Por ridículo que suene, existen personas que buscan demeritar a personajes que han conseguido un gran éxito empresarial y amasado una ingente fortuna pero que, no obstante, obtuvieron alguna ventaja de parte de sus predecesores, llámese herencia o préstamo familiar.
A esta objeción carente de sentido conviene responder: “¿Y qué? ¿Por qué debería importarnos en lo más mínimo que un joven adulto recibiera una millonaria herencia? Si sabemos que la riqueza no es un juego de suma cero, como partes de un pastel a repartir, no debería importarnos qué tan rico o de qué tamaño sea la herencia de un hombre, paso a explicar el por qué.
Para que una persona pueda recibir una herencia, primero la riqueza debió ser creada por sus a antecesores. En algunos casos es un abuelo pionero que abrió una empresa y consolidó su éxito; luego fue dirigida con mayor o menor prudencia por sus padres y, por último, se encuentra con que es el siguiente en ocupar la línea directiva. Si la riqueza se produjo dentro de las instituciones del mercado, es decir, aquellas basadas en la cooperación pacífica y voluntaria, no cabe nada que objetar y esa familia es una benefactora social. Al fin y al cabo, sólo se harán ricos, o generarán riqueza, en la medida en que provean al mercado con los bienes y servicios que satisfagan las necesidades de los individuos; la competencia libre les fuerza, les guste o no, a constantemente mejorar sus productos o a ofrecer precios más atractivos. De no proceder así, la fortuna acumulada pronto se perderá y darán lugar o a nuevos directores de empresa, con decisiones más acertadas, o de plano a nuevos empresarios y empresas. Si la empresa perdura durante años y pasa de generación en generación, y suponemos que estamos en un mercado libre, esto quiere decir que algo están haciendo bien; de proceder mal no habrían durado más que unos escasos meses, pero como resisten la prueba del tiempo, y recordamos que hablamos de un mercado sin privilegios ni ayudas, sólo nos queda suponer que hacen bien su trabajo y mantienen contentos a sus clientes.
Por otro lado, la alternativa es que la riqueza heredada sea fruto del pillaje, la extorsión, la conquista o, en definitiva, del uso de la violencia. Un hombre armado junto con su banda de asaltantes somete a una tribu y le arrebata sus tierras, una empresa expulsa con su maquinaria pesada a los residentes de una zona con recursos atractivos. Por más beneficios económicos o sociales que se puedan presentar como excusa para proceder con violencia, hemos de reconocer que estas prácticas se alejan de los principios del mercado, a saber, la cooperación voluntaria y pacífica. En estos casos donde lo que se hereda surge de la explotación y de la conquista solo podemos concluir que no es una riqueza legítima; y puesto que nadie puede declararse dueño legítimo de lo robado, estas propiedades y bienes deben ser inmediatamente devueltos a sus legítimos poseedores originarios. Ahora bien, esto no significa que un puñado de hombres se adjudiquen la posesión de todo un bosque o selva que a todas luces permanece virgen: es el trabajo lo que da la propiedad. Quien trabaja un área y la vuelve su propiedad también puede desear preservarla tal y como la encontró, esto por los motivos que el considere y aprecie, pero de nuevo, primero se deberá poseer y la propiedad se origina con el trabajo. Volviendo a la propiedad ilegítima que se hereda, digamos la de los reyes conquistadores y belicosos, que no es por lo general el tipo de herencia que se critica, no tiene nada de loable y debe ser criticada y señalada como el robo que es.
Hemos repasado los dos tipos de herencias que pueden existir, a saber, las legítimas y las ilegítimas. Sin embargo, nos limitamos a la forma en que esas herencias, sean empresas o terrenos, se adquieren; pero, conviene señalar que la forma en que esas herencias se preservan debe igualmente someterse a indagación. Si quien recibe una empresa de sus abuelos y padres, rápidamente se vuelca al congreso de su país en busca de favores, monopolios, licencias, establecimiento de tratos preferentes o cuotas de producción, aranceles o proteccionismo, en definitiva, cuando se pide la intervención del gobierno, nos encontramos con una acción que vulnera el principio de libre mercado y busca, mediante una alteración violenta en el orden de cooperación, que las acciones económicas no se desarrollen con naturalidad. Así, el que recibe una concesionaria pide aranceles e impuestos nuevos a los vehículos extranjeros, el que recibe una fortuna en bonos y participaciones pide nuevas regulaciones, de modo que se dificulte la entrada a nuevos y potenciales competidores; por otro lado, los que ven su riqueza amenazada por nuevos y ávidos hombres de negocios que poco a poco cosechan los éxitos de su trabajo, rápidamente piden nuevos impuestos, si gravan la riqueza o las propiedades mejor, de este modo dificultan que los nuevos ricos se consoliden y tranquilizan a los que ya la han consolidado. En todos los escenarios, se busca beneficiar a unos a costa de otros, esto mediante la acción gubernamental.
Pero volvamos al tema del empresario que recibe una herencia o gran préstamo familiar. Si la riqueza de los que le heredan o prestan es legítima, nada puede objetarse a quien se hace rico en base a la riqueza que obtiene de sus familiares. Al contrario, la actividad económica perdería sentido si, al terminar nuestra vida, toda la riqueza que hemos acumulado fuese destruida o desapareciese. No habría ningún incentivo para la acumulación e inversión de capital, ni de ahorros o inversiones que sobrepasaran el promedio de longevidad de un hombre. Precisamente porque podemos, y de hecho lo hacemos, beneficiarnos de la riqueza de nuestros antepasados, sea esta marginal o estruendosa, no tenemos que repetir la historia de la humanidad y cada generación nueva no tiene que volver a descubrir el fuego o cómo construir una casa. En efecto, todos nos beneficiamos de una cantidad infinita de conocimientos y bienes que han sido producidos por nuestros antepasados, sea de forma directa o indirecta, ¿alguien ve algo de condenable en que Arquímedes nos heredara principios o que Ford nos “heredara” el automóvil? Sencillamente no hay nada contraria a la ética en heredar; al contrario, si un tercero decidiera de forma arbitraria qué deben hacer los propietarios con sus propiedades, estaríamos ante un caso de violación de derechos individuales y de libertades innatas en el hombre. O uno es dueño exclusivo y dispone de forma absoluta sobre su cuerpo y propiedad, o caso contrario es esclavo de la voluntad y capricho de otro hombre o Asamblea de hombres.
Por cuanto llevo dicho, considero se resuelve esta polémica sobre los empresarios cuyo pecado, aparentemente, es que no comenzaron en la más absoluta pobreza, al estilo de Robinson Crusoe. Pudimos observar que la riqueza que se hereda, dependiendo de cómo se consiguió o generó, puede ser legítima o ilegítima. De igual modo, observamos que casi tan importante como el origen de la riqueza es la forma en cómo se conserva dicha riqueza, a saber, mediante la competencia en el libre mercado o a través de favores y privilegios, es decir, concesiones gubernamentales. Por último, nos consta que todos nos beneficiamos de la herencia, bien en forma de capital invertido o de conocimientos acumulados, realizada por nuestros antecesores, muchos de los cuales nunca llegaremos a conocer realmente.
Cabe señalar que mi caso no es histórico. No pretendo indagar en el origen y estado actual de la riqueza de los grandes multimillonarios. Me limito a ofrecer los criterios generales que sirven de referencia para criticar y juzgar su situación. Podrán estos ser auténticos empresarios, respetuosos de los principios del mercado, o por el contrario, buscadores crónicos de ayuda y privilegios que ahuyentan a quien les piensa plantar cara. Por ello, solo nos queda tachar de hilarantes las críticas a empresarios o hombres de riqueza que llegaron a esa posición por ingentes riquezas heredadas o prestamos de parte de familiares adinerados. Al contrario, es nuestro deber observar de forma rigurosa si no son aquellos adinerados beneficiarios de la acción monopolística del Estado, que les podría estar ofreciendo concesiones o ayudas, tales como los rescates bancarios, que definitivamente les ayuda, ilegítimamente, a conservar su riqueza. Solo de esta forma se podrá eliminar el estigma que recae sobre la riqueza, la herencia y se podrán advertir los beneficios de la cooperación voluntaria, así como la necesidad de libertad como condición necesaria para todo progreso.
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