La libertad, laudable palabra llena de significado a través de los siglos, protagonista de discursos pronunciados en la faz de la tierra con bastante vehemencia, prueba infalible de la necesidad del hombre de configurarse en individuo en frente del colectivo. La humanidad ha luchado por defenderla a costa de la propia vida, incluso ríos de sangre se han celebrado en su nombre desobedeciendo a la misma libertad y dignidad humana, ella ha tenido incontables enemigos a lo largo de los últimos cuatro siglos, monarquías absolutas, estados totalitarios entre un sinfín de modelos que representan a un tirano que acecha con derechos individuales inseparables del ser humano.
Sobre el autor…
Maria Andrea Pastrana Munera es estudiante de Derecho.
En la búsqueda desesperada de emancipación, gracias a la intervención asfixiante por parte del Estado en este último siglo, como fruto de los modernos sistemas constitucionales, como libertarios colocamos nuestro ejército de argumentos en un solo sitio, focalizando cada vez más la libertad y sus atributos en contra de un único enemigo: factores externos ya sea Estado, patriarcado, prensa, internet, confinamientos entre otros, omitiendo así adversarios doblemente peligrosos e intrépidos que cautamente amenazan día a día con el verdadero significado intrínseco e íntimo de la libertad humana, así es, nosotros mismos.
Los verdaderos dueños de la antorcha de la libertad, esa que en silencio y soledad hace que retumben hasta los huesos, aquella que líricamente sube por la espalda en forma de electricidad y espasmos para recordarnos la acción y responsabilidad sobre nuestra propia carne y alma. Nos despierta ásperamente en las fauces de la realidad, en nuestras circunstancias, en el tiempo y en la muerte evocándonos en cada segundo nuestra propia existencia hilvanada con sensaciones exultantes, escalofriantes tan fuertes y candentes que sobrecogedoramente nos recuerdan el significado de lo que cada uno consideramos como vida.
Tejemos connaturalmente el verdadero concepto de libertad dentro de los límites de nuestra acción humana, pero un fenómeno irrumpe y amenaza con el fulgor de la contienda que significa la autodeterminación: la necesidad testaruda de siempre encontrar rivales externos relegándonos a nosotros mismos y eximiéndonos de la sensatez o ineptitud de nuestros propios actos, olvidándonos de quienes somos, olvidando nuestros hábitos y actos; culpamos de nuestras desgracias más personales a meros fantasmas que suplen nuestra osadía por decidir nuestra propia vida.
Buscamos a cada instante un malvado, un tirano, un enemigo; alguien a quien señalar fácilmente por temor de enfrentarnos a lo que realmente nos incumbe y asedia, alguien en quien refugiarnos para no encarar el inevitable vacío humano ante el abismo de la soledad y de la libertad, llevándonos a la insoslayable consecuencia de ignorar el autoanálisis, la pugna por la libertad, la responsabilidad de nuestros actos y nuestro papel en la sociedad. Esto constituye una prueba infalible de la amenazante cobardía que en nuestros corazones y mentes se inocula a raíz de lo que llamo el síndrome del populista, ese que busca enemigos externos en cada rincón llevando la semilla de la putrefacción en su interior.
Con la ilusión de ese enemigo inmortal desconocimos que la libertad es algo que se labora, que converge con la acción y que amerita estar dispuesto a vivir sin ninguna receta o prescripción; por supuesto los factores extrínsecos son condicionantes de nuestras acciones dentro de una sociedad y los logros alcanzados mediante el activismo, la argumentación y los libros son muestras inéditas de la exigencia interna de hallar un sendero hacia nosotros mismos. Diferente en cada caso, única en sus circunstancias y destino con respuestas impredecibles para cada individuo, constituye uno de los pilares más importantes de la existencia humana y pocos son los realmente osados para ejercerla, muchos hablan de ella, incluso bajo otros nombres, sin embargo, la verdadera satisfacción, fruición y frenesí por esta solo es algo que en nuestra intimidad y soledad podremos llegar a encontrar, así es, “precisamente esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, que confiere a la vida intención y sentido.” (Frankl, 1946)
Referencias
Frankl, V. (1946). El hombre en busca de sentido. . Barcelona: Herder.
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