El nuevo arranca complicado y lleno de desafíos para el País. EL primer año de la gestión del nuevo kirchnerismo ocasionó que viviéramos en el tiempo y tengamos nuevamente los problemas típicos que nos dejó la década ganada: conflictos con el campo, gas importado, avasallamiento contra el poder judicial y hasta ya se empezó a hablar de instituir una nueva ley de medios. Pero a esta nueva versión del kirchnerato se le suma los estragos de la cuarentena y el tema del FMI, que en el primer trimestre se debería de resolver en un año impar en donde las elecciones legislativas traen mucha expectativa.
En este esperado año electoral en donde hay que acordar con el FMI y ajustar las cuentas públicas, el tan ansiado rebote económico tan esperado por el gobierno, se ve muy lejano. Para colmo una encuesta reciente de la Universidad de San Andrés demostró una gran desaprobación de la gestión del gobierno y una estrepitosa caída de la imagen del presidente.
Si bien muchos analistas políticos desde el principio del año pasado y de finales del 2019 venían advirtiendo que la difícil situación que le tocaría encarar al gobierno por la herencia del macrismo, la mala gestión de la pandemia, sólo sirvió para intensificar y mostrar las intenciones de un gobierno, que al principio se mostraba distinto, esgrimiendo su slogan de campaña “volvimos mejores”, pero en la práctica, se mostró la verdadera estrategia de esta versión del kirchnerato, en donde a las políticas erradas de siempre, ( que generan pobreza desempleo, inflación y en donde como nunca notamos un éxodo de empresas insólito en el país) a las que se le suman en materia de seguridad una evidente intencionalidad de proteger a la delincuencia, una mirada muy polémica sobre la propiedad privada y un desmedido uso de la fuerzas para ejercer control social, propios de los gobiernos de derecha más acérrimos y es aquí cuando conocimos verbalmente a quien el algún momento se definió como “dialoguista”. En cuanto a lo económico, vemos como están todos los indicadores en negativo, mientras que se sigue emitiendo deuda y no se muestra un plan macro que proyecte alguna perspectiva de salida, más de la inmediatez de arreglar el FMI y las recetas de siempre: Incentivar el mercado interno trabando las importaciones, potenciando la industria nacional, despilfarrando subsidios y accionar la obra pública. Y ni hablar del tema sanitario, en donde seguimos sin certezas sobre las políticas de vacunación que vamos a llevar a cabo.
La política exterior, te la debo, apoyando a Maduro y cerrándonos al mundo, aislándonos de las oportunidades como siempre, buscando las reminiscencias de ese sueño que llamaron “Patria Grande”. Pero ahora, la certeza es que hay más gente que no quiere a esto, porque es algo que ya nos tocó padecer. En unos meses está la posibilidad de que los argentinos nos podamos expresar en las urnas. La esperanza de que Argentina no se transformé en Venezuela radica en que la mayoría de los argentinos no lo quiere. Ahora es cuando la dirigencia política tiene que estar a la altura y tienen que trabajar para salirse de los intereses personales y ponerse a pensar en el bien de este gran país. Si las fuerzas de la oposición son mezquina y se mantiene en una postura cerrada, puede ser que sea culpa de ellos que la perpetuidad del populismo en La Argentina, sea la pesadilla convertida en realidad a la que muchos le temen y de la que ya hay presentes en la región.
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