María Maricón: más allá de las tablas

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En el contexto actual de la sociedad peruana, se presenta un fenómeno inquietante: la manifestación de una doble moral por parte de ciertos sectores de la izquierda. Esto se hace evidente en la reciente controversia en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), donde un grupo de jóvenes autodenominados “artistas” ha levantado su voz en protesta por la cancelación de la obra María Maricón, escrita por Gabriel Cárdenas. Con banderas multicolor y emblemas pro-palestinos, estos estudiantes se encuentran en una posición de privilegio, desde la cual pueden expresarse sin las repercusiones que enfrentan sus contrapartes en otras naciones latinoamericanas.

Mientras estos jóvenes se permiten el lujo de manifestarse por cuestiones que, aunque importantes, son a menudo superficiales en comparación con las luchas cotidianas de otros pueblos, su mirada se ve nublada por un adoctrinamiento que ignora las realidades más crudas de la región. En Nicaragua, por ejemplo, el pueblo enfrenta un régimen opresor encabezado por el partido Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), bajo la tiranía del dictador Daniel Ortega, quien ha mantenido un control férreo sobre la sociedad desde 1979. La narrativa de resistencia que se gesta en Nicaragua, donde la fe y la determinación son los bastiones contra la represión, parece ser un eco distante para aquellos que se encuentran inmersos en el confort de la academia peruana.

Es imperativo señalar que la opresión no se limita a un solo grupo; las feministas en Nicaragua también sufren la persecución bajo este régimen autoritario. Sin embargo, el silencio ensordecedor de las feministas de izquierda en Perú es notable. Estas mujeres, que deberían estar alzando la voz en solidaridad, optan por hacer oídos sordos a las atrocidades que enfrentan sus hermanas en Nicaragua. En este contexto, se revela la hipocresía que permea el discurso de aquellos que se autodenominan defensores de los derechos humanos y la justicia social.

La triste realidad es que, mientras en Perú se luchan batallas simbólicas, en Nicaragua dos mujeres, Lesbia del Socorro Gutiérrez Poveda y Carmen María Sáenz Martínez, han estado desaparecidas por más de 160 días. Este hecho no pertenece a un rincón olvidado de África, Asia o Europa, sino que se encuentra a escasa distancia, en un país vecino del mismo continente americano. La falta de atención a estas realidades pone de manifiesto la desconexión entre las luchas de la izquierda peruana y las de otros países latinoamericanos, evidenciando una falta de compromiso auténtico con la justicia.

La doble moral que se manifiesta en el ámbito peruano no es solo un problema local, sino una tendencia que se observa en diversas manifestaciones de la izquierda en toda la región. Este fenómeno se traduce en un discurso que, por un lado, aboga por la inclusión y la equidad, mientras que, por otro, ignora las realidades de aquellos que realmente sufren bajo sistemas opresivos. La incapacidad de los sectores progresistas de Perú para reconocer y actuar en solidaridad con las luchas de los nicaragüenses es un claro indicador de una crisis de identidad y coherencia que se cierne sobre la izquierda latinoamericana.

A medida que nos adentramos en la complejidad de estas problemáticas, es fundamental cuestionar la autenticidad de las voces que se levantan en Perú. ¿Son realmente defensores de la justicia, o simplemente actores en un teatro de ilusiones que ignoran las verdades más incómodas de la región? La invitación es a reflexionar: ¿qué significa realmente ser de izquierda en un continente donde las realidades de la opresión son tan evidentes y, a la vez, tan convenientemente ignoradas?

En conclusión, la doble moral de la izquierda peruana, en contraste con las dolorosas realidades de sus vecinos latinoamericanos, plantea interrogantes profundos sobre la verdadera naturaleza de la solidaridad y la justicia. En un mundo donde la lucha por los derechos humanos debería ser un compromiso universal, es imperativo que se rompan las barreras de la indiferencia. Solo así podremos aspirar a construir un futuro donde la voz de cada oprimido resuene con la misma fuerza, sin importar la geografía que los separe. La historia está esperando ser contada, y las lecciones de nuestros hermanos en la lucha no deben ser olvidadas. ¿Estamos dispuestos a escuchar?

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