Mitos y realidades sobre la brecha salarial

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Autor: Paola Andrea Piotti Balderrama

En las últimas décadas producto de la inclusión de las redes sociales y otros portales de opinión al ecosistema informativo, el fenómeno de la desinformación ha alcanzado niveles elevados. En redes, las mentiras disfrazadas como verdades, o medias verdades, abundan de tal modo que incluso aquellos espacios de verificación, como los establecidos por organismos internacionales que gozan de prestigio, son responsables en parte de la tergiversación de definiciones o la transmisión errada de datos estadísticos, este es el caso por supuesto del fenómeno llamado brecha salarial.

La brecha salarial se ha convertido en uno de los eslabones de la lucha feminista, utilizada por sus diferentes referentes, y muchos políticos oportunistas, es el ejemplo más claro para ciertas ramas de este movimiento del patriarcado expresado en la economía, que desvaloriza el trabajo de la mujer frente al del hombre, y según la fuente a la que se recurra, otros adjetivos adicionales que le convierten en uno de los medidores de desigualdad favoritos a la hora de hablar de las diferencias entre los géneros y su apreciación en la sociedad.

El problema con la brecha salarial, es que si bien medios de comunicación y organismos que revisten de prestigio se refieren a ella como el resultado de la diferencia salarial entre hombres y mujeres por el mismo trabajo, la metodología de extracción del dato no coincide con el relato que se monta tras ella.

La brecha salarial es entonces, el resultado obtenido de la media de salarios que comprende el global de hombres y mujeres que perciben ingresos mediante una relación de dependencia, hecho distinto al de discriminación salarial, fenómeno por el cual dos individuos de idéntico trabajo perciben salarios distintos en función de características que no influyen en su desempeño.

La brecha salarial, de la forma en la que es medida, genera un problema típico en las estadísticas que pecan de la generalización, y si ahondamos en la recolección de datos más específicos sobre el fenómeno, accesorios a la medición de la brecha salarial, como en el caso de Argentina o España, se evidencia que ajustando las variables adecuadas como ser tipo de trabajo, responsabilidades que conllevan los puestos, horas de trabajo y sectores, las diferencias de percepción de trabajo se reducen hasta casi desvanecerse. Sin embargo, si es posible afirmar que aun cuando la brecha salarial no se refiere a desigual paga por el mismo trabajo, el fenómeno si deja en evidencia ciertos hechos que aun hoy, son motivo de debate y estudio.

Dentro de la realidades que arroja la brecha salarial se encuentra el hecho de la que mujeres se hallan empleadas en sectores menos remunerados con respectos a los hombres, generalmente asociados a aquellos sectores de la economía considerados de cuidado, junto a esto, las mujeres suelen destinar menos horas al trabajo que los hombres, hecho que recrudece a medida que las mujeres ingresan en la edad promedio de maternidad. Es así que los factores que influyen en la brecha salarial no están directamente relacionados a la discriminación per se, sino a las elecciones de carreras u oficios y a la penalización a la maternidad que suele ser producto de la excesiva carga social impuesta a ellas a través de las leyes laborales.

Es así, que es muy probable que una de las preguntas más frecuentes en una entrevista de trabajo a mujeres sea: ¿Planea tener hijos? Y la respuesta resulte determinante, pues el empleador debe contemplar el factor del gasto extra que supondría no sólo una licencia de maternidad, sino aquellas otras cargas patronales asociadas a la misma, lo cual implica un nuevo escollo en el acceso al mercado de trabajo, tan conflicto para este sector de la sociedad, considerando que su ingreso al mismo se ha visto retrasado con respecto a sus pares masculinos.

Negar que la supresión de los derechos y libertades de la mujer nunca ha existido y que las condiciones de ellas en el mercado de trabajo se equiparan a la de los hombres, es negar el poder coercitivo del Estado que durante décadas le negó no sólo el trabajar, sino el estudiar, prepararse y hacer carrera frente a sus pares, lo que es en muchos casos la explicación de cierta desventaja que las mismas muestran a la hora de analizar sus grados de participación en cargos altos. Por supuesto que no es posible generalizar, ya que existen casos del éxito empresarial de mujeres, y que cada vez estos incrementan producto de la apertura cultural de la sociedad.

A este respecto, es posible argumentar que las razones que motivan las elecciones de oficio o carrera tienen un trasfondo biológico, producto de la primitiva división sexual del trabajo, y uno cultural, que aferra a la misma catalogando a través del género estos oficios o carreras. Es así, que para sociedades con raíces conservadores, habrá trabajos destinados a hombres y otros destinados a mujeres.

Si aceptamos este punto como una de las explicaciones a la brecha salarial, creer que la misma pueda se prohibida a través de los mecanismos de creación jurídica estatales, es tanto pecar de soberbio, sobrestimando el poder de las normas, como inocente, pues no se ha producido nunca un cambio social a través de la legislación. Las leyes no reforman la sociedad, es la sociedad la que elegirá si las leyes se adaptan o no a su realidad y si van o no acatar las mismas en función de este espontáneo análisis, la informalidad es claro ejemplo de una sociedad a contramano de la legislación por la imposibilidad de su cumplimiento.

Es así que las medidas que buscan frenar desde la poltrona política la brecha salarial, entendida como los cupos de género, leyes especiales de prohibición a la discriminación, o normas que buscan incrementar las cargas sociales en favor de la mujer, obtienen resultados contraproducentes, impidiendo aun más el acceso al mercado laboral, acrecentando aquello que se busca limitar.

Por otro lado, si se desea minimizar las diferencias de percepción de ingresos, habrá que considerar el rol que juega la transformación social, el compromiso compartido sobre el cuidado de los hijos, reducir las diferencias entre las cargas sociales femeninas y masculinas, y apelar por la desregularización del mercado, que al final de cuentas, es el mecanismo más eficiente para multiplicar las oportunidades laborales que facilitan el acceso al mercado de trabajo y resultan en un incremento de ingresos.

Pero claro, la heroica gesta de reducir las desigualdades entre hombres y mujeres, es un platillo muy apetitoso para los políticos de turno, por lo cual, esperar que ejerzan un rol consciente resulta poco factible considerando el buen marketing que significa la famosa brecha salarial.


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