Lecciones políticas a mi yo de 14 años sobre Eduardo Galeano

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Autor: Paola Andrea Piotti Balderrama

Hace unos días, desempolvando mi biblioteca, di con uno de los libros más populares del escritor uruguayo Eduardo Galeano: Patas arriba, haciendo memoria recordé que una de mis maestras de secundaria solía intercalar como textos para su clase de literatura las obras de García Márquez y Galeano, una combinación bastante extraña, pero a la vez peculiar dentro de las aulas bolivianas, donde la innovación es quizá el segundo término prohibido justo detrás de pensamiento crítico.

Cuando abrí el libro me encontré con algunas frases resaltadas, por supuesto el sistema educativo boliviano hizo de las suyas conmigo cuando tenía 14 años, así que ahora, cuando ha pasado una década desde mi encuentro con este texto, me permito compartir algunas apreciaciones en las que, seguramente, discreparía con mi versión del pasado.

“El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo” Por supuesto que Galeano se refería a capitalistas, pero quien lea hoy estas palabras podría perfectamente encontrar la descripción del político latinoamericano promedio, esa clase de sujetos que desde su privilegiada posición se dedican a regir nuestras vidas con el poder de una firma suya, castigan el trabajo con cargas impositivas y regulaciones para seguir gastando ellos a sus anchas, recompensan la falta de escrúpulos practicando su deporte favorito: El capitalismo de Estado del que obtienen jugosas y deshonestas recompensas. Lo curioso es que muchos de estos nuevos oligarcas, son los mismos que Galeano ensalzaría posteriormente como paladines de la justicia social.

En otro pasaje del libro, Galeano señala: “Le economía mundial exige mercados de consumo de perpetua expansión…el mismo sistema que necesita vender cada vez más, necesita también pagar cada vez menos” Sería interesante haberle planteado a Galeano a cuantos humanos habría estado dispuesto a sacrificar en pos de reducir la expansión del mercado, considerando que si ha existido un elemento que ha permitido dejar obsoletas las predicciones Malthusianas ha sido justamente el carácter dinámico del mercado y la capacidad de adaptación, especialmente de aquellos que menos limitantes estatales presentan. Por supuesto, Galeano complementa su crítica a la expansión del comercio con un ambientalismo esquizofrénico, para el cual la única solución a los problemas ambientales pasa por mayor regulación proteccionista en torno a los afamados recursos naturales, misma que ha demostrado su ineficacia cuando recordamos la facilidad con la que el Estado sede concesiones de los mismos cuando anda escaso de dinero que repartir (o apropiarse), mientras que las soluciones eficientes en materia de reducción de contaminación han llegado de mano de la iniciativa privada, el pendrive, los vehículos eléctricos, los santuarios privados de preservación de especies en peligro de extinción son solo algunos de los ejemplos. Sobre el tema de los salarios relacionados con la producción, justamente aquellos países que mayor libertad contractual permiten, poseen una escala salarial elevada, a diferencia de, por ejemplo, Bolivia o Perú, donde producto del control de precios reflejado en la imposición de un salario mínimo, el porcentaje de trabajadores informales supera con creces al sector formal.

 Cerca del final, quizá en uno de los pasajes más autocríticos, el uruguayo realiza un análisis de la caída de los regímenes socialistas del este Europeo, para lo que establece “En nombre de la justicia, ese presunto socialismo había sacrificado la libertad…quienes creemos que la injusticia no es nuestro destino inevitable, no tenemos por qué reconocernos en el despotismo de una minoría negadora de la libertad.” El anhelo utópico del autor es común cuando la realidad termina acorralando a todo aquel que defiende el incremento de poder de un ente regulador, cuyos administradores ven acrecentados sus poderes al grado de no encontrar frente a ellos una verdadera oposición a servirse del Estado, en lugar de servir a quienes les han encomendado esa función. El riesgo que suponen las ideas estatistas esta en la destrucción de la institucionalidad que debe marcar el límite entre el ejercicio de sus funciones y el respeto por la libertad individual de los administrados, límite que queda cada vez más desdibujado en nuestros días, al final de cuentas, no es el carácter de los mandantes lo determinante, sino que tanto se le permita a ese mandante de mal carácter hacer para con otros.

Patas arriba posee, sin duda, muchas más citas interesantes para analizar. La pluma del escritor era atractiva en función de las alegorías que empleaba, y su lenguaje siempre coloquial facilitaba la comprensión de sus libros, quizá por ello a una jovencita de 14 años, cuyos textos escolares estaban repletos de conceptos como igualdad, colectivo, justicia social, inequidad, explotación y a quien se le presentó la economía regulada en función de la protección de intereses nacionalistas como la muestra patriótica de emancipación frente a interés extranjeros, a la vez que se prometía la llegada de grandes salvadores que adoptarían la figura de presidente para hacer el cambio, encontrar en Galeano al profeta de la verdad absoluta.

Por suerte, algunos despertamos, otros aún siguen dormidos con el soma de los intelectuales como Galeano y otros colegas suyos que se dedican a lavar el rostro al intervencionismo, lo que sabrán agradecer, claro, los políticos de turno legitimados.

Bibliografía

EDUARDO GALEANO, Patas arriba: la escuela del mundo al revés, (1998), Siglo XXI.


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