El populismo como método de integración entre lo político y la política (Parte 4)

El análisis del populismo en una situación en particular como son las elecciones generales del 17 de agosto en Bolivia demuestra que, su eficacia tiene componentes lógicos que permite aperturarse y accionar en cualquier contexto, afianzándose a cualquier espectro ideológico político que le sirva para sus fines. Pues opera bajo métodos de movilización política que conecta con sectores desencantados de la política tradicional y con un electorado urgido de renovación democrática. Pues, se trata de un ataque a la democracia liberal, pero no pretende destruirla, sino que aprovecha cualquier situación de crisis (económica, social o política) para poder exacerbar la desconfianza en la misma, vendiendo el populismo-al inicio- como una anti política que solucionara los problemas en los que ha caído la democracia. Como indicaría Angel Rivero, acompañado de otros autores, en su obra “Geografía del Populismo”:

Es entonces cuando el malestar con la democracia es conceptualizado como ausencia de democracia y es en ese preciso momento cuando el partido populista se presenta como portavoz de una democracia «más auténtica» que servirá para sanar todos los males de la sociedad, desde la ansiedad por la pérdida de sentido a la percepción de una seguridad que se ha evaporado (en lo laboral, en el bienestar, en la protección, en el horizonte cultural). Es decir, pretende hacer entender que se trata de una democracia radicalizada. Donde los sentimientos de legitimación están a flor de piel. Eso ocurre cuando ocurre un malestar en la democracia sobre todo la participativa, separada en poderes, que es la democracia liberal. (Rivero, Zarzalejos, Del Palacio, & los autores, 2020, p. 22-23)

Entonces, se puede establecer que, se trata de criticar la democracia liberal: los derechos y libertades individuales, gobiernos representativos bajo actores políticos que se sumerjan en competencia política y la pluralidad de conocimiento; el estado de derecho, partiendo de que todos somos iguales ante la ley, la separación de poderes que no permita la centralización de todos estos en una sola persona-el populista-. La alternancia de poder y la libertad económica. Pues el populista cree que su representación política es la legítima y no permite mayor intromisión de otras cadenas, por ello, su constante compromiso de querer permanecer en el poder por siempre, bajo una supuesta legitimidad democrática que se materializa con “la voluntad popular en las calles”.

Desde el liberalismo, debe plantearse como desafío y una advertencia sobre los efectos negativos del populismo, sobre todo de aquellos que se hacen de ciertas características liberales como un medio para conseguir su cometido personalista. Poder identificar estas características-populistas- es el primer paso. 

El liberalismo reconoce la centralidad de la libertad individual, la limitación del poder y la necesidad de instituciones fuertes para canalizar los conflictos sociales, a partir del respeto irrestricto de la propiedad privada, la libertad y la vida. El populismo, en el actual contexto boliviano, exacerbó la tensión entre “pueblo” y “élite” como parte de lo político, teniendo relación con la teoría de Carl Schmitt: “amigo y enemigo”, por ello pretende privilegiar la movilización emocional sobre la deliberación racional y a desplazar los equilibrios institucionales en favor de liderazgos personalistas simplemente para legitimar el estado ideal que tiene en mente. Por ello, el populista cree que todo estaría permitido siempre y cuando mantenga la vigencia de su orden político idealizado a través de la legitimación poblacional.

El populismo refleja, por tanto, una doble realidad: por un lado, la atracción legítima de la ciudadanía hacia un discurso que promete cercanía, justicia y reparación frente a un sistema percibido como distante, que debe partir de un líder, que permita englobar todo el conocimiento humano; pues con F. Hayek entendimos la imposibilidad de ello, que puede mutar en una arrogancia racionalizada de control sobre toda la vida en sociedad en una sola persona o ideología; y por otro, el riesgo de que ese mismo encanto erosione en una cuestión donde no se cumpla lo establecido y lleve a una ruptura de las libertades individuales en nombre de un caudillo y a la vez, erosione en mayores conflictos sociales y económicos, agudizando más aún la crisis que sufre Bolivia. Con ello, abriría nuevamente paso a que los movimientos más radicales de izquierda populistas vuelvan a retornar al poder con mayor fuerza. 

El populismo es un arma muy compleja y peligrosa, a la cual, el liberalismo no necesita apelar, porque es suficiente ganar dentro del ámbito de las ideas, pero luchando por la libertad de poder hacerlo. Es ahí donde el peligro del populismo acecha y pretende volverse en movimiento colectivo que se agrupa a un solo razonamiento que termine silenciando a voces disidentes. Por ello, se rechaza cualquier forma populista que se adhiera a planteamientos económicos, sociales, o culturales, propios de esta doctrina sólo como un medio para poder llegar a un sentido de tener el poder para implementar ideas que continúen quebrando la propiedad privada, la vida y la libertad. Usando a las personas como medios y no fines en sí mismo. 

La lección liberal que deja este proceso electoral es clara: el populismo seduce porque interpreta con fuerza los conflictos latentes, incluso pone de manifiesto y en acción práctica nuevos conflictos con actores antagonistas, pero la verdadera estabilidad democrática no puede fundarse en la fascinación pasajera por un liderazgo y solamente en la construcción simbólica de adversarios, sino en la construcción de instituciones confiables que se identifiquen con los valores liberales, en el respeto irrestricto a los derechos y proyectos individuales, en la capacidad de transformar el desencanto social en confianza cívica. El liberalismo no es populismo, porque no defiende intereses particulares como una religión. Por lo que no posee dogmas, porque no promete y no quiere proporcionar privilegios a ninguna clase o grupo social. Pues tiene argumentos para defenderse y principios por los cuales guiarse. Por ende, se trata de la imposibilidad de una propuesta populista liberal. 

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