La sociedad nos dicta que la belleza es sinónimo de éxito. Pero, ¿qué pasa cuando la juventud se desvanece?. LA SUSTANCIA, el filme dirigido por Coralie Fargeat, ofrece una crítica perturbadora, real y visceral sobre los estándares de belleza impuestos a las mujeres. La película sigue a Elisabeth Sparkle, interpretada por Demi Moore, una actriz de 50 años que, tras perder su trabajo, recurre a una droga experimental que le devuelve su juventud en forma de una versión más joven de sí misma, llamada Sue (Margaret Qualley). Lo que comienza como una oportunidad para revivir su carrera y recuperar su poder como persona, que se ve VULNERADO por el simple hecho de envejecer naturalmente, pronto se convierte en una aterradora reflexión sobre lo que realmente significa la libertad.
El concepto de libertad es uno de los temas más profundos de La Sustancia. Desde el primer momento, se presenta un dilema: ¿Qué tan libres somos para definir quiénes somos cuando la sociedad nos dice quienes debemos ser? Elisabeth, al tomar ‘’La sustancia’’, parece EJERCER su libertad para recuperar algo que siente que ha perdido: su juventud. Y, con ello, su valor como persona en una sociedad que solo te quiere mientras le eres útil y atractivo.
La película nos muestra que esta “libertad” es en realidad una PRISIÓN DISFRAZADA, una trampa creada por los mismos estándares que la han oprimido durante toda su vida.
Elisabeth cree que al ser más joven y atractiva, será más libre de hacer lo que quiere, pero esa juventud recién adquirida solo la ata más profundamente a los mismos valores superficiales que la SOCIEDAD celebra y explota. Este conflicto se plasma a través de escenas explícitas de body horror ; el cual es utilizado como un lenguaje crudo para expresar el sufrimiento interno de Elisabeth. Su cuerpo, antes un aliado, se vuelve un enemigo, mutando y deformándose de formas que reflejan la DISTORSIÓN de su identidad. Las transformaciones físicas son una metáfora de la violencia psicológica que ejerce sobre sí misma al intentar escapar del paso del tiempo, creando una disonancia entre lo que siente y lo que su cuerpo representa.
A través de su narrativa, la película plantea preguntas clave: ¿Es la belleza una forma de poder o una prisión? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestra esencia para encajar en una visión idealizada de lo que debemos ser? La Sustancia responde a estas preguntas con crudeza, mostrando que la libertad de “ser mejor” viene acompañada de un PRECIO ALTO: la pérdida de identidad, de humanidad y de control sobre uno mismo.
Fargeat pinta un cuadro visceral de una sociedad enferma, donde la belleza se ha convertido en una obsesión enfermiza. Sus imágenes, cargadas de SIMBOLISMO y distorsión, nos arrastran a un mundo donde la apariencia física es una máscara que oculta la verdadera identidad. La directora utiliza una paleta de colores saturada y contrastes violentos para subrayar la artificialidad y la toxicidad de este mundo. Las transformaciones físicas de Elisabeth, representadas a través de efectos especiales grotescos y maquillaje exagerado, son una metáfora de la VIOLENCIA que ejerce la sociedad sobre el cuerpo femenino. Cada arruga que desaparece, cada curva que se acentúa, es una herida abierta que revela la fragilidad de la identidad y la imposibilidad de escapar de los cánones de belleza impuestos.
La lucha por la libertad implica rechazar las trampas del conformismo y abrazar nuestra identidad tal como es, sin ceder a los dictámenes del mercado o la cultura. Solo cuando nos liberamos de las cadenas que la sociedad impone sobre nuestro cuerpo y nuestra vida, podemos EXPERIMENTAR una libertad genuina, una que respete nuestra individualidad y nuestra capacidad de elección. La belleza, tal como la define La Sustancia, no debería ser un fin en sí mismo, sino una manifestación LIBRE Y AUTÉNTICA de quiénes somos, sin sacrificar nuestra esencia en el proceso.