Vivimos una existencia que lejos de estar marcada por la autenticidad y la radical novedad en nuestras acciones es una serie de repeticiones y de quehaceres de la vida. Lejos de esa individualidad que tanto reclama el liberalismo hay uniformidad y sometimiento a las masas, “al que dirán”. Lo distinto es relegado, lo indéntico, lo masificado es valorado.



Ser distinto es nuestra sociedad no es algo que está observado como un gran valor. Los adalides del pensamiento crítico se hartan de afirmar que lo correcto es criticar al statu quo pero ellos terminan formando un statu quo intelectual. Los revolucionarios del siglo XXI buscan transformar el mundo desde las pantallas de sus redes sociales y desde la hipervisibilidad de sus acciones. La vida se “vive” en función de la opinión ajena. 

El hecho de ser un sujeto sometido a la constante visualización de tu existencia por los que te rodean imposibilita un libre ejercicio de independencia. Las tendencias se imponen. Las excepciones a las normas son castigadas con el rechazo o con el ahora llamado Bullying que no deja de ser una práctica de agresión verbal y física contra el distinto. 

El costo de la diferencia es alto. Los ambientes que nos rodean se homogeneizan en determinadas prácticas cotidianas que son asumidas como lo que “está bien”. Y claro. El chico que no escucha la música actual es acusado de ser un viejo. El que no se acopla a la lógica de la drogadicción o el alcohol para cumplir el estándar de lo “buena onda” es desprestigiado y reducido. Quien prefiere una vida cercana a sus afectos y no subsumida en la “joda constante” es visto como un raro especimen. 

Creemos vivir libertades que no son tales. ¿Hasta qué punto decidimos todo lo que hacemos por convicción autónoma? La mayor parte de las veces uno decide integrarse al grupo para no pasar “vergüenza” que en los términos de la dinámica grupal es ser corrido de lado. No es fácil abstraerse de las presiones sociales. Hay estereotipos de los correcto y estereotipos de lo incorrecto. Las vivencias de lo distinto suelen darse en la soledad. Aquellos que deciden pagar el precio acaban en muchas oportunidades en un exilio interior.

Es imposible no tener prejuicios a la hora del diálogo con el otro. No existe tal cosa como un acercamiento a la realidad desligado de lo que Husserl llamaría el Mundo de la Vida. Sin embargo, uno puede tratar de entrar en el mundo del otro, comprenderlo, aceptarlo, respetarlo,etc. Mas lejos de hacer eso muchos reducen al semejante a categorías despectivas. Ciertas corrientes liberales buscan defender la discriminación olvidando “lo humano”. Se cosifica al prójimo y se lo reduce por motivos económicos, sociales, políticos, culturales. 

Uno se puede preguntar en realidad si es propio de la dinámica de nuestra sociedad de consumo y uniformización. Alguna vez dije en una charla Ted que la rareza me determinaba. Mi sentimiento de extranjería en los territorios en los que habitaba me caracterizaba( y sigue caracterizando) mi existencia. Muchas veces no preguntamos por cómo actuamos… simplemente actuamos. Muchas veces no nos preguntamos por la autenticidad de nuestra vida… simplemente vivimos. El ejercicio que propongo no es fácil. Cada día de mi vida me cuesta hacerlo. Lágrimas y horas de soledad me enseñaron. 

Probablemente muchos lean este artículo pensando en que quien lo escribe es alguien que ha fracasado en los estándares del sentido común moderno y por eso ataca nuestro “modo de vida”. Están en todo su derecho de hacerlo. Creo que el liberalismo ha pensando tanto en lo técnico que se ha olvidado de lo humano, de lo cotidiano, de lo existencial. Sueño con un mundo en que la diferencia sea la norma. Quizás soy un utópico, un idealista. 


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