Tocqueville advertía sobre la facilidad singular con la que a través del modelo estatal denominado –Estado Social Democrático- podría establecerse un nuevo despotismo. Un despotismo que sería diferente a lo ya conocido, que no se ha visto en siglos pasados, uno que ofrece un carácter diverso al clásico despotismo (por lo que sería difícil percibirlo como tal), un despotismo, más extendido, más benigno y que degradaría a las personas pero sin atormentarlos.
Estas características del nuevo despotismo son sumamente relevantes y de hábil elucubración, toda vez que la propia población estaría de acuerdo con las mismas, por lo cual no existiría ninguna resistencia a su posicionamiento como modelo político, incluso las personas no verían como tiranos a sus gobernantes, sino más bien como a tutores. Por cuanto se habría menoscabado en cada sujeto la capacidad de análisis crítico así como de acción libre, creyendo al contrario la necesidad de ser “guiados o conducidos” por los caminos que el “tutor o pastor” estatuyera como mejores.
Tocqueville en su obra “La Democracia en América” le describió como:
Un poder inmenso y tutelar que se encarga solo de asegurar sus goces y vigilar su muerte. Absoluto, minucioso, regular, advertido y benigno, se asemejaría al poder paterno, como si tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, al contrario, no trata sino de fijarlos irrevocablemente en la infancia… De este modo, hace cada día menos útil y más raro el uso del libre albedrío, encierra la acción de la libertad en un espacio más estrecho y quita poco a poco a cada ciudadano hasta el uso de sí mismo… modifica, embrutece, extingue, debilita y reduce, en fin, a cada nación a un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobernante.
Este modelo hoy en día ha crecido y se ha difundido. Ha ganado adeptos por todo el mundo, debido a ese deseo constante de la mayor parte de la población de lograr una igualdad entre todos sus miembros, permitiendo únicamente que sobre ellos se coloque solamente el gobernante, aquel que no solo ostenta un poder casi ilimitado (pero que no es considerado tiránico ya que se lo ha otorgado la propia población y por ello le acepta), sino a quien además se le ve como el benefactor o providente que debe velar por el sustento y bienestar de la población, ya que toda necesidad debe ser suplida por él (propio de los Derechos Sociales), así como conducir a la misma, estableciendo las conductas o modelos sobre las cuales las personas deben comportarse.
Una sociedad eminentemente planificada, dirigida y centralizada, que sin darse cuenta perdió su libertad personal y fue limitada a la capacidad de su planificador, coartando el conocimiento disperso que existe dentro cada miembro de la misma. Una sociedad que hoy todavía cree en el “Mito del Legislador”.
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