El padre de la Economía, el escoses Adam Smith, deja sentadas las bases para el desarrollo de las ciencias económicos en una de sus obras más importantes, la Riqueza de las Naciones. Dentro de este texto económico, Smith introduce temas como el funcionamiento de los sistemas financieros, la transición de una economía agraria a una comercial, mercantilismo, el rol del Estado, entre muchos temas más; pero una de las ideas más notables, junto con el concepto de la autoregularización de los mercados por medio de la llamada “mano invisible”, fue la división del trabajo. De acuerdo con lo planteado en la obra de Smith, la división del trabajo consiste en el reparto de operaciones en un proceso particular de producción, en donde existen actividades cada vez más simplificadas y especializadas (J. Ricoy, 2005: 17). Delegar actividades en el proceso productivo, genera especialización de la mano de obra lo que produce eficiencia en todo el ciclo de producción; desde la perspectiva económica es una de las opciones más viables dentro del mundo de la producción y el comercio internacional.
En el mundo globalizado que vivimos, uno de los factores que más ha favorecido al comercio internacional ha sido la división internacional del trabajo. Grandes compañías de los diferentes sectores de la producción se han visto beneficiados de la reducción en costos que trae consigo la división y especialización del trabajo internacional. Desde el punto de vista económico, la división del trabajo permite la creación de empleos a lo largo del globo terráqueo, las economías emergentes adquieren nuevas tecnologías y los países más desarrollados producen en masa sus productos a nivel mundial de la manera económica más eficiente. Pero cuando la división del trabajo surge en base a situaciones políticas pierde su eficiencia económica. Uno de los proyectos donde la eficiencia económica de la división del trabajo se perdió debido a factores políticos fue en el “F-35 Joint Striker Fighter (JSF) Program”.
Los Estados Unidos de América es el país que más recursos destina al gasto militar en el mundo. En 2019, el presupuesto militar estadounidense fue de 732 mil millones de dólares; casi triplicando la cantidad de la segunda potencia militar, siendo este China con un gasto militar de 261 mil millones de dólares (Infobae, 2020). El poder de las fuerzas militares estadounidenses es indiscutible y para lograr mantener su hegemonía a nivel mundial, la industria de defensa debe estar en constante innovación. Es así como nace en 1994 la iniciativa “F-35 Joint Striker Fighter (JSF) Program”, con la finalidad de renovar la flota área de tres ramas de las fuerzas militares (Air Force, Marine Corps, Department of the Navy) de Estados Unidos mediante la fabricación de los aviones de combate quinta generación. La empresa encargada de llevar a cabo el proyecto es Lookhed Martin, la cual deberá producir en masa tres prototipos de aviones de combate con las especificaciones de las tres ramas militares para cada prototipo.
Lockheed Martin Corporation ha creado alrededor de esta iniciativa militar una cadena productiva, tanto internacional como local, de gran tamaño y con mucha complejidad. La creación de esta compleja y gran cadena productiva empieza desde el nacimiento del proyecto. La compañía para lograr adjudicarse con el contrato de fabricación de los aviones de combate debió asegurar un gran apoyo por parte de los legisladores en el Congreso de los Estados Unidos. Esta aseguró el apoyo de senadores y congresistas mediante la promesa de la creación de numerosas plazas de empleos en los diferentes distritos y estados que representaban los políticos en aquella época. Adicionalmente, algunos componentes de las aeronaves son elaborados por los aliados estadounidenses que se comprometieron en adquirir los F-35 cuando se encuentren disponibles en el mercado; esto ocasionó que se produjera una división del trabajo netamente por fines políticos mas no económicos o de eficiencia.
Debido a la importancia del proyecto con la que ha sido clasificada, este requiere que las fases de prueba sean omitidas; trayendo consigo muchas fallas operacionales en los modelos. Muchas de estas deficiencias operacionales hacen que los F-35 que ya se encuentran en circulación tengan que ser devueltos al fabricante, el cual tiene que empezar el proceso de revisión y posteriormente, en la mayoría de los casos, volver a ensamblar la aeronave; por ende, tener una cadena de producción tan grande y compleja no le permite ser eficiente, lo que provoca costos más elevados y retrasos en los tiempos de fabricación acordados. Es por esta razón, que desde la perspectiva económica la división de trabajo que se ha dado para la fabricación de los F-35 no alcanza niveles eficientes de producción. El proyecto inicialmente estaba valorado en 208 billones de dólares, pero estas fallas operacionales han provocado que el Gobierno estadounidense tenga que invertir 115 billones de dólares extra para lograr que el proyecto siga en pie; en la actualidad este se encuentra valorado en 320 billones de dólares. Además, las fechas de entrega estimadas han tenido que ser postergadas entre tres o cuatro años dependiendo del modelo de la aeronave.
Si algo nos deja como lección el programa F-35, es la incompatibilidad que existe a veces entre los conceptos económicos y políticos. En una sociedad, la economía y la política son actores claves para su desarrollo, sin embargo, algunos postulados planteados por estas ciencias sociales llegan a ser incompatibles entre sí; como es el caso de la división del trabajo. Por ende, es fundamental tener en cuenta el resultado que se espera cuando se utiliza algún concepto de estas dos ciencias; así que, de manera general, si se busca la correcta organización de la sociedad se debe recurrir a las ciencias políticas, mientras que la economía debe estar encargada de la búsqueda de eficiencia en procesos y resultados cuando se posee recursos escasos.
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