Desde su nacimiento en la Antigua Grecia la democracia se encuentra en una constante lucha frente amenazas que ponen en peligro su perpetuidad y evolución en el tiempo, ya sea por guerras entre grandes superpotencias que paralizan continentes y tropiezos económicos hasta regímenes totalitarios que cercenan cualquier tipo de libertad entre sus ciudadanos, siempre se ha enfrentado a situaciones que la hacen colgar de una cuerda floja que en algunas ocasiones han logrado romper.
A partir de la década de los ochenta una de las principales amenazas a la democracia es el populismo, movimiento que busca conectar con las masas populares y que desde sus cimientos se erige como factor de desestabilización política antes de llegar al poder y luego de su consolidación en el mismo, pudiendo ser tanto de izquierda como de derecha.
El populismo de extrema derecha, principalmente en Europa, se caracteriza por la oposición a la migración, la globalización, la libertad económica y el rechazo al europeísmo, es decir, prácticas innatas del nacionalismo como podemos escuchar en discursos del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán y la ex candidata presidencial de Francia, Marine Le Pen.
Por su parte, el populismo latinoamericano de izquierda se basa en el culto a la personalidad del líder al estilo del Gran Hermano orwelliano, buscando constantemente un culpable de la situación en la que se encuentra la sociedad aunque muchas veces sea él mismo el causante de la crisis, presentándose como la encarnación del mesías con su común denominación de «Yo soy el pueblo», clave de la propaganda política de líderes como Chávez en Venezuela, los Kirchner en Argentina y recientemente Pablo Iglesias en España.
Por esta razón los discursos previos a los comicios electorales de populistas se caracterizan por presentar más quejas a lo que consideran un problema que propuestas para solucionarlo. Al llegar al poder, la situación no varía mucho ya que aplican políticas que cercenan libertades individuales y que le cierran cada vez más el paso a la democracia, la misma que los hizo obtener el poder.
Durante mucho tiempo hemos creído que el sistema presidencialista es el caldo de cultivo perfecto para el nacimiento de líderes populistas, concepción que suele ser errónea ya que en países con sistemas parlamentarios los populistas también encuentran la manera de alcanzar el poder y desestabilizar las instituciones democráticas.
La llegada al poder de un líder populista representa un riesgo para las instituciones democráticas ya que suelen eliminar todo lo que sea un obstáculo para consolidar su poderío, por lo que modificar el ordenamiento jurídico vigente es un método cíclico de populistas latinoamericanos a través de la elaboración de nuevas Constituciones.
De igual manera en la búsqueda por encontrar a quien señalar como responsable del deterioro del país y la precariedad de sus ciudadanos, suele pasar a alimentar el odio entre las distintas clases sociales dando paso al resentimiento social y a la polarización de la sociedad.
Pero… ¿Entonces qué podemos hacer para evitar que esto ocurra?
La ciudadanía tiene un rol fundamental ya que es el pilar de la democracia y tiene en sus manos la capacidad de ser una voz activa en los asuntos públicos teniendo como herramientas la formación y la educación, siendo esta la única manera existente para reconocer de manera eficaz los discursos y líderes populistas que solo buscan desestabilizar el país.
En este misma línea, los Estados tienen que aspirar a contar con instituciones democráticas estables que estén al servicio del ciudadano y no al revés, donde a través del estado de derecho se garantice la existencia de la separación de poderes.
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