El estado actual del mundo no es prueba de que la filosofía es impotente, es, mas bien, la prueba del poder que la filosofía tiene. Es es la filosofía la que ha traído al hombre al estado actual, solo la filosofía la que puede guiarlo para salir de allí.
Ayn Rand
Luego del fracaso del gobierno de Áñez, Bolivia se encuentra en el proceso de transición de gobierno más importante de la historia democrática del país. Pasar del gobierno más inmoral de la historia moderna de Bolivia —y, muy posiblemente, de toda su historia— a uno que dice ser diferente, es, sin duda, un alto en la caída libre en la que nos encontrábamos como sociedad.
En medio de toda esta vorágine de nuevas emociones y de una nueva esperanza naciente que envuelven al boliviano, es importante señalar el objetivo que se debe buscar con el presente cambio. ¿Es solo un cambio de gobernante o es, efectivamente, y como muchos esperan, un cambio en la dirección moral y de bienestar del país?
Para responder esa pregunta, debemos primero señalar el estándar de valor que nos permite decir qué es bueno o malo. Si lo que buscamos es decir “este camino es malo (el camino del MAS) y, por lo tanto, este otro es bueno”, debemos entender qué hace que el camino del MAS sea malo y qué hace que ese otro camino sea bueno, mejor o, tal vez, igual o peor. Cuando hablamos de valoraciones —decir que algo es bueno o malo es una valoración—, estamos hablando de ética; cuando hablamos de ética, estamos hablando de filosofía; y cuando hablamos de filosofía, estamos hablando de ideas. Son las ideas, por tanto, las que determinan la filosofía de uno y, en consecuencia, la ética que uno practica y los valores que decimos defender.
Lo que nos diferencia —como humanos— de otros seres vivos es la capacidad de pensar que tenemos. De hecho, lo que nos hace humanos —en palabras de Aristóteles— es, justamente, la razón. Somos animales racionales. El ser humano, por consiguiente, debe usar su mente si quiere sobrevivir, pues no posee ninguna otra habilidad que lo ayude a tal fin. La realidad y la naturaleza humana —aspectos que no elegimos y con los que nacemos— nos obligan a usar la razón y nos obligan a elegir todo el tiempo.
Empero, de forma previa, debemos responder la pregunta central en filosofía: ¿Queremos vivir? Si la respuesta es sí, estamos, entonces, obligados a usar nuestra mente y a respetar la realidad. De lo contrario, estaríamos actuando de forma irracional y contraria a nuestro objetivo de vivir. En virtud de ello, debemos tener en cuenta que nuestro estándar de valor se encontrará determinado por la realidad. ¿Es la vida algo que podemos recuperar cuando la perdemos? La realidad nos dice que no. Si usted perdió la vida, se terminó todo para usted y no tiene opción alguna de nada —la muerte es ausencia de vida, es la no existencia—. Por lo tanto, si queremos vivir y si la vida no es recuperable, el estándar de valor ético por defecto, dada la realidad, es la vida misma; lo que va a determinar que algo sea bueno o malo será su vida.
Cabe mencionar una consecuencia directa de lo dicho: si la realidad determina, sin posibilidad alguna de cambio al respecto, que la vida es nuestro estándar de valor, estamos obligados a respetar la vida de otras personas. Es así que la vida, en general, se convierte en un estándar ético objetivo para todo ser humano y la felicidad en el fin de la estructura de valores éticos que usted debe elegir con tal fin, pues nadie decide vivir para ser miserable.
Ello quiere decir que la ética es objetiva: todo lo que contribuya a la vida será bueno y todo lo que vaya en contra será malo. Esto nos permite desmentir una primera crítica: “que la ética es subjetiva porque lo bueno para usted puede ser malo para mí”. Que algo sea bueno para mi y no para usted, en la medida que no vaya contra la vida, no es prueba de que la ética sea subjetiva. Por ejemplo, será un valor para usted ser abogado, pues su profesión le dará de comer; en mi caso puede ser diferente, y la docencia o las inversiones pueden ser mi valor y fuente de ingreso. Pero, cabe señalar, pese a la diferencia, ambas serán éticas y buenas en la medida en la cual no se atente contra la vida. Lo mismo se puede aplicar a todos los aspectos de la vida del ser humano, permitiendo afirmar, nuevamente, que la ética es objetiva en virtud de su estándar de valor y su fin: la vida y la felicidad.
De lo mencionado, podemos afirmar que el ser humano necesita autogenerar su vida; ser responsable de su existencia. Para lo cual, debe hacer uso de su mente y elegir constantemente. Para elegir, necesita que nadie invada ese espacio necesario de libertad individual que necesita para materializar sus decisiones, permitiéndole, de esa manera, sobrevivir y buscar su felicidad. La libertad, en este entendido, es la ausencia de coacción física por parte del Estado y de terceros, donde el Estado tiene una única función ética: proteger los derechos del individuo, proteger ese espacio que cada ser humano necesita para autogenerar su vida. Ese es el único fin ético de vivir en sociedad y tener un Gobierno.
En virtud de ello, debemos entender que el colectivismo, en cualquiera de sus variantes (nacionalismo, religión, socialismo, conservadurismo, etc.), se constituye en enemigo de la libertad y de la vida. Pues el estándar de valor de todo colectivismo no es la vida del ser humano, no es el individuo, sino el colectivo. En el caso del nacionalismo, por ejemplo, será la nación. Lo que quiere decir que su vida, ese valor que no se recupera si se pierde, solo tiene valor si va en favor de la nación o la patria. Y, ¿quién determina qué es bueno para la patria? Aquí nos encontramos con el irresoluble problema de determinar ¿qué es el bien común? ¿cómo saber qué es “el interés nacional”? En la práctica, quienes gobiernan se arrogan esas atribuciones. Entonces, es un político quien dará valor a su vida. La inmoralidad del colectivismo queda en evidencia. El gritar “¡Bolivia!” siete veces en los discursos debe ser tomado con precaución y advertencia. Se debe analizar el mensaje y encontrar el estándar de valor del líder del momento, si lo que se busca es ver si ese camino es bueno o malo, moral o inmoral. Para que, de ser este inmoral, sea señalado como tal y se busque una corrección en el rumbo, para así no caer en los mismos errores que nos trajeron a la peor crisis moral de nuestra historia.