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La polis emerge, para el acontecer diario de los ciudadanos griegos, como el único ámbito posible de desarrollo de la vida, de cambio de situaciones problemáticas que se presenten y de único marco posible de resolución de conflictos que se suscitan en ella. Así, es imposible escindir al sujeto del sistema que representa el Todo de la polis. La polis, entonces, no se comprende a sí misma meramente como un espacio geográfico en donde determinada cantidad de individuos realizan prácticas de intercambio de bienes y de plática discursiva. Sofistas y miembros de la Academia, partícipes del Liceo y Sócrates, no poseen las estructuras o moldes de pensamiento, como diría Kant, capaces de pensar a la polis sin los sujetos que la comprenden en tanto tal, como tampoco es capaz de pensarse a los hombres sin su ámbito de acontecer diario.


En ese sentido, ningún hombre es capaz de vivir y realizarse en tanto se separe del todo político que representa la polis griega. Aquí, no es patriotismo o nacionalismo lo que emerge, sino mera adecuación del sujeto para lograr su cometido en esa polis y, en el caso de los socráticos, una vida virtuosa, plena y justa. Así, como asevera Aristóteles (1988), “de todo esto es evidente que la ciudad es una de las cosas naturales, y que el hombre es por naturaleza un animal social, y que el insocial por naturaleza y no por azar es o un ser inferior o un ser superior al hombre” (pp. 35-36). En efecto, el hombre como animal político, sólo conoce la realidad en tanto miembro de un todo indivisible de partes interrelacionadas. Esos miembros, que no son los individuos de la modernidad que rompen con la idea arraigada de totalidad (aunque es otra discusión filosófica), son políticos por naturaleza, viven y desarrollan en la polis por naturaleza y sólo conciben a la vida en tanto miembros de la polis. Esta situación es evidenciable cuando comprendemos la decisión de Sócrates de sobreponer la muerte antes que la expulsión de Atenas, de su destierro a cualquier otro ámbito geográfico de significancia eminentemente diferente.

En este contexto, las crisis de la polis (o, mejor dicho, las crisis como momento general) emergen como ámbito ideal para la creación de pensamiento y reflexión. Así, tanto Platón como Aristóteles son partícipes de un proceso decadente de la homeostasis de la polis como había sido conocida; “el peligro siempre latente y que a menudo se hace realidad es la desestabilización de la polis cualquiera sea su forma de gobierno, Ello constituirá un tema central de las filosofías tanto de Platón como de Aristóteles, quien dedicará el libro V (VII) al tema” (Boron, 1999, p. 59). Consecuentemente, ambos autores tratarán de esbozar ciertas líneas conceptuales tendientes a reordenar el desorden de la polis. Las guerras y la corrupción presentes emergen como acuciantes tópicos que son menester resolver en la inmediatez, mas no con improvisación. Allí, uno como otro diferirán en la manera pero no en demasía respecto al fin último. No obstante y, en referencia a Aristóteles, este hace una férrea defensa de la polis como un ente con mayúsculo valor la vida del hombre.

En este devenir de desestabilización, de problemas, de situaciones que replantean y tambalean el castillo de naipes que es la polis griega y, particularmente Atenas, Aristóteles desarrolla su pensamiento. El preceptor de Alejandro, reconoce las formas de gobierno puras de las impuras, las rectas de las desviadas, las que abogan por el bien común y las corrompidas. Allí, en donde la monarquía, la aristocracia y la democracia (o democracia censitaria: no resulta de facilidad establecer el concepto ideal de manera específica ya que el propio pensador lo esboza sin enunciarlo de manera tajante y seguida en sus escritos) son los gobiernos rectos y en pos de los gobernados, también existen sus contrapartes corrompidas: tiránica, oligárquica y democrática (en tanto demagógica). Aún así, el autor versa sobre sí mismo en una difusión de los límites precisos de las seis formas enunciadas de manera tajante. Las constituciones analizadas por Aristóteles enuncian dicha afirmación en tanto las combinaciones de ciertos elementos de éstas son los elementos caracterizadores de las polis griegas; entonces, las formas son numerosas y las combinaciones no difieren de tal sentido.

La pregunta sobre el mejor sistema político, sobre la realidad presente y la mejor solución o aquella que se adapte en superposición a otras opciones para lograr el cometido de la solución de las problemáticas de la polis en tanto poseedora de las mencionadas desestabilizaciones, se resuelve de manera distinta en Platón y su discípulo. Sin adentrarnos en el planteo de Platón como para efectuar un análisis exhaustivo, sólo dejaremos algunos conceptos en tanto poseedores de pensamientos previos: la idea de la alegoría del barco y del filósofo-rey como única posibilidad de guía a las masas hacia un mejor futuro y, por ende, de la monarquía como mejor modo de gobernar, son afirmaciones tajantes sobre el pensamiento platónico de la ciudad ideal. Esto, cambia con Aristóteles. 

Si bien es difícil en tanto afirmación tajante aseverar que Aristóteles se inclina por uno u otro sistema político, sobre todo pensando en su obra completa, en la fuente que nosotros analizamos, Aristóteles entiende que la polis debe organizarse en base a una predominancia de las clases medias y, por sobre todas las cosas, bajo un sistema aristocrático. En efecto, la mitigación de los desencuentros que provocan la riqueza, la ambición y demás cualidades negativas por un lado, y las amenazas para la estabilidad de la polis por el otro, encuentran su punto medio en las clases medias, donde el apego a las leyes se vuelve norma establecida.

Como decíamos, no resulta de particular facilidad encontrar un Aristóteles enunciador a modo de discurso político actual, que éste u otro sistema son el mejor que podemos efectuar para el control de la polis. No obstante, como pensador más apegado a la realidad del día a día y no limitado a la capacidad pensante o de razón como su maestro, Aristóteles acercará los conceptos o esbozos de una “Ciudad feliz (consistiendo, por supuesto, la felicidad en un uso perfecto de la virtud)” (Touchard, 1961, p. 48). Esa ciudad, esa polis ideal es el resumen en el que podríamos sintetizar gran parte del pensamiento aristotélico. En efecto, la prudencia o la moderación, el punto medio es aquello que encontramos como línea de unidad en el desarrollo del pensador griego. Así, la polis ideal debía ser, consecuentemente, moderada: los tamaños adecuados pero no elefantiásicos ni diminutos, cercanías al mar y una serie consecuente de características encadenadas. Lógicamente, esto se aleja de la concepción unificadora, de la respuesta unívoca y universal que acercan tanto la alegoría del barco como la alegoría de la caverna (y otras adicionales como el mito de Er) que utiliza Platón para sostener, ejemplificar y argumentar en favor de su posicionamiento filosófico pero también político. Ahora bien, volviendo a Aristóteles, es lógico que la idea ideal, valga el juego de palabras, sea la adecuación: la ciudad ideal es aquella cuya adaptación a los caracteres propios de ese espacio geográfico, sea necesaria. La ciudad más cercana a la perfección (aunque no sería el mejor concepto) es esa ciudad que mejor se adapta a sus propias posibilidades de existencia, de ser en tanto ciudad.

En consecuencia, el punto central es el siguiente: la Polis es para Aristóteles el eje ordenador y central. Sus problemas no se resuelven como eliminación de esta ya no solamente porque las formas de pensamiento del mundo antiguo “no lo permitían” sino que, además, es imposible porque la Polis, aún con todos sus defectos es el ámbito más adecuado y de posibilidad de florecimiento de la vida buena, de la vida virtuosa, de la vida justa. Así, la Polis es esa comunidad suprema, autosuficiente y anterior por naturaleza a nuestra propia existencia como humanos. La polis es donde los ciudadanos intercambian opiniones y son hacedores de su propia realidad en intercambio con otros ciudadanos de igual calibre. Es imprescindible, por lo tanto, que esos ciudadanos sean partícipes de su propia realización de ciudad justa, ciudad que, como vimos, debe ser lo más adecuada posible en función de sus propias capacidades. Una polis con leyes que ya no son ideales sino en función de dicha polis en el tratamiento de la realidad. Por eso, aunque Aristóteles se inclina en mayor medida por la monarquía y, especialmente, por la Aristocracia, al no regirse la mayoría de las polis por este desarrollo, lo fundamental es resolver las cuestiones de la polis como tal, no tanto como ideal. En suma, como finalidad, la polis emerge como punto de partida de análisis y como punto de llegada de resolución de problemas y realización del humano. Ese todo y sus partes indivisibles sólo pueden encontrar su eudaimonia, su felicidad, su vida virtuosa y justa en la Polis, no solamente por su existencia por naturaleza, sino también porque sólo aquí es posible encontrar un futuro prometedor y un presente lo mejor posible.


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