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Cristina está dispuesta a romper todo y a todos – Parte 2


Nicolás Pierini
Coordinador de Academia de Estudiantes por la Libertad


Macri no abrió la boca en defensa de Caputo. Sólo instruyó a sus colaboradores más cercanos para que lo defendieran a él si es que algún radical formulaba algún reproche en la reunión que celebró ayer Juntos por el Cambio. Más allá de eso, un confidente del expresidente se limitó a comentar: “Está molesto sobre todo por la familiaridad de Nicky con López, un empleado de planta transitoria. Lo único que le falta es tener que cruzárselo en Cumelén…” La indiferencia de Macri se debe a que, desde hace más de un año, su relación con Caputo está en un freezer. El detalle que puede explicar todo: quien más se apresuró en defender al empresario fue Horacio Rodríguez Larreta quien, en vez de recurrir al clásico “que investigue la Justicia”, apostó a un “no está incriminado en nada”. Está por verse. Por suerte Caputo cuenta con un gran penalista: Mariano Fragueiro, quien patrocinó, entre otras celebridades, a Carlos Zannini y a Héctor Garro, otro imputado en la causa de la obra pública santacruceña.

En su afán por afiliar al Pro al incomodísimo López, la señora de Kirchner incurrió en otro ataque suicida. Como si tarareara su clásico “no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas”, aseguró que los 9 millones que el secretario depositó en el convento provenían de Caputo, a través del banco Finansur. No tuvo en cuenta que, cuando ocurrieron los hechos, el accionista mayoritario de Finansur era Cristóbal López. Otro desafío para Beraldi, que patrocina también a López. De ser verdadera, sería desopilante la versión que afirma que el zar del juego paga también los honorarios que Beraldi percibe por la vicepresidenta: debería controlar mejor adonde dirige su dinero.

Es posible que Cristina Kirchner lea toda esta escena con otros criterios. Pondría en evidencia la primera peculiaridad anotada por Owen y Davidson en el síndrome de hybris: la tendencia a ver siempre el mundo como la arena en la cual ejercer el poder y buscar la gloria. Para esta concepción, la consistencia procesal o discursiva es menospreciable. La vicepresidenta mira el ritual penal como algo intrascendente. Ni siquiera es tan relevante el juicio de la Historia. Antes está el del electorado. Por eso, ajena a todo rigor técnico, se afana en sacar de su peripecia judicial una ventaja política. Y parece estar lográndolo. Unificó a todo el peronismo detrás suyo, en una nueva épica.

Se podría pensar que es la épica de la corrupción. La única que queda. Pero sería discutible. La expresidenta encolumna al oficialismo detrás suyo por dos razones principales. La primera: en el peronismo y, con menos visibilidad, en toda la clase política, no existe interés alguno de que los parámetros con los que se la podría condenar a ella queden fijados como antecedente universal. Es verdad que en los negocios con Báez el kirchnerismo saltó de escala. Pero son pocas las provincias en las que, si se inicia una investigación minuciosa, no aparecerían empresas ligadas a gobernadores en el negocio de la obra pública. Lo mismo pasa en los municipios. Por lo tanto, la del peronismo es menos una reacción ideológica que corporativa.

El reflejo se extiende más allá. Para muchísimos políticos es un inconveniente, y hasta una irresponsabilidad, que todas las administraciones queden sometidas al arbitrio de los jueces, sobre todo desde que un organigrama administrativo puede convertirse, con bastante elasticidad, en una asociación ilícita. En el destino de la señora de Kirchner está escondido el destino de una legión de gobernantes y políticos. La precaución es mayor cuando se trata de expresidentes. Muchos sistemas contemplan que quienes ostentan esa condición se conviertan en senadores vitalicios y queden blindados por los fueros para siempre. Es lo que sucede en Italia, Uruguay o Paraguay. Es lo que soñó y no se animó a proponer Raúl Alfonsín, por razones de decoro, cuando se reformó la Constitución en 1994. Dirigentes como Miguel Pichetto alegan, con gran independencia de criterio, que para garantizar la estabilidad política hay que sustraer de la discusión penal a los expresidentes. ¿Hubo alguna conversación con el kirchnerismo en esta línea? ¿Existió algún contacto entre la vicepresidenta y el senador José Torello, amigo íntimo de Macri? Zona indescifrable del poder.

Hay otra razón por la que el peronismo, en especial el que más simpatiza con la acusada, se activó detrás de la vicepresidenta: la nueva convocatoria a una guerra contra el enemigo. El kirchnerismo no se aglutina alrededor de adhesiones. Se aglutina alrededor de rechazos. Cristina Kirchner, inspirada en su inquebrantable antiliberalismo, vuelve a convocar a sus fieles en contra de la Justicia y de la prensa.

Anteayer levantó otra vez la bandera del lawfare. Ya no bajo la inaceptable explicación de que es la persecución de un inocente. Ahora el lawfare es el suministro de impunidad para un culpable. La vicepresidenta reclamó, con una exaltación lindera con la furia, que se investigue a todos los sospechosos. Por supuesto señaló a Macri, en especial por las denuncias de espionaje de las víctimas del hundimiento del ARA San Juan. Pero llegó a un extremo inimaginable: pidió que se investigue a su esposo por las relaciones que mantuvo con Héctor Magnetto y que, según ella, derivaron en la aprobación de la fusión entre Multicanal y Cablevisión. Al “ah, pero Macri”, se agrega ahora un “ah, pero Néstor”, impulsado por su viuda. Fue una señal, inquietante para muchos, de que está dispuesta a todo. De que se rompió toda omertá.

El relanzamiento de los ataques a Clarín son un contratiempo para la candidatura de Eduardo “Wado” De Pedro, diseñada con cierto aire de familia con las de María Eugenia Vidal y Diego Santilli. De Pedro es director en Telecom. Y ensaya un saludable ecumenismo que lo llevó a comer, en lo de Adrián Werthein, con el embajador de los Estados Unidos, Marc Stanley, y con la embajadora del Reino Unido, Kirsty Hayes. Reunión amable, con parejas, que hizo decir a un chistoso: “Wado se negó a hablar de Falklands. Es su límite”.

La dramatización de las imputaciones ha tenido, en estas horas, un efecto prodigioso. Corrió el eje de lo que la señora de Kirchner quiere ocultar: el ajuste de la economía. El que realiza la inflación. Y el que realiza Sergio Massa. Desde el triunfo de Daniel Scioli en la primera vuelta de 2015 y desde su propia victoria en las primarias senatoriales de 2017, ella sabe que su pacto con el electorado no se basa en la decencia. Se basa en la redistribución. Ese contrato está hoy amenazado. Por eso Cristina Kirchner se regodea en ser víctima de un pedido de condena de 12 años, por las 12 virtudes de los años gobernados con su esposo. Finge ignorar que su problema es muy distinto. Si hubiera que perseguirla, Dios no lo permita, sería por los tres años del gobierno actual, del que ni Luciani consigue despegarla.


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