en tierras de segunda calidad o, mejor dicho, menos aptas para este cultivo especial. Siendo más cara la producción de trigo en estas tierras que en las de primera calidad, sus dueños obtendrán una renta menor. Incluso puede suceder que la importación de una nueva cantidad de trigo provoque que el precio corriente baje al nivel de los costos de producción de la tierra recién puesta en cultivo, o incluso por debajo. En el primer caso, los dueños de estas tierras cubrirán sólo el momento de su costo de producción, y no recibirán renta; en el segundo caso, ni siquiera se cubrirán los costos de producción y la renta caerá a cero; lo que determinará el abandono de las tierras cultivadas por encima de lo necesario.

Si, por el contrario, las tierras recién puestas en cultivo aún no bastan para cubrir el déficit de la demanda, como el precio corriente del trigo sigue generando una renta, se dedicarán al cultivo nuevas tierras, inferiores a las anteriores. Este movimiento continuará hasta que el precio corriente deje de superar los costos de producción de los cereales en las tierras más recientemente puestas en cultivo.

Así lo vemos en ciertos países donde la población ha aumentado desmesuradamente sin poder expandirse y donde, al mismo tiempo, los alimentos de fuera no pueden ser importados, que tierras casi estériles producen escasas cosechas de trigo, mientras que las buenas tierras dan lugar a una renta enorme.

EL SOCIALISTA. ¿Cree usted que si ningún obstáculo artificial se hubiera opuesto a la expansión natural de las poblaciones, si ninguna institución ni ningún prejuicio hubiera estimulado en exceso el desarrollo de la población, si, en definitiva, la circulación de alimentos siempre hubiera sido libre, nunca se habría creado la renta de la tierra?

EL ECONOMISTA. Estoy convencido. En ese caso, esto es lo que habría sucedido. Los diferentes pueblos de la tierra habrían aplicado a cada calidad de tierra el cultivo que mejor le convenía recibir, y habrían subsistido intercambiando los excedentes de sus producciones naturales por alimentos producidos por otros pueblos en las mismas condiciones. Mientras la demanda de estas diversas mercancías, cultivadas en sus terrenos especiales, no hubiera superado la oferta, no habría habido renta. Ahora bien, con este modo natural de explotación, al dar la tierra su máxima producción, la población habría podido ajustarse sin dificultad a los medios de subsistencia disponibles.

EL SOCIALISTA. Esto sería cierto si los diferentes tipos de materiales que la tierra alberga y que el trabajo transforma en productos consumibles fueran proporcionales, en cuanto a sus cantidades, a las diversas necesidades del hombre; si las tierras de cultivo de trigo fueran proporcionales, en cuanto a su extensión, al consumo general de trigo; las tierras de olivos y colza, al consumo general de aceite; los yacimientos metalíferos y carboníferos al consumo general de metales y carbón; pero ¿existe de forma natural esta armonía entre nuestras diversas necesidades y la cantidad de materiales para satisfacerlas? ¿No son algunas cosas demasiado escasas en relación con la necesidad que tenemos de ellas y, en consecuencia, no nos vemos obligados a pagarlas siempre por encima de sus costos de producción? ¿No disfrutan las tierras que albergan estas cosas en estado de materia prima o las personas que poseen las facultades con las que se producen de un verdadero monopolio natural, en el sentido de que inevitablemente deben dar u obtener una renta2?

EL ECONOMISTA. No existen monopolios naturales. La Providencia ha proporcionado exactamente a nuestras diversas necesidades las diversas riquezas que ha puesto a nuestra disposición. Pero si hemos empleado nuestro libre albedrío y nuestra fuerza en destruir o desperdiciar parte de estas riquezas en lugar de usarlas todas, si hemos pasado siglos disputándonos pedazos de territorio en lugar de extendernos libremente sobre los inmensos espacios abiertos ante nosotros; si al confinarnos en límites estrechos hemos sobreestimulado directa o indirectamente la multiplicación de nuestra especie, si hemos rechazado los alimentos provenientes de los lugares donde fueron producidos con mayor ventaja para producirlos nosotros mismos contra el sentido de la naturaleza, si, en nuestra ignorancia, hemos falseado así el orden esencial que el creador  había establecido en su sabiduría, ¿es culpa de la Providencia?

Si, para hablar sólo de Francia, nuestras instituciones de caridad legal han alentado el desarrollo anormal de la población; si, al mismo tiempo, nuestras leyes aduaneras han impedido la entrada de cereales extranjeros, de modo que se ha vuelto ventajoso talar magníficos olivares para reemplazarlos por magros campos de trigo, ¿es culpa de la Providencia?

Si nuestra legislación minera, al detener el desarrollo de nuestra producción mineral mientras nuestras leyes aduaneras impedían la introducción de productos minerales del exterior, ha creado un vacío artificial en nuestro suministro de hierro, plomo, cobre, estaño, etc., ¿es culpa de la Providencia?

Si un monopolio detestable, al desviar la educación de sus caminos naturales, ha incapacitado a un gran número de hombres para desempeñar diversos empleos útiles, al tiempo que los ha llevado al exceso en otros, ¿es culpa de la Providencia?

Si, finalmente, a raíz de la perversión ocasionada por los monopolios y los privilegios en el orden esencial de la sociedad, ciertos individuos han llegado a satisfacer sus deseos más desenfrenados, mientras que la masa apenas podía cubrir sus necesidades básicas; si el orden natural del consumo ha sido perturbado, si algunas mercancías han tenido una demanda excesiva y otras una demanda insuficiente, ¿es culpa de la Providencia?

EL SOCIALISTA. ¡No! ¡Tiene usted razón, es culpa del hombre!

EL ECONOMISTA. Pero cuando estas causas de perturbación desaparezcan, pronto verán restablecerse el orden natural de las sociedades, del mismo modo que se restablece el curso natural del agua tras la destrucción de una represa; verán cómo la producción se concentra en los lugares donde puede realizarse con mayor ventaja y cómo el consumo recupera sus proporciones normales; verán, en consecuencia, que las oscilaciones del precio corriente y del precio natural se atenúan cada vez más, se vuelven casi imperceptibles y acaban por desaparecer, eliminando la renta. Verán entonces que la producción se lleva a cabo con la máxima abundancia y que la distribución se realiza de acuerdo con las leyes de la justicia.

Esto les resultará aún más evidente cuando haya resumido la doctrina que les he expuesto en estas charlas.

EL CONSERVADOR Y EL SOCIALISTA. Tenga la amabilidad de darnos un resumen.

EL ECONOMISTA. Con gusto.

Hemos tomado al hombre como punto de partida. Bajo el imperio de sus necesidades físicas, morales e intelectuales, el hombre se ve impulsado a producir. Para ello, utiliza sus facultades físicas, morales e intelectuales. El esfuerzo que impone a sus facultades para producir se denomina trabajo. Cada esfuerzo exige una compensación correspondiente, de lo contrario se pierden las fuerzas, se alteran las facultades y el ser humano se marchita en lugar de mantenerse o progresar3.

Cada esfuerzo implica un sufrimiento; cada recompensa o consumo, un disfrute; el hombre se inclina naturalmente, impulsado por su interés, a gastar menos esfuerzos y a recibir más cosas aptas para el consumo.

Este resultado se alcanza mediante la división del trabajo.

La división del trabajo implica intercambios, relaciones, sociedad.

Aquí surge un serio problema.

En estado de aislamiento (suponiendo que tal estado haya existido alguna vez), los esfuerzos del hombre tienen un poder mínimo, pero el individuo que los realiza se atribuye todo el resultado. Consume todo lo que produce.

En el estado de sociedad, los esfuerzos del hombre adquieren un máximo de poder, gracias a la división del trabajo, pero ¿puede el resultado de sus esfuerzos conservarse siempre intacto para cada productor? ¿El estado de sociedad conlleva, desde este punto de vista, la misma justicia que el estado de aislamiento? ¿Cómo, por ejemplo, un hombre que pasa su vida fabricando la décima parte de un alfiler puede obtener una remuneración tan proporcional a sus esfuerzos como el salvaje aislado que, después de haber cazado un ciervo, consume el producto de su trabajo?

¿Cómo? A través de la propiedad.

¿Qué es la propiedad? Es el derecho natural a disponer libremente de sus facultades y del producto de su trabajo.

¿Cómo operan la producción y distribución de la riqueza bajo el régimen de propiedad?

El hombre produce todo lo que necesita mediante su trabajo, actuando sobre las materias primas que le proporciona la naturaleza. Su trabajo es de dos tipos:

Cuando el hombre realiza un esfuerzo con fines productivos, ese esfuerzo se denomina simplemente trabajo. Cuando el esfuerzo se ha realizado, cuando se ha obtenido un producto como resultado, ese producto se denomina capital. Todo capital se compone de trabajo acumulado.

Ahora bien, toda producción requiere la intervención de estos dos agentes: el trabajo actual y el trabajo acumulado.

Es entre estos dos agentes de la producción que se reparte el producto.

¿Cómo se reparte? En función de los costos de producción de cada uno, es decir, en función de los sacrificios que asume o los esfuerzos que realiza el propietario del trabajo actual, el obrero, y el propietario del trabajo acumulado, el capitalista.

¿En qué consisten los costos de producción a cargo del capitalista?

Consisten en el trabajo realizado por el capitalista al aplicar su capital a una empresa de producción, en la privación que se impone y en los riesgos que corre al comprometer su capital en una empresa de producción.

Este trabajo, esta privación y estos riesgos constituyen los elementos del interés.

¿En qué consisten los costos de producción a cargo del trabajador?

En la suma de esfuerzos que el trabajador realiza al poner en práctica sus facultades. Estos esfuerzos son de diversa índole, físicos, morales o intelectuales, según la naturaleza del trabajo. Para poder realizarlos sin alterar las facultades productivas del trabajador, requieren una cierta cantidad de reparaciones que varían según la naturaleza del trabajo.

Estas reparaciones necesarias para la realización del trabajo constituyen los elementos del salario.

La unión del interés y el salario compone los costos de producción de todo tipo de productos.

Ejemplo:

¿En qué consisten los costos de producción de una pieza de calicó4

Consisten, en primer lugar:

En el salario de los obreros, capataces y empresarios textiles.

En el interés del capital invertido por el empresario textil. — Este capital se compone de edificios, maquinaria, materias primas, numerario destinado al pago de los obreros, etc. El capitalista que lo ha cedido recibe un interés destinado a cubrir su labor como prestamista o accionista, su privación y sus riesgos de deterioro o pérdida.

Primer interés y primer salario.

Antes de ser tejido, el algodón ha sido hilado. — Para hilarlo, también ha sido necesario invertir capital y trabajo. — Trabajo de los empresarios, los capataces y los obreros de la hilandería; capital en forma de edificios, máquinas, combustibles, materias primas y numerario.

Segundo interés y segundo salario.

Antes de ser hilado, el algodón ha sido transportado. Para transportarlo, se necesitó la colaboración de comerciantes, corredores, cargadores, armadores y operadores de transporte. — Trabajo de comerciantes, corredores, cargadores, armadores, marineros, carreteros; capital en forma de almacenes, oficinas, carretas, barcos, provisiones para la tripulación, vehículos o vagones y numerario.

Tercer interés y tercer salario.

Antes de ser transportado, el algodón ha sido cultivado. Para cultivarlo, también se necesitó capital y trabajo. — Trabajo de los directores de plantación, de los capataces y de los obreros; capital en forma de tierras puestas en cultivo, edificios, semillas, máquinas y numerario. (Si los trabajadores son libres, comúnmente se les paga en numerario; si son esclavos, se les paga, sin negociación posible, en alimentos, ropa y alojamiento. En ambos casos, el precio del algodón debe cubrir su salario, así como el del empresario y el de los capataces, además del interés del capital adelantado a los trabajadores antes de que se realice el producto de la cosecha).

Cuarto interés y cuarto salario. 

Añadan a esto el salario de los comerciantes, que ponen las piezas de calicó al alcance del consumidor y se las venden al por menor según sus necesidades, y el interés del capital invertido por estos intermediarios indispensables, y tendrán el conjunto de los costos de producción del calicó.

Supongan que una plantación haya proporcionado mil fardos de algodón y que, con esos mil fardos, se hayan fabricado veinticinco mil piezas de calicó de cincuenta aunes5 cada una. Supongan también que estas veinticinco mil piezas de calicó se han vendido en crudo, a razón de 30 céntimos por cada aune, obtendrán un total de… 375 000 francos.

Esta suma de 375 000 francos se habrá distribuido entre todos los que han contribuido a la producción del calicó, desde el esclavo y el plantador hasta el comerciante y su dependiente.

Pero, ¿en virtud de qué ley se ha repartido ese valor de 375 000 francos entre todos los que han contribuido a generarlo? ¿Qué ley ha determinado el interés justo de los capitalistas y el salario justo de los trabajadores, así como el precio justo del producto que ha proporcionado ese interés y ese salario?

Esa ley es el verdadero regulador del mundo económico, y la he expresado así:

Cuando la oferta supera a la demanda en progresión aritmética, el precio baja en progresión geométrica y, del mismo modo, cuando la demanda supera a la oferta en progresión aritmética, el precio sube en progresión geométrica.

Bajo el imperio de esta ley, actuando en un entorno libre, nadie puede vender un interés, un salario o un producto por encima o por debajo de la suma necesaria para poner en el mercado ese interés, ese salario o ese producto, es decir, por encima o por debajo de la suma de los esfuerzos y sacrificios que realmente han costado.

Porque, en virtud de esta ley, el precio corriente de todas las cosas, intereses, salarios y productos, se reduce incesante e irresistiblemente al nivel de sus costos de producción.

¿Cómo?

En una sociedad donde la división del trabajo ha separado la mayoría de las actividades productivas, el hombre, que es a la vez productor y consumidor, se ve constantemente obligado a ofrecer lo que produce para obtener a cambio lo que necesita.

Cuando se demanda algo, sólo se tiene en cuenta la magnitud y la intensidad de la necesidad que se tiene de ello; no se tiene en cuenta lo que ha costado producirlo6. Por lo tanto, puede ocurrir que, para obtenerlo, uno se imponga sacrificios y esfuerzos muy superiores a los que ha costado. Según la experiencia, esto ocurre cuando un gran número de personas necesitan un producto y pocas personas lo producen, cuando un producto tiene mucha demanda y poca oferta. En este caso, la experiencia demuestra además que una pequeña desproporción entre la demanda y la oferta provoca una rápida variación de los precios. A medida que la desproporción aumenta en progresión aritmética, la variación del precio crece y se acelera en progresión geométrica.

Pero, a medida que el precio sube más, también actúa con mayor fuerza para restablecer el equilibrio entre la oferta y la demanda.

Cuando el precio al que se vende una cosa supera con creces la suma de los esfuerzos y sacrificios que ha costado producirla, inmediatamente la multitud de hombres que se dedican a producciones menos rentables, o cuyos capitales, inteligencia y mano de obra se encuentran momentáneamente inactivos, se sienten motivados a producir dicha cosa. El estímulo es más intenso cuanto más alto es el precio y cuanto mayor es la diferencia entre la demanda y la oferta. Bajo el imperio de este estímulo, se presentan entonces más o menos numerosos competidores para aumentar la producción y satisfacer de manera más completa la demanda.

Sin embargo, el aumento de la producción tendrá un límite. ¿Cuál será ese límite?

Si el precio sube en progresión geométrica cuando la demanda supera a la oferta, también baja en progresión geométrica cuando la oferta supera a la demanda. Por lo tanto, si, animados por la perspectiva de obtener beneficios, los productores aumentan la oferta, llega un momento en que el precio corriente de la mercancía cae al nivel de sus costos de producción. Entonces, si se sigue llevando al mercado cantidades cada vez mayores de dicha mercancía y el aumento de la demanda no equivale al de la oferta, el precio corriente cae progresivamente por debajo de los costos de producción.

Pero, a medida que la desproporción se acentúa en este sentido, los productores que cubren menos sus gastos tienen más interés en volcarse hacia otras ramas de la producción. A medida que el precio baja más, actúa con mayor energía para frenar el movimiento de la oferta, hasta que la desaceleración lo devuelve al nivel de los costos de producción.

Es así como vemos que el precio corriente de todas las cosas, el trabajo, el capital y los productos, gravita incesante e irregularmente hacia el límite de los costos de producción de dichas cosas, es decir, hacia la suma de los esfuerzos y sacrificios reales que ha costado producirlas7.

Pero si el precio de todas estas cosas se reduce incesante e irresistiblemente al límite de sus costos de producción, a la suma de los esfuerzos y sacrificios reales que ha costado, cada uno debe recibir inevitablemente, tanto en el estado de sociedad como en el estado de aislamiento, la justa retribución de sus esfuerzos y de sus sacrificios.

Con esta diferencia: el hombre aislado, que produce todas las cosas por sí mismo, se ve obligado a realizar grandes esfuerzos para obtener unas pocas satisfacciones; mientras que el hombre en sociedad, que disfruta de la ventaja de la división del trabajo, puede obtener numerosas satisfacciones a cambio de pocos esfuerzos. Estas satisfacciones serán tanto más considerables, y estos esfuerzos tanto más débiles, cuanto más haya desarrollado el progreso la división del trabajo y, por lo tanto, haya disminuido los costos de producción de las cosas.

Desafortunadamente, si bien se han realizado numerosos esfuerzos para desarrollar económicamente la producción, al mismo tiempo se han levantado numerosos obstáculos, por ignorancia o perversidad humana, para entorpecer este desarrollo y perturbar la distribución natural y equitativa de la riqueza.

Es en un entorno libre, en un entorno donde se respeta plenamente el derecho de propiedad de cada uno sobre sus facultades y los resultados de su trabajo, que la producción se desarrolla al máximo, y que la riqueza se distribuye irresistiblemente según los esfuerzos y sacrificios hechos por cada uno.

Ahora bien, desde el origen del mundo, los hombres más fuertes o más astutos atentaron contra la propiedad interior o exterior de otros hombres, con el fin de consumir en su lugar parte de los frutos de la producción. De ahí surgieron la esclavitud, los monopolios y los privilegios.

Al mismo tiempo que destruyeron la distribución equitativa de la riqueza, la esclavitud, los monopolios y los privilegios frenaron la producción, ya sea disminuyendo el interés que los productores tenían en producir, o desviándolos del tipo de producción que podrían realizar de manera más útil. La opresión engendró la miseria.

Durante largos siglos, la humanidad gimió en el limbo de la servidumbre. Pero, a intervalos sucesivos, resonaban entre las masas esclavizadas y explotadas oscuros clamores de angustia y rabia. Los esclavos se sublevaban contra sus amos exigiendo libertad.

¡Libertad! Era el grito de los cautivos de Egipto, de los esclavos de Espartaco, de los campesinos de la Edad Media y, más tarde, de los burgueses oprimidos por la nobleza y las corporaciones religiosas, de los obreros oprimidos por las maîtrises y jurandes8. ¡Libertad! Era el grito de esperanza de todos aquellos cuyas propiedades habían sido confiscadas por el monopolio o el privilegio. ¡Libertad! Era la ardiente aspiración de todos aquellos cuyos derechos naturales eran reprimidos por la fuerza.

Llegó un día en que los oprimidos se encontraron lo suficientemente fuertes como para deshacerse de sus opresores. Fue a finales del siglo XVIII. Las principales industrias que satisfacían las necesidades de todos no habían dejado de estar organizadas en corporaciones cerradas y privilegiadas. La nobleza, que se encargaba de la defensa interior y exterior, era una corporación; los parlamentos, que impartían justicia, eran una corporación; el clero, que distribuía los servicios religiosos, era una corporación; la universidad y las órdenes religiosas, que se ocupaban de la enseñanza, eran una corporación; la panadería, la carnicería, etc., eran corporaciones. Estos diferentes estamentos9 eran, en su mayoría, independientes entre sí, pero todos estaban subordinados al cuerpo armado que garantizaba materialmente los privilegios de cada uno.

Desafortunadamente, cuando llegó el momento de derrocar a ese régimen de iniquidad, no se supo con qué reemplazarlo. Aquellos que tenían algunas nociones sobre las leyes naturales que gobiernan la sociedad opinaban a favor dellaisser-faire. Aquellos que no creían en la existencia de estas leyes naturales se rebelaron, por el contrario, con todas sus fuerzas contra el laisser-faire y pidieron que se reemplazara la antiguaorganización por una nueva. A la cabeza de los partidarios del laisser-faire estaba Turgot, y a la cabeza de los organizadores o neo-reguladores estaba Necker10.

Estas dos tendencias opuestas, sin contar la tendencia reaccionaria, se repartieron la Revolución francesa. El elemento liberal predominaba en la Asamblea Constituyente, pero no era lo suficientemente puro. Los propios liberales aún no tenían suficiente fe en la libertad como para abandonarle por completo la dirección de los asuntos humanos. La mayoría de las industrias materiales fueron liberadas de las ataduras del privilegio, pero las industrias inmateriales y, en primera línea, la defensa de la propiedad y la justicia, se organizaron en virtud de las teorías comunistas. Menos ilustrada que la Asamblea Constituyente, la Convención se mostró aún más comunista11. Comparen las dos declaraciones de los Derechos del Hombre de 1791 y 1793, y obtendrán la prueba. Finalmente, Napoleón, que reunía las pasiones de un jacobino con los prejuicios de un reaccionario, sin ninguna mezcla de liberalismo, intentó conciliar el comunismo de la Convención con los monopolios y privilegios del Antiguo Régimen. Organizó la enseñanza comunitaria, subvencionó los cultos comunitarios, instituyó un cuerpo de puentes y carreteras con el fin de establecer una vasta red vial comunitaria, decretó el servicio militar obligatorio, es decir, el ejército comunitario; además, centralizó Francia como una gran comuna, y no fue culpa suya que no organizara en esta comuna centralizada todas las industrias siguiendo el modelo de la Universidad y la administración del tabaco12. Si la guerra no se lo hubiera impedido, como él mismo declara en sus Memorias, sin duda habría logrado estas grandes cosas. Por otra parte, resucitó en esta Francia organizada la mayoría de los privilegios y restricciones del Antiguo Régimen; reconstituyó la nobleza con apanaje13, restableció los privilegios de la carnicería, la panadería, la imprenta, los teatros y los bancos, limitó la libre disposición del trabajo mediante la legislación sobre el aprendizaje, las libretas y las coaliciones14, el derecho a prestar mediante la ley de 1807, el derecho a testar mediante el Código Civil, el derecho a comerciar mediante el bloqueo continental y la multitud de sus decretos y reglamentos relativos a las aduanas. En definitiva, bajo la influencia de dos inspiraciones procedentes de puntos opuestos, pero igualmente reguladoras, rehizo la vieja red de obstáculos que antes oprimía la propiedad.

Hasta ahora hemos vivido bajo este deplorable régimen, agravado aún más por la Restauración (restablecimiento de la venalidad de los cargos en 1816, aumento de las barreras arancelarias en 1822), pero lejos de atribuirle las injusticias y miserias de la sociedad actual, se ha acusado a la propiedad y a la libertad. Los doctores del socialismo, desconocedores de la organización natural de la sociedad, no queriendo ver los deplorables resultados de la restauración de los privilegios del Antiguo Régimen y de la instauración del comunismo revolucionario o imperialista, afirmaron que la vieja sociedad pecaba en su base misma, la propiedad, y se esforzaron por organizar sobre otra base una sociedad nueva. Esto les llevó a utopías, unas simplemente absurdas, otras inmorales y abominables15. Por lo demás, las hemos visto en acción.

Afortunadamente, los conservadores opusieron un dique a la fulminante invasión del socialismo; pero, al no tener nociones más precisas que las de sus adversarios sobre la organización natural de la sociedad, no pudieron vencerlos más que en la calle. Partidarios del statu quo porque les resultaba provechoso y sin preocuparse por el resto, los conservadores se opusieron a las innovaciones socialistas, al igual que, en los años anteriores, se habían opuesto a las innovaciones propietarias de los partidarios de la libertad de enseñanza y de la libertad de comercio.

El debate actual se libra entre estos dos tipos de adversarios de la propiedad: unos quieren aumentar el número de restricciones y cargas que ya pesan sobre la propiedad, y otros quieren conservar pura y simplemente las que ya existen. Por un lado están el Sr. Thiers y el antiguo Comité de la Rue de Poitiers16; por el otro, los Sres. Louis Blanc, Pierre Leroux, Cabet, Considérant y Proudhon. Es Necker en sus dos versiones. Pero ya no veo a Turgot.

EL SOCIALISTA. Si la sociedad está organizada de forma natural y basta con eliminar los obstáculos que impiden el libre funcionamiento de su organización, es decir, las violaciones de la propiedad, para elevar la cifra de producción al máximo que permite el estado actual de avance de las artes y las ciencias, y hacer que la distribución de la riqueza sea plenamente equitativa, es sin duda inútil seguir buscando organizaciones artificiales. No hay otra cosa que hacer que devolver a la sociedad a la propiedad pura.

EL CONSERVADOR. Pero, ¿cuántos cambios hay que hacer para llegar allí? ¡Es aterrador!

EL ECONOMISTA. ¡No! Porque todas las reformas que hay que realizar, al tener un carácter justo y útil, no pueden ofender ningún interés legítimo ni causar ningún daño a la sociedad.

EL SOCIALISTA. Por lo demás, en un sentido u otro, a favor o en contra de la propiedad, las reformas son inevitables. Existen dos sistemas: el comunismo y la propiedad. Hay que decantarse por uno u otro. El régimen semipropietario y semicomunista en el que vivimos no puede durar.

EL ECONOMISTA. Ya nos ha causado catástrofes deplorables y quizá nos depare otras nuevas.

EL CONSERVADOR. ¡Qué desgracia!

EL ECONOMISTA. Por lo tanto, hay que salir de él. Ahora bien, sólo se puede salir por la puerta del comunismo o por la de la propiedad:

¡Elijan!

NOTAS DEL AUTOR Y DE LOS TRADUCTORES
  1.  NdT: En el siglo XIX, el término renta (rente) hacía referencia a un beneficio percibido sin trabajo ni riesgo, fruto de un privilegio o monopolio concedido por el Estado. Molinari, como los economistas liberales clásicos, distinguía rigurosamente entre la propiedad legítima (resultado del trabajo, del ahorro o del intercambio libre) y la renta injusta derivada de prerrogativas políticas. Hoy el término tiene un sentido más amplio y neutro que abarca toda clase de ingresos, lo que puede generar confusión con el sentido específico que le daba Molinari. ↩︎
  2. NdT: Esta observación del socialista refleja una preocupación habitual del pensamiento igualitarista del  siglo XIX: la idea de que las desigualdades económicas provienen principalmente de la distribución desigual de los recursos naturales. La experiencia posterior mostró, sin embargo, que la prosperidaddepende menos de la abundancia de materias primas que de factores institucionales y de la libertad económica. Así, países con pocos recursos naturales como Suiza o Singapur han alcanzado altos niveles de prosperidad, mientras que otros muy ricos en ellos han permanecido pobres o inestables.
    ↩︎
  3.  NdT: En este pasaje, Molinari parte del individuo, de sus necesidades y de la acción deliberada para satisfacerlas. Sin proponérselo, adelanta la estructura que Mises formalizaría décadas más tarde como praxeología. Su idea del trabajo como un esfuerzo intencional que requiere compensación para evitar el desgaste del individuo contiene los elementos fundamentales que se convertirán en los axiomas centrales de la acción humana: El hombre actúa para pasar de un estado menos satisfactorio a uno más satisfactorio empleando para ello los medios a su alcance. ↩︎
  4.  NdT: Ver Octava Velada ↩︎
  5.  NdT: Vér Séptima Velada ↩︎
  6.  NdT: Esta concepción del valor expuesta por Molinari anticipa el enfoque subjetivista que décadas más tarde será formalizado por la Escuela Austriaca con autores como Menger, Böhm-Bawerk y Wieser. Esta intuición no resulta del todo sorprendente, pues elementos claros de una teoría subjetiva del valor ya estaban presentes en la tradición liberal francesa del siglo XVIII y XIX, al menos desde Turgot (Véase, Memoria sobre préstamos de dinero (1770), ed. Liber & Libertas, 2019, p. 52). ↩︎
  7.  Sin determinar esta ley, así como sin definir claramente el papel que desempeña en la producción y distribución de la riqueza, Adam Smith lo indicó claramente en este pasaje:
    “El precio de mercado de cada mercancía concreta está determinado por la proporción entre la cantidad que de hecho se trae al mercado y la demanda de los que están dispuestos a pagar el precio natural de la mercancía, o el valor total de la renta, el trabajo y el beneficio que deben pagarse para llevarla al mercado”.
    “Cuando la cantidad de cualquier mercancía llevada al mercado es menor que la demanda efectiva, todos aquellos que están dispuestos a pagar el valor completo de la renta, los salarios y el beneficio que deben ser pagados para llevarla al mercado, no podrán ser suministrados con la cantidad que desean. En lugar de pasarse sin ella, algunos estarán dispuestos a pagar más. Se establecerá inmediatamente una competencia entre ellos, y el precio de mercado subirá más o menos por encima del precio natural, según que la mayor o menor escasez, o la riqueza y el deseo de ostentación de los competidores anime más o menos su afán de competir. Entre competidores de la misma riqueza y lujo, una misma escasez generalmente ocasionará una competencia más o menos aguda según que la adquisición de la mercancía les resulte más o menos importante. De ahí el precio exorbitante de los medios de subsistencia durante el bloqueo de una ciudad o durante una hambruna”.
    “Cuando la cantidad traída al mercado excede la demanda efectiva, no podrá ser totalmente vendida a los que están dispuestos a pagar el valor total de la renta, salarios y beneficios que deben ser pagados para llevarla al mercado. Una parte deberá ser vendida a los que están dispuestos a pagar menos, y el precio menor que pagarán por ella deberá reducir el precio del conjunto. El precio de mercado se hundirá más o menos por debajo del precio natural, según que la amplitud del exceso aumente más o menos la competencia de los vendedores, o según sea más o menos importante para ellos el desprenderse inmediatamente de la mercancía. El mismo exceso en la importación de artículos perecederos ocasionará una competencia mucho más intensa que en la de bienes durables; más en la importación de naranjas, por ejemplo, que en la de chatarra”.
    “Cuando la cantidad traída al mercado es exactamente suficiente para satisfacer la demanda efectiva y nada más, el precio de mercado llega a coincidir precisamente, o tan precisamente como pueda pensarse, con el precio natural. Toda la cantidad ofrecida se venderá a ese precio, y no podrá venderse más cara. La competencia entre los diversos comerciantes obliga a todos a aceptar este precio, pero no uno menor”.
    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
    “El precio natural, por tanto, es como un precio central en torno al cual gravitan constantemente los precios de todas las mercancías. Accidentes diversos pueden a veces mantenerlos suspendidos muy por encima de él, y a veces forzarlos algo por debajo de dicho precio. Pero cualesquiera sean los obstáculos que les impidan asentarse en ese centro de reposo y estabilidad, tienden constantemente hacia él”. ADAM SMITH. La Riqueza de las Naciones, libro I, cap. VII.
    ↩︎
  8. NdT: Las maîtrises y jurandes eran corporaciones gremiales del Antiguo Régimen francés que regulaban de manera estricta el acceso a los oficios, imponían monopolios profesionales y controlaban la producción. ↩︎
  9. NdT: En la versión original en francés, Molinari utiliza la palabra “états”. Hemos elegido el término “estamentos” que se usa aquí en su sentido histórico. Designa a los cuerpos u órdenes sociales del Antiguo Régimen (nobleza, clero, corporaciones, etc.), no al Estado en el sentido moderno. ↩︎
  10. NdT: Jacques Necker (1732–1804) fue un banquero suizo y ministro de finanzas de Luis XVI, conocido por su defensa de una administración fuertemente centralizada y por su oposición a las políticas liberalizadoras de Turgot. ↩︎
  11. NdT: La Asamblea Constituyente (1789-1791) fue el primer cuerpo legislativo de la Revolución francesa. Surgida de la transformación de los Estados Generales, tuvo por misión abolir el sistema de privilegios del Antiguo Régimen y redactar una constitución que instaurara una monarquía constitucional. También impulsó importantes reformas administrativas y económicas. La Convención Nacional (1792-1795) sucedió a la Asamblea Legislativa y proclamó la República tras la caída de la monarquía. Dirigió la guerra contra las potencias europeas, instituyó el gobierno revolucionario y adoptó nuevas medidas políticas, económicas y sociales, incluida la Constitución de 1793 (que no llegó a aplicarse plenamente). Fue el órgano central durante el periodo conocido como “el Terror” (1793-1794). ↩︎
  12. La fabricación de tabaco, liberalizada por la Asamblea Constituyente, fue regulada mediante un decreto del 29 de diciembre de 1810. ↩︎
  13. NdT: Aquí Molinari se refiere a los miembros de la familia real que recibían un territorio o una renta como compensación al quedar fuera de la sucesión al trono. ↩︎
  14. NdT: Aquí Molinari se refiere a los miembros de la familia real que recibían un territorio o una renta como compensación al quedar fuera de la sucesión al trono. ↩︎
  15. NdT: Al escribir este pasaje  en 1850, Molinari sólo podía remitirse a los excesos ya visibles de la Revolución francesa como el Terror de 1793-1794, el Tribunal revolucionario, la guillotina política y las masacres sistemáticas de la Vendée (1793-1794), consideradas hoy por varios historiadores como un episodio de violencia masiva de tipo proto-genocida. Pero las doctrinas socialistas y comunistas que él critica aún no habían mostrado sus formas más radicales. En el siglo XX, los regímenes que reivindicaron el marxismo-leninismo institucionalizaron sistemas de represión industrializada: la red del Gulag (URSS, 1918-1956), las purgas estalinistas (1936-1938), la gran hambruna del Gran Salto Adelante en China (1959-1962), el terror agrario de los Jemeres Rojos en Camboya (1975-1979), entre otros. La historiografía moderna ha intentado cuantificar el saldo humano de estos regímenes. Le Livre noir du communisme (1997), obra de referencia dirigida por Stéphane Courtois, estima en torno a 100 millones las muertes atribuibles al conjunto de sistemas comunistas del siglo XX. Otros autores, como el politólogo R. J. Rummel, que emplean metodologías más amplias bajo el concepto de democidio, elevan la cifra total hasta cerca de 150 millones. Visto desde esta perspectiva, varias de las “utopías” que Molinari denunciaba como peligrosas se mostrarían, en el siglo siguiente, capaces de generar catástrofes humanas de una escala que él mismo no podía prever. ↩︎
  16.  NdT: Bajo la Segunda República, el Comité de la Rue de Poitiers fue el apodo del Partido del Orden, una coalición conservadora formada en 1848 que reunía a legitimistas y orleanistas. Se llamó así porque sus miembros se reunían en una sala de la Academia de Medicina ubicada en la rue de Poitiers, en París. ↩︎

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