Cuento en prosa por la libertad en Venezuela:
CHAMO EL VENEZOLANO
En un lejano rincón del mundo olvidado
Había un país, Venezuela, donde todo estaba volteado.
Su presidente, Don Bigote, no era sabio, ni fuerte,
pero su magia, en palabras, mantenía la suerte.
Con promesas doradas, como miel en la boca,
decía al pueblo: “Un futuro brillante nos toca.
Una nación próspera, llena de felicidad”.
Y todos, esperanzados, creyeron en su “verdad”.
Al principio todo parecía ir bien,
el pueblo escuchaba, sonriendo también.
Pero con el tiempo, las fábricas se cerraron,
y las calles olvidadas al sol se quemaron.
Las cosechas no llegaban, la gente sufría,
pero Don Bigote, tranquilo, aún repetía:
“Todo es culpa del imperalismo, paciencia, ya verán que todo mejora”.
y el pueblo callaba; nadie preguntaba por qué nada cambiaba.
“Vivimos en una superciudad”, afirmaba el Don,
y la gente, al escucharle, en silencio permaneció,
Aunque las casas caían, las familias lloraban,
todos repetían: “Aquí nadie sufría”.
Chamo, un niño con preguntas en el alma,
quería saber por qué todo parecía en calma.
“Si esto es paz, ¿por qué duele tanto? ¿Por qué muchos se van?”, pensaba.
Pero, con una sonrisa, cualquier socialista le respondía:
“Estamos en el país de la revolución, No temas; confía”.
Un día apareció un opositor que, con gran alegría, decía:
“¡El futuro será brillante, la gloria en armonía!”,
El pueblo, con esperanza, esperó que todo cambiara.
A Chamo le decían: “No desesperes, todo mejorará,
Espera un poco más, que pronto todo llegará”.
Pero Chamo, inquieto, ya no entendía,
¿Por qué esperar? si hoy la vida dolía.
“Pronto será brillante”, le decían al oído,
pero Chamo veía solo el daño sufrido.
La gente callaba ante promesas incumplidas; no querían ver,
y Chamo, en silencio, comenzó a entender.
Cada vez que algo salía mal, Don Bigote decía:
“Tranquilos, es un mal momento; todo se resolverá”.
Pero las ruinas crecían, las fábricas cerraban,
las tiendas vacías, y las familias lloraban.
“Todo va a estar bien”, murmuraba la multitud,
pero Chamo no veía más que una gran quietud.
Su madre le decía: “Confía, hijo mío,
la libertad llegará un día”.
Pero en su corazón, Chamo sentía
que algo no cuadraba, que la verdad huía.
El pueblo repetía, sin cuestionar nada,
pero el pequeño Chamo, en su alma, gritaba.
Don Bigote, al ver que el tiempo pasaba,
decidió que la unidad del pueblo se alcanzaba.
Repetía: “Si todos estamos juntos, nadie nos podrá vencer.
El extranjero y el opositor son los enemigos; por ellos el pueblo se puede perder.
Venezuela está mejor que nunca”, decía,
pero quienes lo contradecían, pronto caían.
La gente se callaba, temía ser señalada,
mientras Chamo, su mente no calmaba.
Un día, junto a su amiga cubana, a solas, se quejaba:
“¿Por qué no hablamos? ¿Por qué nada cambia?”
Y la amiga susurró, con temor y coraje:
“Si hablamos, nos llaman traidores, y el miedo nos deja el alma en ultraje.”
Pero Chamo decidió, un día valiente,
que hablaría la verdad, aunque fuera doliente.
No temía perder, ya no quería callar,
porque en su corazón sabía que algo debía cambiar.
Un día el gran discurso de Don Bigote resonaba,
pero Chamo finalmente se levantó y, con voz clara hablaba:
“Nos dicen que todo está bien, pero miren a su alrededor.
Nuestras casas caen, nuestras vidas parecen un error.
Hablas del futuro, pero el presente duele,
y el pueblo sigue esperando mientras todo se deshace, se disuelve”.
Don Bigote sonrió, con su calma malvada de siempre:
“Si cuestionas, pones en peligro a todos, Chamo. Piensa en la gente.
El futuro será brillante, solo confía en mí.
Unidos seremos fuertes; si dudas te tendrás que ir”.
Pero Chamo no retrocedió; su voz no calló,
y una chispa en el pueblo, de esperanza surgió.
El miedo comenzó a desvanecerse lentamente,
y, aunque no todos hablaron, el pueblo fue diferente.
Chamo demostró que, a veces, para vivir y ser libre,
hay que cuestionar, dejar de temer y no ser esclavo del intentar sobrevivir.
El cambio no llegó de inmediato, pero el pueblo empezó a ver
que el miedo y la resignación no podían ocultar el deber.En Venezuela, una nueva historia comenzó,
donde la verdad triunfó, y el miedo ya no reinó.
Así, Chamo enseñó que el silencio no es oro
y que, para vivir, hay que decir lo que atesora el corazón: ser libre, sin dictador.