El presi hobbesiano, una historia de amor

A todos les gustan las historias de amor; a mí, particularmente, no me provocan más que indiferencia. Está claro que esto no tiene ningún tipo de interés para el lector que, solamente por mera curiosidad reflejada en los pocos vocablos del título o, de la imagen que acompaña dicho texto, decidió hacerse partícipe del relato presente. No hace falta que se vaya tan rápido, porque la historia recién comienza: hace 7 meses que esta historia de amor existe; ni un aniversario tuvieron.


Todos los que alguna vez leímos a Hobbes nos fascinamos por su profundo rechazo a la rebelión del pueblo contra los actos que el soberano realiza dañando a su población. En efecto, el pueblo pierde todos sus derechos en el pacto social para entregarlos a un único poder central, artificial y absoluto que decide sobre nosotros pero que, gracias a ese pacto inicial, el poder central tiene todos sus actos justificados y nosotros, como partes indisolubles de dicha realización, no podemos disociarnos ontológicamente del ser del Estado. El gobierno argentino piensa exactamente lo mismo.

El tercer gobierno cristinista no desestima las marchas opositoras, sino que utiliza una nueva táctica que parece ser un calco de lo que piensa el novio predilecto del títere sentado en el sillón de Rivadavia: Thomas Hobbes. El simpático autor de la modernidad posee similitudes varias con nuestro primer mandatario (incluso físicas), en las que no nos detendremos; total, lo que nos importa es que esta historia de amor florece como los frutales en primavera. La pregunta que emerge como agua una fuente es obvia: ¿cuándo es la cosecha de los frutos de ese amor? La respuesta es un poco más difícil pero hacia ese lado vamos. El jefe de gabinete que dice ser presidente prefiere utilizar una táctica que no solo es una falacia de causa falsa sino que sólo podría ser argumentada por un bilardista como quien escribe cuando Estudiantes de La Plata gana a los 48 del segundo tiempo con un gol con la mano y en offside: “Todo muy lindo el reclamo, pero ganamos”.

Un nuevo castillo de naipes en donde la sola decisión de un cuerpo de ciudadanos supuestamente justifica todo accionar, de cualquier índole e implicancias, incluso cuando los resultados perjudican a quienes, como yo, nunca votaríamos por un gobierno en donde el vicepresidente tiene más poder que el presidente, en donde la jubilada elige al bigotudo, en donde el matrimonio por conveniencia implica la sumisión absoluta a las cartas (cartas documento) que salen de Juncal y Uruguay. El gobierno de Alberto sostiene, igual que el teórico contractualista, que la resistencia nunca está justificada porque nosotros le otorgamos todas nuestras garantías y todos nuestros derechos en un pacto o, en este caso, votación. Primero: no los votó el 100%. Segundo: a Hitler y Maduro también los votaron. Tercero: ustedes dijeron lo mismo de Macri. El argumento se cae por todos lados como el Muro de Berlín en 1989 sin embargo, como sabemos, la religión K prefiere seguir ciega y sumisa a sus líderes.


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