¿Es la desigualdad injusticia?

Si Nozick y Rawls se sentarán a debatir sobre la desigualdad, la conversación revelaría dos visiones profundamente distintas sobre qué hace justa o injusta una sociedad. Para Nozick, cuando las interacciones entre personas son voluntarias y no violan los derechos de nadie, los resultados que emergen son justos sin importar cuánta desigualdad generen. Para Rawls, en cambio, las desigualdades que surgen de factores moralmente arbitrarios como la genética o la familia en la que naciste requieren corrección por parte de la sociedad. 

El problema de la libertad

 Es importante entender que el argumento de Nozick no depende de asumir que todos empiezan con la misma cantidad de recursos. Más bien, representa el resultado lógico de su método para pensar sobre la ética política: incluso si imaginamos una situación de perfecta igualdad inicial, la desigualdad reaparecerá inevitablemente a través de las decisiones libres que las personas toman día a día. Este razonamiento plantea un dilema fundamental. Si consideramos que la desigualdad es problemática incluso cuando surge de situaciones completamente justas, entonces el verdadero problema no sería la injusticia, sino la libertad misma. Por el contrario, si la desigualdad sólo es problemática cuando surge de injusticias previas, entonces el problema no es la desigualdad en sí, sino aquellas injusticias originales que debemos identificar y corregir.

 En muchos contextos surge una pregunta incómoda: cuando la desigualdad resulta de decisiones legítimas de los padres, ¿es esto justo para los hijos que se benefician o perjudican? Rawls argumenta que las ventajas que provienen de la lotería natural o social son moralmente arbitrarias. No las mereciste, simplemente tuviste suerte. El problema con este planteamiento es que confunde categorías fundamentales. La justicia juzga acciones humanas intencionales, no eventos naturales. No juzgamos moralmente si cayó un rayo sobre alguien. No decimos que es injusto nacer más alto o con mejor vista. Solo las acciones intencionales pueden ser injustas. Nacer con talentos genéticos o en una familia con recursos es un hecho natural, no una injusticia. 

Puede ser desafortunado para quienes no tuvieron esa suerte, pero no es injusto en el sentido que justificaría el uso de la coacción para corregirlo. Desfortuna no es injusticia. Injusticia es violar derechos mediante acciones intencionales. Consideremos las implicaciones de esto. Si alguien adquiere algo legítimamente trabajando, intercambiando o recibiendo regalos voluntarios como una herencia, tiene derecho de propiedad sobre ello, incluso si no merecía los talentos o circunstancias iniciales que le permitieron adquirirlo. Piense en este caso: si alguien encuentra un diamante en su jardín por pura suerte, ¿debe dar la mitad al vecino porque fue moralmente arbitrario que lo encontrara él y no otro? Nuestra intuición nos dice que no. La suerte en encontrarlo no elimina su derecho de propiedad. La arbitrariedad del evento no lo convierte en injusticia que deba corregirse mediante la redistribución forzosa. 

¿Tiene la igualdad valor intrínseco? 

Aquí llegamos a una pregunta más fundamental: ¿deberíamos valorar la igualdad por sí misma, o solo importa el bienestar de las personas?

 Para explorar esto, vale la pena examinar una ejemplificación que nos ayuda a clarificar nuestras intuiciones morales. Imaginemos tres mundos posibles y comparémoslos. En el Mundo A hay cinco personas, cada una con diez puntos de bienestar. En el Mundo A+ tenemos esas mismas cinco personas, pero ahora con once puntos de bienestar cada una, más otras cinco personas nuevas con cuatro puntos de bienestar cada una. En el Mundo B hay diez personas, todas con cuatro puntos de bienestar. A+ es claramente mejor que A: las cinco personas originales están mejor que antes, y las cinco personas adicionales están mejor existiendo con cuatro puntos que no existiendo en absoluto (cuatro no tiene porque ser condiciones malas, simplemente no están igual en términos relativos).

Seguidamente, A es mejor que B porque tiene mayor bienestar total y mayor bienestar promedio, y ambos mundos son perfectamente igualitarios. Por transitividad, entonces A+ es mejor que B. Pero aquí está lo revelador: A+ es desigual mientras que B es perfectamente igual. Si valoráramos la igualdad intrínsecamente como un bien moral en sí mismo, tendríamos que decir que B es mejor que A+. Pero no lo es. Esto sugiere que la igualdad no añade valor moral por sí misma. 

Conclusión

 Para cerrar, la desigualdad que surge de acciones legítimas no es injusta. Desfortuna no es lo mismo que injusticia. Y la igualdad no tiene un valor moral intrínseco que justifique violar derechos de propiedad legítimamente adquiridos. Si queremos una sociedad justa, debemos enfocarnos en proteger los derechos y las interacciones voluntarias, no en perseguir patrones distributivos particulares.

Entradas relacionadas

Students For Liberty is the largest pro-liberty student organization in the world.

To get started, please select your region on the map.

Asia Pasific