La educación pública, un crimen de lesa humanidad

Escrito por Roymer Rivas


Hablar de educación es hablar de un tema que compete a cada uno de los actores sociales, pues repercute en el modo en cómo desarrollan cada una de sus potenciales capacidades y, por consiguiente, marca el camino que transita la sociedad en la que se desenvuelven. Pocas cosas tienen una incidencia tan directa en el inconsciente y consciente colectivo como la educación. Pero ¿Cómo debe ser la educación? ¿Pública o Privada? ¿Por qué encuentro que la educación pública es un crimen de lesa humanidad? Para responder estas preguntas primero hay que saber qué es “educación”.

La palabra educación proviene del latín “educatio”, que hace alusión a crianza o entrenamiento, que a su vez se deriva del verbo “educare”, que se refiere a orientar, nutrir, guiar, criar, educar, revelar, sacar al exterior; por lo que, en palabras sencillas, el término hace referencia a la acción y efecto de desarrollar las capacidades mentales —el intelecto— del individuo y, a la par, incitar la adquisición de nuevos conocimientos y habilidades con el fin de comprender mejor el mundo que nos rodea para adaptarnos a él.

Entendiendo esto, a priori, se deduce que el ser humano es educado de manera continua, desde el momento cero de su existencia hasta que deja de existir. La educación no se limita a la academización formal que recibe una persona, puesto que el hombre se desenvuelve y convive en un mundo que le imparte conocimiento; esa convivencia con la naturaleza, sociedad y, por extensión, la cultura, educa al hombre por el mero hecho de existir, de estar allí. Esto es una educación espontánea que va, por decirlo de alguna manera, refinando o mejorando al hombre a medida que avanza el tiempo.

Por su parte, esa “academización formal” tiene la característica de ser deliberativa y esta misma intencionalidad hace que sea un tipo de educación sistemática que está relacionada con el contexto en donde se desenvuelve el individuo, es decir, las condiciones histórico-sociales de cada grupo; de manera que la forma y el contenido impartido están coordinadas, o regidas, por la sociedad que la practique. Es un fenómeno que se da en la sociedad —en las interacciones entre individuos—; y, en la medida en que cada sociedad tiene una forma de interpretar al hombre y al mundo que le rodea, el concepto de educación cambia de un lugar a otro.

Entonces, mientras que la educación espontánea se obtiene gracias a nuestra capacidad de razonar —que se pule con el tiempo— y a la comunicación constante que tenemos con el entorno, la academización formal está representada por las iglesias, las instituciones educativas —tanto públicas como privadas— y la familia, pues las mismas promueven —o así lo intentan— los valores de esa sociedad, lo que termina siendo la cultura.  Ambos tipos de educación son necesarios para que los actores sociales puedan adaptarse al mundo y a la sociedad en donde hacen vida.

En todo este proceso natural, el hombre:

Aprende y forma ideas sobre otra gente, sus deseos y acciones para lograrlos, el mundo y las leyes naturales que lo gobiernan y sus propios fines y cómo alcanzarlos. Formula ideas sobre la naturaleza del hombre y cuáles deben ser sus propios fines y los de otros a la vista de esta naturaleza .

Rothbard, Murray. (2019). Ciencia y educación: ¿Estado o mercado? Edición en Español. Publicado por Centro Mises. Sección “Educación: Libre y obligatoria”, subtema “La educación del individuo”, párr. 4.

Ahora bien, el mundo moderno ha dado más importancia a la academización, esa educación sistemática, y poco se ha aportado en “la importancia que tiene la educación que se da por el hecho de relacionarse con los demás y con el medio de manera espontánea”.

En este marco, en donde se prioriza la educación formal, se observa como el mismo se enmarca en lo que conocemos como “educación pública”; y es así en todo campo, tanto en lo que se conoce como “privado” como lo “público”. La educación “privada” del presente no es tan privada como se piensa. Por lo menos en Venezuela, eso es una colosal mentira en la medida en que las instituciones educativas supuestamente privadas se rigen por lo que dicta el Ministerio de Educación del país.

Si una institución quiere brindar el servicio de la educación, tiene que cumplir ciertos requisitos que les exige este ministerio, entre los que se encuentra el vasto material que tienen que enseñar obligatoriamente en las materias impartidas para las distintas ramas que ofrecen a los estudiantes. Este panorama lleva a preguntarse ¿Siempre fue así? ¿El Estado siempre brindó educación directa o indirectamente a la sociedad?

La respuesta es un tajante no, no siempre fue así. Si echamos un vistazo a la historia de la humanidad, encontramos que en la antigua Grecia, específicamente en Atenas, los niños eran encomendados a algún maestro que lo guiara hasta los 18 años —lo que implica una enseñanza directa y personalizada, maestro-discípulo—, “si algún maestro era reconocido, los jóvenes se acercaban a él para adquirir su sabiduría; si alguien quería ser músico, iba con un maestro para que le enseñara música, si quería ser poeta, orador, filósofo, artesano, o cualquier otra profesión, iba con el maestro correspondiente”. Esto denota que la libertad de enseñanza era un principio que regía a la sociedad de aquel entonces, además que se respetaba la obligación de los padres a educar a sus hijos.

El individuo tenía la libertad de decidir en qué rama especializarse y de valerse de todos los medios a su alcance, por ensayo y error, para alcanzar esa profesionalización. Los resultados de este sistema ya lo conocemos, Atenas es la cuna de la civilización actual, entre otras cosas, brindó aportes en la ciencia y la filosofía. 

Partiendo de lo anterior, nos encontramos con un gran contraste hoy en día. Vemos cómo el Estado es el que decide qué —en la mayoría de los casos— y cómo se imparte el conocimiento en las academias del país. Este sistema educativo ataca directamente la naturaleza humana, por ello es un crimen de lesa humanidad; es así en la medida en que se limita la libertad de elección de los individuos y, en adición, se mata el pensamiento crítico y la creatividad de los actores que caen víctima de este sistema, convirtiéndolos en esclavos intelectuales —sino materiales— de aquel que tiene la potestad de elegir qué y/o cómo se imparte el conocimiento.

En este sentido, es necesario comprender que, si el conocimiento es poder para quien lo posee, el no conocimiento es poder doble para quien gobierna sobre el que no lo posee, pues, el individuo —o la sociedad— no tiene el poder de comprender del todo el contexto social para realizar cálculos que le permitan determinar las acciones necesarias que le ayudarán a tener mayores probabilidades de éxito en la consecución de sus fines, por lo cual, se ve en la necesidad de someterse a las directrices de quien gobierna —no posee el poder o la capacidad de oponerse a él—

Lo anterior deriva inexorablemente en la infelicidad de aquellos que son sometidos al sistema o, en caso de no ser así, al menos las limita de un sentido de satisfacción mayor por cortar caminos hacia ese fin. Esto a pesar de que muchas veces el actor no se da cuenta de ello.

Un sinfín de problemas parten de este sistema que no se pueden desarrollar en el presente escrito por la extensión que amerita el mismo, pero que, a grandes rasgos, pueden resumirse en “inflación de certificados” que supuestamente avalan inteligencia, una inteligencia medida según parámetros impuestos desde arriba, conformidad individual, lo que lleva a conformidad social, desinterés y/o desánimo, entre otras cosas.

Ese atentado contra la naturaleza humana de dejar que sea el mismo mercado, la interacción entre seres humanos, quien oferte y satisfaga las demandas de los “estudiantes” —que somos todos— y los ayude a desarrollar sus habilidades, capacidades, en distintas ramas, para que éstos puedan adaptarse mejor a su entorno y puedan aprovechar mejor los medios para la consecución de sus fines, no ha hecho más que limitar al individuo y a la sociedad.

Por esa razón, en resumidas cuentas, es necesario que el sistema educativo cambie y de paso al mercado, a esa espontaneidad social, en sentido pleno, para que éste sea quien estipule las ofertas académicas; solo de esta manera será posible empoderar a la sociedad para hacer frente a todas las vicisitudes que se puedan presentar en el entorno social.


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