¿Por qué a los latinoamericanos no les gusta pagar impuestos?

Cada vez que leemos por qué América Latina continua en la senda del subdesarrollo (o en el mal llamado “países en vía de desarrollo” en el que lleva más de 50 años), las respuestas que afloran van desde el proteccionismo comercial, cortoplacismo, la falta de inversión en innovación, educación obsoleta basada en la teoría -no en la práctica ni lo práctico como lo son las carreras STEM que se puede afirmar son garantía en el momento de conseguir empleo-, la corrupción y un lugar especial para los impuestos, especialmente, a la evasión y elusión de estos. 



Pero ¿por qué los contribuyentes latinoamericanos actuarían de esta manera? ¿realmente existe algún incentivo para ello?

Si observamos diversos índices que tratan la materia partiendo del Paying Taxes 2020 del Banco Mundial, encontramos que en la región centroamericana se requieren de 199 horas anuales en promedio -no para producir- sino para presentar y pagar impuestos (30.3 declaratorias tan solo detrás de África en este rubro, 42.2% en carga tributaria). 

Sudamérica, por su parte, la situación es más compleja ya que, no solo es la región con mayor cantidad de horas requeridas para recaudar impuestos con 519 horas (24.7 declaratorias), asimismo, es la región con la carga tributaria más alta del mundo con 53.3%. Cabe señalar que en Costa Rica la misma representa un 58.3%., aunque, lejos del primer lugar Argentina (106.3).

El mismo índice muestra que el sur del continente requiere en promedio 249 horas para recaudar los impuestos selectivos al consumo. Si tomamos a Brasil como referencia la situación se clarifica según este artículo de la Tax Foundation:         

• Multiplicidad de impuestos al consumo a nivel federal (COFINS, PIS, IPI, CIDE, IOF), estatal (ICMS) y municipal (ISS) con variaciones desde 0.38% hasta el 17%.                                                                                                                                                  • 44% de los ingresos del estado brasileño provienen de estos impuestos indirectos. • Se propone una serie de reformas que incluye la creación del IVA a una tasa del 12%.

Si ha tenido la paciencia de llegar hasta acá estimado lector, primero se lo agradezco y segundo, le recomiendo que la extienda un poco más pues estamos en el punto “si se mueve, grávalo” que citaba el presidente Reagan sobre la visión del gobierno de la economía. Vamos a entrar en el “si se sigue moviendo, regúlalo”.

En América Latina, se interpreta que entre mayor tasa impositiva se posea, mayor recaudación se obtiene. Sin embargo, como suele ocurrir cuando de políticas públicas se trata la teoría -de Laffer- se deja de lado y se prioriza la teoría de los sentimientos económicos.

La misma Tax Foundation señala que Venezuela, Brasil y Colombia se encuentran entre los países con los impuestos corporativos más altos del mundo, por el contrario, Barbados y Paraguay entre los más bajos con 5 y 10 por ciento, respectivamente.

No obstante, estos países son la excepción en la región. La misma tiene la mayor carga corporativa (27.63) después de África, cerca de cuatro puntos porcentuales más que el promedio OCDE y, casi seis de la Unión Europea.

Si se compara con otras regiones y países con tasas de 20% en el caso de Taiwán, Singapur 17% o Hong Kong -hasta que lo permita China- 16.5%. Incluso debajo del promedio regional.

Los números se esclarecen al observar las tasas de crecimiento siendo la que menos lo ha hecho en este siglo (cierto, que los impuestos no son el único rubro para que esta se dé pero, para la inversión podría ser un factor perjudicial en caso de ser muy altos y complejos), otros factores como el capital humano, seguridad jurídica, infraestructura) son importantes  en los que gran parte de Latinoamérica tampoco ofrece garantías.

Más del 50% de los tributos provienen de renta e IVA, es casi como un “tiro al pie” se grava alto al que aliviaría, eventualmente, uno de los males de la región -la pobreza y el desempleo-, en la misma secuencia, se grava al consumidor en general, pero, mayormente, al de menores ingresos que destina gran parte de ellos a pagar ese tipo de impuesto. Justo a los que se pretende sacar de la pobreza, se los condena a ella.

Pasando la página de lo engorroso que es pagar impuestos en LATAM, las altas tasas, sin abarcar la cantidad, a la cual país latinoamericano que no supere los cien difícilmente será reconocido dentro de los sistemas tributarios americanos -al menos en el caso de Argentina y Costa Rica con 165 y 105 impuestos hasta el día de hoy- pero que no debe diferir en demasía con el resto del continente.

Cabe preguntarse ¿a dónde se dirigen esos impuestos?

En el año 2018, el BID estimó en 4.4% la ineficiencia del gasto público -referencia al PIB- en la región considerando filtraciones en transferencias, compras públicas y remuneración de empleados públicos. Variando considerablemente entre países, por ejemplo, el país peor ubicado es Argentina con un desvió de fondos de 7.2%, en cambio, el mejor ubicado es Chile con 1.8%. El promedio regional es del 16% en relación al gasto público total.

Sorprendentemente, para bien la International Budget Partenship en su Encuesta de Presupuesto Abierto ubica a México y Brasil con una puntuación amplia (81-100); en un segundo grupo catalogado de considerable (61-80) Perú, Rep. Dominicana y Guatemala; luego un grupo de nueve países componen la puntuación limitada (41-60); Ecuador compone la mínima (21-40); Bolivia y Venezuela la escasa o ninguna (0-20).

Por su parte, Transparency International posiciona a la región -incluyendo a EE. UU. y Canadá- en una calificación de 43/100 donde 0 es muy corrupto, 100 por el contrario, muy transparente. Siendo la tercera más transparente, o, la cuarta más corrupta como prefiera interpretarlo. Aunque, para ser honestos ninguna región goza como conjunto de buenas calificaciones, sí destacando los países nórdicos al ocupar tres de las primeras seis posiciones globales. 

Seguramente, la tercerización de servicios colabora mucho al limitar la acción del gobierno a pagarlos, no a brindarlos. Aquí un reporte completo de América Latina 2019.

El gran problema para los contribuyentes latinoamericanos es que no ven reflejados sus altos, complejos y arbitrarios impuestos -como los selectivos al consumo de alcohol, cerveza, gaseosas, cigarrillos etc. que no solo se inmiscuye el gobernante en el bolsillo del individuo sino también en su comportamiento en este caso, alimenticio- cada quien es consciente de qué le causa o puede causar un daño, en dado caso, existen seguros de salud obligatorios para ser atendidos en los centros.

Esta una propuesta para los sistemas de salud pública, cobrar tarifas diferenciadas según sus hábitos de salud. No es razonable gravar a igual tasa a un consumidor de los mencionados hábitos, si este es amante del gimnasio, alimentos sin gluten, dormirse y levantarse temprano etc.

Al contribuyente latinoamericano le aseguran carreteras de primer mundo con, a lo mejor, un impuesto a los combustibles o de circulación, pero, obtiene las carreteras en peor estado detrás de África. Bien citaba el jurista español César Albiñana Quintana que “el legislador latinoamericano se desaforó, crea obligaciones de países nórdicos para ciudadanos latinoamericanos que continúan recibiendo servicios públicos africanos”.

Tampoco es muy alentador que sus impuestos se dirijan a subsidiar a gremios proteccionistas que evitan la competencia internacional y sugieren “consumir lo nacional” sin importar la relación precio/calidad, subsidios a la exportación, aranceles aduaneros (en decrecimiento) y demás. 

Sin obviar lo despiadado que se vuelve el sistema al condenar a prisión a todo aquel que evada/eluda impuestos (francamente, resulta difícil que alguien pueda esquivar el pago de ellos con tanta voracidad fiscal), en cambio, si el estado falla en una de sus tantas y falsas promesas, no se tiene opción de condenarlo salvo, moralmente con suma resignación. 

Se garantiza aparte de la muerte, los impuestos como mencionó Franklin, mayormente, con la alta y creciente deuda latinoamericana (al estado no le es suficiente y condena generaciones) acompañada de bajo crecimiento económico. Algo de razón tuvo el dictador Castro al calificarla de impagable.


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