Lo dijo Jorge Lanata: son corruptos pero peor aún, son inútiles. En efecto, el gobierno argentino solo conoce el pato criollismo argentino: “a cada paso una cagada”. ¿Robaron y roban? Sí, pero encima no hacen una bien. Eso es el albertismo nacional.
Los argentinos llevamos 180 días de confinamiento, y nos sentimos encerrados en una celda hermética, dentro de una cárcel rigurosamente vigilada, que se ubica en una nación tomada por desquiciados y decadentes. Que quieren aprovechar nuestro encierro para imponernos un régimen precapitalista (feudal) donde todos seamos parejamente pobres menos la reina y sus halcones, y que acaban de declararle la guerra cultural a la clase media, a la que pretenden demonizar y desvalijar con impuestos y otros saqueos. Late precisamente esa intención bajo el patológico empecinamiento en desacreditar el mérito, valor fundamental de hijos y nietos de inmigrantes que se esforzaron, se educaron o emprendieron a riesgo, compitieron con el cuchillo entre los dientes y cometieron el peor de los pecados: progresaron lejos de cualquier tutelaje caudillista en un país enamorado del fracaso que odia a las personas libres y medra con los resentidos. Confundir aquella gesta laburante, base de cualquier desarrollo, con el “individualismo” o la desigualdad de oportunidades es trampear el discurso para preparar el terreno y no asumir la realidad.
Para el kirchnerismo “el mérito es reaccionario; el robo es revolucionario”, es guerrillerismo con iPhone que otorga polenta y festeja el pobrismo mientras provoca el efecto Lipovetsky en toda medida que trata de imponer. Los dirigentes que forman el cuarto gobierno kirchnerista, salvo honrosas excepciones, no laburaron nunca en el mundo verdadero. Fueron grises abogados o simples burócratas de la corporación política, y se enriquecieron dentro de ella; o son economistas con escasísima experiencia privada, o multimillonarios como Máximo Kirchner, príncipe de una dinastía de potentados que jamás debió pelarse ni siquiera para manejar su suntuoso conglomerado hotelero. Es por eso que la ley de teletrabajo atenta contra el trabajo, la ley para los inquilinos perjudica a los inquilinos, y a alguien en el gabinete se le ha ocurrido como brillante respuesta económica la idea de pagar la peluquería en doce cuotas. Consignas seniles, parches e improvisación, tiros en los pies, y un insolente combate perpetuo contra el sentido común. “No dejemos que la inmensa corrupción tape la gestión -decía Campanella-. La gestión fue peor”. Aquella máxima irónica del cineasta podría aplicarse tristemente a la situación actual: son todavía más ineptos que autoritarios. Y esto ya es mucho decir, compañeros.
Este sadokirchnerismo, en estado de embobamiento general, es una fabulosa proveeduría de incertidumbre y un abominable espantapájaros de capitales. El kirchnerismo de la cuarentena tiene, como señala la neurociencia, fatiga cognitiva, y se bambolea como si acabara de perder el olfato y las elecciones.
Esta publicación expresa únicamente la opinión del autor y no necesariamente representa la posición de Students For Liberty Inc. En el Blog EsLibertad estamos comprometidos con la defensa de la libertad de expresión y la promoción del debate de las ideas. Pueden escribirnos al correo [email protected] para conocer más de esta iniciativa