Los ideales del terrorismo guerrillero de los ‘70 es cada día más presente. Con el lema de: “estamos a favor de los ideales pero no de las armas”, el Frente de Todos y las organizaciones de izquierda claman por recuperar a esos “jóvenes idealistas que luchaban por la Patria Grande y por paz para América Latina”. No es que no se hayan enterado, es que están a favor de todos los atentados que las organizaciones de izquierda peronista y no peronista llevaron a cabo entre 1969 y 1979.
Más de 17 mil víctimas de atentados llevados a cabo por el ERP, Montoneros, Descamisados y otras organizaciones es sólo uno de los cientos de números y estadísticas aberrantes que se hacen presentes cuando podemos analizar la realidad de los 70. A ellos no les importa o, mejor dicho, esto les parece algo positivo. Claro, abren el paraguas típico de la lluvia ácida del socialismo: el “eso no era verdadero socialismo” se convierte en un “estamos de acuerdo con lo que planteaban pero las armas no son la solución”. El chiste se cuenta solo; creo que no tengo que entrar en tema.
El problema no es cuando grupos marginales manifiestan este tipo de actitudes que denigran los mecanismos democráticos de las instituciones (y eso que no hablo de las prácticas autoritarias del gobierno durante la cuarentena). La dificultad reside cuando los mecanismos decisionales de la black box de Easton, en donde las decisiones del sistema político, reflejan comunicacional y en la praxis estas ideologías totalitarias. La toma de tierras es sólo un ejemplo de tantos sobre los que ya hemos escrito en otros artículos pero que sirve a modo de ilustración interesante. Sigamos.
Estos conglomerados de microsocialismos, como me gusta llamarlos, aluden su habla en nombre de una democracia, pero para todos, todas, todes…, o no tanto. Paremos un segundo. El todos es siguiendo la lógica del amigo-enemigo. El enemigo es el otro, es el ellos que emerge como la oligarquía terrateniente capitalista y cipaya, ergo, los anti-cuarentena genocidas que van a banderazos. No quieren ninguna democracia, quieren una verdadera dictadura del proletariado donde las decisiones sean de ellos. Simple.
No hace falta conocer estados ulteriores o manifestaciones interiores del espíritu o psicológicas de estos sujetos. Cuando el jefe de gabinete habla “en nombre del pueblo” y cuando Grabois alude “una derrota” en materia de opinión o judiciales, se desprende la necesidad de confrontación; la visión del todo como guerra constante. El eterno retorno del setentismo, no es citar a Nietzsche, es discutir cosas que el mundo no discute más: las empresas, la propiedad privada, la democracia y tantas otras aristas. En fin: idealizar a las organizaciones de jóvenes de los años 70 es ser cómplice de todas las muertes y atentados que llevaron a cabo contra la sociedad tanto en democracia (muchos de esos años, peronistas) como durante la dictadura. No son demonios, es sentido común, es respeto a la ley, a la vida, la libertad individual y la propiedad privada.
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