Con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, los ecos partidarios comienzan a resonar con cada vez más fuerza. Mientras unos anuncian a los cuatro vientos sus intenciones políticas, otros las disimulan con mayor o menor astucia.
El común denominador es en este caso la convicción propia de que se es la solución a los problemas que congojan a Bolivia. Si el mundo es como decía Shakespeare, un escenario, la política es quizás su obra más interesante. Recurrente y de a ratos impredecible, sus apariencias no deberían distraernos de lo esencial de esta imperfecta comparación: si se busca un cambio en la forma de hacer política, lo urgente no es un simple recambio de actores, sino de todo el guión.
La mirada crítica de la historia de Bolivia nos confirma que desde sus inicios republicanos hasta nuestros días, el modo de hacer política, el papel que el guión le asignó a cada actor ha sido en términos generales el mismo. La temática de cada acto consistió en aumentar la presencia del Estado en la economía regular por demás las actividades comerciales, entorpecer el flujo de bienes y servicios a través de las fronteras y fomentar la incertidumbre sobre la condición de la propiedad privada.
En pocas palabras, el espectáculo político continuará ofreciéndonos el mismo mal sabor de boca si persistimos en apegarnos a ese anticuado guión llamado estatismo. El cambio de actores puede traer cierta frescura y aires de renovación al espectador superficial, pero al igual que sucede con los remakes rara vez se encuentra uno conforme con el resultado. Después de todo, salvo las posibles caras nuevas que normalmente suelen venir acompañadas de otras no tan nuevas, no son más que una excusa para continuar ofreciendo el mismo show.
Otro sería el resultado si, en lugar de contar con una veintena de aspirantes al rol protagónico, encontráramos respaldo en diez o veinte personas con un compromiso honesto por hacer las cosas distinto. Hay diferencia entre querer cambiar al bufón al medio de la comedia y querer cambiar la comedia por otra historia.
Cambiar de guión, de ideas, de convicciones sobre lo que debe ser la política, es, pues, la tarea pendiente de nuestros líderes políticos. Cuando cambiemos de guión y no simplemente de personajes, otra historia será.