La esperanza de los venezolanos, esa chispa que mantenía viva la idea de un libertador que pudiera devolverle la libertad a su patria, parece haber llegado a su fin. Ni los rumores de una intervención extranjera, alimentados por especulaciones en redes sociales, ni el equipo de Erik Prince lograron materializar el tan anhelado desenlace. La narrativa de un desenlace abrupto se desmoronó el pasado 10 de enero de 2025 con el golpe de Estado que culminó sin los resultados esperados. Aún más, los protagonistas políticos, como María Corina Machado y Edmundo González Urrutia, hicieron apariciones mediáticas breves para justificar la ausencia de acción, argumentando la necesidad de salvaguardar la integridad de González, quien, lejos de liderar un cambio, ha optado por recorrer América Latina con la actitud de una celebridad.

La realidad es dura, pero no sorprendente. Derrocar a una dictadura es una tarea monumental. No se trata de un simple acto de voluntad o valentía; implica enfrentarse a estructuras respaldadas por armas, economías criminales y alianzas internacionales que consolidan su permanencia. La izquierda latinoamericana cuenta con el apoyo financiero de actividades como el narcotráfico, que refuerzan su influencia y sostenibilidad.

¿Ahora qué, Venezuela?

Esta no es una pregunta pesimista ni alarmista; es un llamado a la realidad. Basta con observar el ejemplo de Cuba, donde, a pesar de las amenazas de intervención militar contra Fidel Castro, el dictador murió cómodamente en su tierra el 25 de noviembre de 2016 a los 90 años. Las dictaduras no son meros líderes autocráticos; son sistemas complejos, metástasis que se incrustan en el tejido de las naciones que gobiernan, corroíendo sus instituciones y valores desde adentro.

La trinomía socialista de Cuba, Venezuela y Nicaragua representa un núcleo de persistente violación de derechos humanos en la región. Las denuncias de organizaciones internacionales y ONGs no prosperan frente a los intereses geopolíticos que permiten que estos regímenes continúen operando. No son sólo nombres como Fidel, Raúl, Díaz-Canel, Chávez, Maduro o Daniel Ortega. Estos individuos son piezas de un engranaje más amplio, un cáncer que no se limita a un rostro o una figura.

La pregunta que debemos hacernos como sociedad global es por qué estas dictaduras han sido toleradas durante tanto tiempo. Mientras que episodios como la invasión de Panamá en 1989 y la condena de Manuel Antonio Noriega Moreno parecen excepciones aisladas, los crímenes de lesa humanidad cometidos por Maduro y Ortega, junto con sus actividades de narcotráfico y lavado de dinero, han recibido una impunidad que resulta alarmante.

El futuro incierto

Venezuela se encuentra en un punto crítico. La esperanza de una solución inmediata se desvanece, pero queda en manos de los venezolanos y de la comunidad internacional evitar que esta llama de cambio se extinga por completo. Es momento de entender que las soluciones rápidas y los milagros no llegarán desde el exterior. Es un proceso largo, lleno de sacrificios y reconstrucción, que requiere unidad, estrategia y perseverancia.

El lector debe cuestionarse: ¿Qué rol le corresponde jugar en esta narrativa? Porque esta historia, aunque desgarradora, está lejos de terminar. Y mientras el régimen celebra sus victorias temporales, la resistencia, aunque silente, persiste. El desenlace aún no está escrito, y quizá sea ese mismo silencio el que preludie el grito de un pueblo que se niega a rendirse.

El futuro de Venezuela está por definirse. ¿Estaremos listos para leer el próximo capítulo?

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