¿Quién está a salvo de sus instintos? (Parte 3)

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Sobre de la drogadicción y la guerra contra las drogas

PARTE 3:

Presión militar y ataque a pequeños grupos

Para completar con esta serie de artículos, me gustaría dejar unas consideraciones sobre la competencia dentro de éstos ámbitos de mercado. Como lo hablamos en la primera parte, la gente quiere drogas. Es una realidad innegable y haga lo que haga el Estado (penalizaciones por consumo, reducción de oferta, propaganda contra demanda, etc.) será insuficiente. 

Las categorías que giran alrededor de la órbita dentro del mercado negro de drogas es muy amplio. Va desde su fenómeno de precio, distribución, contactos, coimas, etc. La cuestión que me gustaría analizar es cómo la reducción de la competencia (reducción de vendedores y productores de drogas) solo aumenta la violencia como consecuencia lógica. 

Cuando las operaciones policíacas reducen la cantidad de vendedores pequeños (tranzas o dealers) y reduce la cantidad de productores pequeños, lo único que genera es que se cree una demanda insatisfecha por una parte de los compradores que antes acudían al dealer ahora inactivo. Estos compradores ahora deberán cambiarse de dealer y, por lo tanto, el nuevo dealer aún activo verá incrementada la demanda de su producto. Éste incremento de la demanda, ceteris páribus (manteniendo el restante de las circunstancias invariables) generará un aumento del precio de la mercancía que afectará indirectamente a productores de cualquier otra mercancía legal o ilegal, ya que, el aumento del coste se traduce en una reducción de la compra de otros productos, debido a que no se contará con el dinero que antes sí estaba disponible para comprar otras cosas. 

Esta cadena de razonamiento lógico puede ir más allá, hasta el punto en el que la continua reducción de la pequeña competencia por parte de la policía solamente termine favoreciendo a los productores más grandes y mejor protegidos. Esta continua reducción de la competencia generará precios de monopolio, es decir precios que permitan una reducción de la oferta y la calidad (costes) a la par con un aumento del precio de la mercancía en cuestión. Esto beneficia increíblemente a los narcotraficantes mejor posicionados, lo que implica que potencien su capacidad económica a grados inmensurables, lo que llevará a su vez a guerras interminables debido a los propios recursos (también interminables) de los grandes narcotraficantes versus el gobierno.

¿Cuál será una posible solución?

El verdadero cambio no será una política pública. Ya que estas siempre irán desenfocadas con el magma de proyectos descentralizados que la sociedad en su conjunto tiene. Ni una persona individual sabrá, ni tampoco un órgano central de control tendrá el conocimiento para guiar los comportamientos humanos de una manera coordinada. Por lo tanto, lo que nos queda, será el comportamiento individual. 

La guerra contra las drogas nos puso en una dicotomía entre legalidad e ilegalidad, dejando como drogas legales al tabaco, al café, al alcohol, a los benzodiacepinas y un sinfín de otras drogas más. Cuando en realidad, lo importante es resaltar la importancia que Antonio Escohotado siempre menciona, y es que, siempre la diferencia entre el remedio y la toxina es la dosis. Toda droga puede ser dañina, pero siempre lo que determinará su grado de daño será su dosis. La cultura que convive con una droga, siempre aprende cuál es su grado de dosis mortal y cuál es el grado de dosis que permite su correcta utilización. 

No es de extrañar que, en las sociedades que conviven con el alcohol hace mucho tiempo, su utilización no sea un tabú y que sea muy normal en las reuniones sociales, de negocios o cual fuera condición adecuada, se comparta una dosis de algún vino, whiskey, cerveza o aperitivo con alcohol y, que eso no sea un desencadenante de problemas de violencia o sobredosis, porque uno como persona individual sabe cuánto tomar, y si no sabe, tarde o temprano aprende. Lo mismo puede pasar con el tabaco, el café, el azúcar, la yerba mate entre otras sustancias con capacidad adictiva. 

El verdadero proceso de cambio positivo será el hablarlo, no legalizar las drogas, sino normalizarlas. Porque legalizarlas (dejar al Estado que “las permita”) solamente pasaría a ser una cuestión de Estado que no solucionaría el problema de fondo (problemas culturales, adulteraciones, violencia, etc.), solamente dejaría una serie de concesiones y beneficios monopólicos que hasta agravarían el problema. 

Creo que la forma en la que cada persona individual puede luchar contra este problema que nos ataca todos los días es fomentando la importancia de la baja preferencia temporal, el mirar a futuro reduciendo la gratificación instantánea; fomentar la institución de la familia no como una institución arcaica sino como una institución tradicional que se encarga de proteger a los suyos por fuera de lo que el manto estatal quiere, ya que, permitir que el orden político estatal se entrometa es dejar que personas desconocidas (que no te conocen ni les interesa en conocer a tus hijos) los eduquen con el simple objetivo de ser fieles contribuyentes. Potenciar también instituciones como iglesias u otras instituciones fuera de las órbitas estatales que, aunque pueda no gustarnos (como ocurre usualmente con las iglesias) ayudan a la sociedad de una manera increíble sin necesidad política, luchando a su vez contra la continua intromisión del Estado en todos los andamios sociales.

¿Quién está a salvo de sus instintos? 

Las emociones nos llevan por lugares que luego la racionalidad nos induce a preguntarnos ¿por qué? ¿por qué lo hice? Supongo que todos alguna vez nos lo preguntamos, quizás otros lo hacen con mayor regularidad. Cuando hablamos de amor, podríamos pensar que la emoción es la forma correcta de actuar, aunque después sintamos que una espina queda clavada en nuestro pecho para que ese sentimiento nuestra mente lo traduzca en una pregunta tormentosa y graciosa a la vez “¿por qué fui tan estúpido de cometer el mejor error de mi vida? Si yo sabía lo que iba a pasar”. Hay emociones que no pueden articularse, y eso está bien. Creo que ese sentimiento que siente una persona enamorada de querer estar cerca de su persona es un instinto tan primitivo y tan relacionable con muchos tipos de sustancias, la diferencia es la salubridad de una cosa y de otra. Creo que el ser humano puede ser menos dependiente de nuestras emociones si empieza a ser más responsable de sus actos, cosa que, como viene a colación, todo gobierno detesta. 

Pensar de una manera más consciente sin dejar que nuestros estímulos nos controlen es permitir enamorarnos pero que eso no sea una prisión mental que nos termine produciendo más miedos que seguridades. Aunque ahora la atención y la autoestima del general de la población parece estar en declive, creo que todo va a salir bien, todo va a mejorar como lo dijo el argentino. Al final, el cambio es individual y demostrar que uno puede controlar sus impulsos e instintos es un buen legado para dejar.

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