La Reforma es, si se quiere, un movimiento que trasciende los propios intereses primigenios de aquellos progenitores de su ser. Las ideas reformistas, que tanto acento realizan sobre los cuestionamientos al poder papal, sobre todo en el caso de la presente consigna, terminan por rebalsar los fines primeros de sus creadores, para ser partícipes de cosmovisiones y reflexiones ulteriores que afectan casi todos los ámbitos del pensamiento y la praxis de la época (y también con correlatos en nuestros días). Bien es sabido que las lecturas de la Reforma abarcan un amplio abanico de interpretaciones posibles, porque allí donde los textos, donde las fuentes nos revelan un mundo de vocablos interconectados, pero, a su vez, contradictorio, eso conlleva que los puntos centrales del pensamiento luterano, calvinista y de sus derivados, puedan poseer diversos marcos de acción y comprensión ulterior de las cosmovisiones presentes. Sin embargo, para no dirigirse a puntos de análisis que, si bien son tangentes con la consigna, no se preguntan por el fundamento último de las cosas, volvemos con Lutero. En ese marco, las ideas de Lutero y, sobre todo la implicación del luteranismo, serán fundamentales para comprender el desarrollo de lo acontecido inmediata y posteriormente. En fin, el pensamiento de Lutero, abarca otras ramas y, allí, lo político no estará exento.


Hablar de Martín Lutero y el poder secular es referir a una justificación del poder monárquico. En ese sentido, es claro que hace una defensa del poder temporal (y, si se quiere, mundano), dirigiéndose de manera directa a los campesinos para exigirles que respeten el poder secular y afirmando que la rebelión es intolerable (Borón, 1999, p. 154). En efecto, el monje que criticara los estatutos o, mejor dicho, los mandatos papales, derivará en una determinación de la obediencia al poder establecido, al Rey. Así, “Martín Lutero descubrió pronto que el éxito de la Reforma de Alemania dependía de la posibilidad de obtener ayuda de los príncipes” (Sabine, 1994, p. 282). Quizá, el problema resida en la importancia de los movimientos posteriores, en el luteranismo per sé, aunque nosotros nos concentramos en el autor. Pero volvamos: ese poder secular, y, sobre todo, ese derecho de sumisión es algo inconcebible para la praxis luterana del mundo profano porque, aunque el mundo de Dios no pueda realizarse en la Tierra, ciertos preceptos básicos deben ser aceptados. En suma, en líneas generales, Lutero “fijaba su doctrina sobre el poder político y defendía la obediencia del cristiano frente a la autoridad” (Vallespín, 1995, p. 173).

Así, el autor “lleva hasta el último extremo el precepto cristiano, más matizado en otros doctores, que ordena una sumisión incondicional a la autoridad, debido a que ésta tiene un origen y una misión divinas” (Touchard, 1961, p. 214). El punto es que, mientras el poder divino o espiritual refiere a la Fe, al ámbito individual, el mundo profano o el mundo secular, refiere al monarca y su derecho a la espada. De esta manera, “el Evangelio se ha anunciado para todos los hombres, pero todos los hombres deben obedecer a la ley secular” (Ibíd). Quizá Várnagy lo exprese de mejor manera cuando asevera que “no obedecer a la autoridad es como desobedecer a Dios” (Borón, 1999, p. 152). No obstante, como decíamos, los reformistas apoyarán desde represiones constantes a movimientos campesinos que actuarán en contra de sus postulados hasta a los reyes per sé (Sabine, 1994, p. 282).

Ahora bien, esa sumisión o encuentro de un aliado importante en el poder secular, implica que “la resistencia a los gobernantes es, en todos los casos, mala” (Ibíd). El punto es, que, aunque los movimientos posteriores de resistencia a las autoridades residan en derivaciones del calvinismo, es Lutero quien defendía la causa de la libertad de credo no controlada por la espada. Sin embargo, ante el poder secular, acontece lo dicho: el no como punto de partida y desde allí comenzar los análisis, porque no hay justificación para resistir a la autoridad; no se debe luchar contra los superiores porque a estos hay que respetarlos, hay que temerles y hay que obedecerlos.

Ahora bien, hasta aquí nos hemos referidos al qué hacer y no al porqué hacerlo. Una vez más, en este punto, Lutero ofrece respuestas contundentes. Si bien hemos referido a que desobedecer a la autoridad es desobedecer a Dios, lo cierto es que creo que merece dejarlo bien claro. “¿Por qué debería obedecer a la autoridad? […] el cristiano se somete a la autoridad, aunque no la necesite para él, porque vive con otros hombres que sí la necesitan y porque la autoridad sí lo necesita a él” (Vallespín, 1995, p. 179). Sin embargo, lo cierto es que ese gobierno coaccionador, esa doctrina de la espada, solo puede referirse a su ámbito porque, como enunciamos antes, el poder político solo puede gobernar las cosas externas. En el ámbito de la Fe, solo puede gobernar la Fe; en el ámbito de la religión y el mundo autogobernado del yo pensante y religioso, solo puede autogobernarse el ámbito correspondiente; en las cosas externas, las cosas internas no pueden estar involucradas ni ser partícipes del propio mundo de las autoridades y de los hombres. El mundo de Dios es el mundo de Dios y de la Fe de las personas; el mundo de las autoridades es el mundo secular y, aunque ante él se deba ejercer la sumisión, también este debe tener en cuenta la importancia de restringirse a su propio mundo, ergo, de realizarse a lo suyo. Es condición sine qua non para el luteranismo político, comprender bien las distinciones y ubicar a cada ámbito en su correcta realización. Derivar de aquello las conclusiones equivocadas, podría tener consecuencias impensables e irrevocables para el mundo secular.

Ahora bien, en tal sentido, es importante volver sobre un punto que considero central. Esa concepción divisoria, casi como una grieta (si se quiere utilizar una palabra muy presente en nuestros días), necesita una derivación en un pensamiento particular. En efecto, Lutero es contundente:

No se trata de que ahora acepte la resistencia en general contra el Emperador. Quien sea atacado por éste por causa de su fe evangélica no le queda más remedio que sufrir […] Lo que un evangélico no debe hacer es seguir al Emperador en una guerra contra los evangélicos: solo en este caso está liberado del deber de obediencia al Emperador (Vallespín, 1995, p. 182).

Volvamos. La Reforma va más allá de Lutero y de Calvino, pero está claro que su influencia sobre los ámbitos políticos y religiosos, desprenden por una multiplicidad interesante de lugares y pensamientos. Lutero y Calvino, sus escuelas, el protestantismo, el anabaptismo, el calvinismo, la constitución de Estados Unidos, las revueltas campesinas, el Papa, la consolidación del poder monárquico e interesantes campos más de acción, no son solamente producto de leer a estos pensadores y aplicar interpretaciones de la teoría en la praxis, sino que se constituyen como partícipes necesarios de un mundo en donde el poder político no está separado de criticar al Papa. Uno podría argumentar que, si esas tesis fueran esgrimidas en el día de la fecha, las consecuencias no serían tan rotundas, pero eso, no solamente sería contrafáctico, sino que además implicaría no comprender la importancia del poder papal, de la Iglesia y de los miles de millones católicos apostólicos romanos, cristianos, luteranos, cristianos de la Iglesia Ortodoxa Rusa y Africana y demás, en la geopolítica internacional. Pero el punto central, creo yo, es que la concepción de autoridad (aunque Lutero no concibe al Estado), sus límites y su (no) resistencia por parte del “pueblo” (excepto en la limite situación considerada), desprenden ramas y follaje arbóreo de importancia decisiva para el absolutismo y para la historia de las ideas y la teoría y la praxis política en general. Pensar en Lutero (o en Calvino), es más que pensar en religión o en la Reforma; pensar en ellos es pensar en divisiones tajantes entre poderes seculares y divinos, entre lo privado y lo “común”, entre lo individual y lo general. En suma, Lutero es, si se quiere, un aliado de los reyes, en tanto promueve la inconcebible resistencia a la autoridad, pero es también, un generador de una multiplicidad de desprendimientos de sus tesis, en praxis que más lejos o más cerca estarán de sus postulados, pero que le deben todo al monje nacido en 1483. En fin: Martín Lutero es más que sus interpretaciones, pero esas interpretaciones no pueden obviar que la relación Iglesia-autoridad, le deben mucho.

Referencias

Abellán, J. (1995). La Reforma protestante. En F. Vallespín, Historia de la Teoría Política 2: Estado y teoría política moderna (pp. 171-208). Madrid: Editorial, S.A.

Sabine, G. (1994). Historia de la Teoría Política. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica

Touchard, J. (1961) Historia de las ideas políticas (Cap. 1 Sección I-IV). Madrid: Editorial TECNOS S.A.

Várnagy, T. (1999). El pensamiento político de Martín Lutero.  En A. Boron, La filosofía política clásica: De la antigüedad al renacimiento (pp. 142-162). Buenos Aires: CLACSO-EUDEBA


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