En tiempos de polarización creciente y discursos cada vez más agresivos, es acertado retomar a Karl Popper (1945), uno de los pensadores más influyentes en la defensa de la sociedad abierta. Su reflexión sobre la paradoja de la tolerancia suele citarse de manera simplificada, “debemos ser intolerantes con los intolerantes”. Pero su argumento es más complejo, más matizado y profundamente liberal. No se trata de justificar formas de censura ni de persecución ideológica, sino de explicar qué condiciones deben preservarse para que una sociedad libre pueda seguir siéndolo.
Karl Popper, nacido en Viena, se convirtió en una figura central del siglo XX por su teoría del falsacionismo científico, su defensa del racionalismo crítico y su compromiso intelectual con las sociedades abiertas. Influido éste por el clima político europeo de entreguerras, dedicó gran parte de su obra a entender cómo preservar instituciones democráticas frente a ideologías que rechazan el debate racional. Su advertencia sobre los límites de la tolerancia, surge precisamente de esta preocupación por asegurar las condiciones que hacen posible la libertad. Popper, formuló la paradoja de la tolerancia originalmente en “La sociedad abierta y sus enemigos” (1945), obra que escribió durante su exilio en Nueva Zelanda mientras observaba desde lejos el colapso de Europa bajo los totalitarismos nazi y soviético. Pero la idea volvió a aparecer explicada de manera clara en una conferencia que brindó años después en la London School of Economics, donde Popper enseñaba filosofía política.
El autor parte de un principio clásico del liberalismo: una sociedad libre se sostiene en la coexistencia pacífica de diferentes visiones del mundo. La tolerancia no significa estar de acuerdo con todo, sino aceptar que los demás tienen derecho a pensar, creer y vivir distinto. Es una virtud política indispensable para que el pluralismo funcione, sin embargo, como todas las virtudes, tiene sus debilidades. La tolerancia requiere de instituciones, normas y hábitos culturales que la protejan, porque no puede mantenerse sola. Y aquí aparece el problema: ¿Qué ocurre cuando la tolerancia es aprovechada por actores o movimientos que no creen en ella y que buscan destruirla? Esta es la tensión que Popper intenta resolver, dado que la tolerancia ilimitada puede llevar a la autodestrucción de la tolerancia misma. Si un grupo que rechaza la libertad, el pluralismo, y el debate abierto aprovecha las libertades de la sociedad abierta para tomar poder e imponer un dogma único, entonces esa sociedad está cooperando con su propio final. Nuestra época ofrece múltiples ejemplos de movimientos políticos que ascendieron a través de discursos de justicia social o representación popular, y una vez en el poder terminaron por coartar la tolerancia y a debilitar el pluralismo que sostiene a una sociedad.
Popper es claro al advertir que su tesis no autoriza a suprimir toda expresión de ideas intolerantes. Él insiste en que incluso las visiones más dogmáticas deben poder ser expuestas, criticadas, discutidas y “falseadas”. La reacción inicial de una sociedad liberal no debe ser la censura, sino la razón. La crítica racional, la argumentación pública cómo la deliberación democrática, son algunos de los principales mecanismos de defensa de una sociedad abierta. Un liberalismo seguro de sí mismo confía en la fuerza del debate y en la capacidad de la ciudadanía para desmontar los argumentos que buscan socavar la libertad.
El verdadero límite aparece cuando los intolerantes renuncian al debate y recurren a métodos violentos o coercitivos. Cuando un movimiento, no sólo sostiene una doctrina intolerante, sino que intenta imponer mediante la fuerza, intimidar a opositores, eliminar espacios de disenso o destruir instituciones diseñadas para limitar el poder, entonces, la tolerancia se vuelve vulnerable. Llegado a ese punto, una sociedad abierta tiene el derecho, e incluso el deber, de defenderse. “Debemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia” (Popper, 1945, p 226). Es decir, el límite no es ideológico, sinó metodológico: las ideas intolerantes pueden ser expresadas; lo que no puede permitirse es el intento de destruir el marco institucional y cultural que permite la expresión de ideas distintas. En otras palabras, no se combate la opinión del intolerante, sino su disposición a eliminar el debate.
El aporte de Popper no es demonizar a estos actores, sino ofrecer un criterio simple para evaluarlos: ¿aceptan las reglas del juego democrático, el control institucional y la discusión racional? ¿O buscan suprimirlas?
Por eso, la defensa de la sociedad abierta no es un acto reactivo, sino una actitud permanente. Implica educar para el pensamiento crítico, fortalecer instituciones independientes, promover una cultura de debate y sostener espacios donde la razón pueda operar sin miedo a represalias. La paradoja de la tolerancia no invita a cerrar el debate, sino más bien a garantizar que el debate pueda existir.
Entender esta paradoja es entender que la tolerancia tiene un propósito: hacer posible la libertad. Sin embargo, para que ese propósito no se destruya a sí mismo, la sociedad debe resistir a quienes buscan reemplazar la discusión por la imposición y el pluralismo por la unanimidad forzada.
Fuentes:
- Popper, K. (1945). La sociedad abierta y sus enemigos. Vol 1. Editorial Paidós.
- Fundación para el Progreso (2018, marzo, 18). Axel Kaiser | La paradoja de Karl Popper. https://www.youtube.com/watch?v=sqA8s56tRfk
- Don Filósofo Instantáneo (2025, enero, 14). La paradoja de la tolerancia: Karl Popper. https://www.youtube.com/watch?v=qHYooqDviTg
- Popper, K. (1957). La miseria del historicismo. Alianza. (1999)