Independientemente del día en que este artículo sea publicado, lo importante es el concepto que dio el presidente: cuando a ellos se les ocurra, habrá una marcha de “los argentinos del bien”. El gobierno que venía a “cerrar la grieta” ahora nos habla que somos argentinos de mal los que reclamamos por el mantenimiento del Estado de derecho, la economía y, sobre todo, la libertad de expresión.
La CGT dijo que el 17 de octubre habrá una marcha a favor del gobierno, Grabois había planteado lo mismo, otros dirigentes iban en mismo sentido. Independientemente de qué institución lo haya dicho, lo concreto, el hecho, la información es contundente y desprende de los principios básicos de la lógica: si la marcha de los argentinos de bien llegará algún día, significa que las marchas que hicimos en contra de este gobierno durante los 10 meses que lleva adelante fueron todas marchas de los “argentinos del mal”.
En efecto, esto es usar el manual absoluto de Schmitt que la cleptocracia del kirchnerato logró instalar con excesiva eficacia en su mandato: la lógica del amigo – enemigo. Esta aberración constituyente del relato k, de las grandes y pequeñas mentiras que nos contaron (como el título del libro más contundente sobre la dialéctica periodístico – comunicativa que revela cómo entre 2003 y 2015 se perpetuó el aparato de propaganda… aunque deberían sacar una segunda versión para el presente mandato), es solo entendible dentro de la lógica de situación utilizada. Así, estar conmigo o en mi contra se convierte en la justificación religiosa de la dictadura del relato, donde el convencimiento y la discrepancia democrática se convierten en mecanismo de “odio” según el nacional populismo.
De esta manera, los argentinos de bien son todos y cada uno de los que, consciente o inconscientemente acatan cada mensaje, cada acción, cada doctrina del gobierno como meros mandamientos otorgados por el mismísimo Dios. Claro, no sorprende, ellos siempre tuvieron a un Dios, o más bien a una Diosa, o mejor dicho aún a una arquitecta egipcia: la misma que decía que solo hay que tenerle miedo a Dios y a ella un poquito. Es entendible que nunca estén dispuestos a aceptar la crítica como punto de partida sobre el cual encontrar mejores soluciones. Es entendible porque es más fácil el ponciopilatismo como método de gestión, el echar culpas que simplemente hacerse cargo del propio error. El “saraseo” en la gestión encuentra la pareja de reproducción perfecta en el intrincado mecanismo de desprestigio constante, de convencimiento de las masas y de acción en contra de los países normales ya no del mundo sino de la región.
No estoy descubriendo la ley de gravedad. Tampoco me cayó una manzana en la cabeza (o la vi caer de un árbol, no importa ahora), pero sí que hace años que somos partícipes de la lluvia de manzanas que nos tiran o de escombros pagadas encima por nosotros mismos para el mantenimiento de la agotante burrocracia. Solo describo su despreciable cosmovisión, su sistema de valores.
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