En los tiempos de constante turbulencia que cursa Argentina, es usual escuchar frases o posturas referidas a que la política engaña, no funciona, o bien que todos los políticos son iguales en sus intenciones. En este breve análisis nos proponemos desmentir aquellos preceptos.
En todo análisis y opinión es necesario esclarecer los conceptos sobre los cuales se van a trabajar. Margaret Atwood ha dicho que “la guerra es lo que sucede cuando falla el lenguaje”. Quizás Von Clausewitz no esté de acuerdo con aquella premisa, pero nos sirve para dejar en claro que, si los conceptos no son definidos, y una misma palabra no posee la misma definición para dos personas, lo único que obtendremos es discordia. Decimos entonces que cualquier escrito que pretenda valerse como explicación sobre algún concepto debe poseer en sí la definición de aquellos subconceptos que forman parte de la explicación general. De esta manera ampliamos el panorama, desarrollamos mejor las ideas y evitamos cualquier tipo de mala interpretación sobre el ánimo del concepto expuesto.
En esta línea, para poder comprender cuál es la obligación del ciudadano en una democracia, y por qué los preceptos mencionados al principio son falaces, debemos, en primer lugar, definir qué significa “democracia”.
Podemos encontrar el origen de “democracia” en la palabra griega demokratía, la cual se compone de dos conceptos: demos (pueblo) y kratein (gobernar). De esto podríamos traducir que la democracia, entonces, es el “gobierno del pueblo”. Bajo una percepción antigua podría interpretarse como el “gobierno de los artesanos y campesinos”, aunque claro está que la democracia griega antigua no era practicada con la concepción e idea que tenemos actualmente de ella, puesto que su actividad era restringida al 10% de la población de una Polis. En resumen, nos aferramos a que “democracia” significa “gobierno del pueblo”.
Francisco Asorey Hracek.
Estudiante de Derecho en la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM)
Vicepresidente de JPro La Matanza
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La democracia es una forma de organizar el poder político, y lo central es entender que la misma funciona como un concepto práctico, que debe ser ejercido para dar forma a su existencia. Este sistema de organización y distribución del poder político (entendiendo poder político como el imperium que posee el gobernante para poder ejercer actos ejecutivos de gobierno) se formaliza a través de una actividad en concreto: el voto. Entonces, el voto es el instrumento formal que institucionaliza y nombra a los gobernantes por un periodo de tiempo determinado, y sujetos a las exigencias, formalidades y deberes que las normas indiquen en relación a la actividad política de gobierno.
Aquellos límites en la actividad del funcionario son establecidos bajo una forma de gobierno que convive y se relaciona con la democracia: la república. Esta forma de gobierno supone la distribución del poder de un país en 3 sectores: ejecutivo, legislativo y judicial. Es decir, que aquellos límites al imperium del gobernante son establecidos independientemente de la actividad del poder ejecutivo. Por lo que, a través de esta integración entre democracia y república, se establece un Estado que vela por las libertades individuales de sus ciudadanos y los derechos humanos en general. De esta forma se impone un ambiente propicio para que el individuo progrese en la actividad que decida realizar, siempre y cuando ésta se encuentre en los límites que la norma indique.
En consecuencia, entendemos que la democracia es el sistema que mejor se adapta a las necesidades del hombre en su vida diaria, como también a sus derechos como ser humano. Ahora bien, el sistema democtático, como definimos, es el “gobierno del pueblo”, y este se ejerce a través del voto. ¿Acaso la democracia existe independientemente de la acción del voto? Claramente no, puesto que el voto es el ejercicio formal que institucionaliza la democracia y permite su existencia. Ese voto es suministrado en elecciones por los ciudadanos para que estos permitan, mediante su voluntad y decisión unilateral, elegir a la persona que detentará el poder político. Cuando un sistema democrático encuentra fallas podríamos decir que la política está “fallando” o que los políticos y funcionarios no cumplen su deber. Frente a un continuo fallo en la política y la gestión de gobierno, donde el feedback entre el gobernante y el ciudadano se quiebra, es posible que la política, como el arte del ciudadano, falle y no pueda brindar las soluciones a los reclamos de la sociedad en su conjunto. Lo cual genera una mayor indiferencia del ciudadano hacia las cuestiones concernientes a la política, alejándolo de ella y creando un rechazo cada vez mayor sobre el actuar político.
La etimología de la palabra “política” se remonta al griego politiká conformado por dos conceptos: polites (ciudadano) y polis (ciudad). Por lo que política podría traducirse como “asunto de ciudades”, o mejor expresado como el arte social de los ciudadanos, atacando la política a la actividad misma del ciudadano y sus decisiones. Es aquí donde vemos que se crea la falacia que venimos a desmentir: la política es la actividad misma de los ciudadanos, y no solo de los gobernantes o “políticos”, ya que todos aquellos que sean ciudadanos serán a su vez políticos de una democracia, en tanto ejerzan el arte social de la polis a través del ejercicio específico de la misma, el voto. La falacia cae entonces por su propia premisa.
Cuando un país atraviesa una crisis social y económica que se prolonga exageradamente, la política como concepto no es la culpable, sino su mal ejercicio. Es decir, el ciudadano, para gozar de todas aquellas libertades que brinda el sistema democrático, contrae una obligación (en tanto no hay beneficio sin obligación) llamada voto. Y el voto es la forma específica del ciudadano de ejercer la política. Su ejercicio existirá independientemente de si decide emitir el voto o no, puesto que aquella acción radica en la voluntad del individuo de participar en una elección como votante, o no hacerlo. Por lo que el ejercicio de la política existirá siempre, independientemente de lo que hagamos en una jornada electiva. Lo que se desprende de esto es que el ciudadano posee una obligación, y como toda obligación, una responsabilidad, su voto. Si surge una crisis de larga duración en un país democrático, es porque quienes emiten el voto han elegido a un gobernante cuya forma de ejercer el poder es similar a la de aquellos que originaron la crisis en un principio. Es vital analizar que la política, como concepto, existe y existirá en tanto la decisión y voluntad del ciudadano sean decisiones políticas.
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