La irrupción del internet, más notablemente el confinamiento impuesto por la pandemia de COVID-19 han alterado de manera significativa la dinámica social y personal contemporánea. Desde el 25 de noviembre de 2019, las muertes por esta pandemia alcanzaron cifras cercanas a 15 millones a nivel mundial, según informes de la BBC. Este contexto de crisis sanitaria obligó a la población a permanecer más tiempo en contacto con dispositivos tecnológicos, forzando la creación de rutinas destinadas a mantener los vínculos sociales y la conexión con la información. En consecuencia, la información pasó de ser una herramienta de la sociedad civil a convertirse en un caldo de cultivo para la especulación y la proliferación de teorías conspirativas. Nuestros miedos más profundos comenzaron a manifestarse a través de contenido audiovisual y mensajes de audio que amplificaban la ansiedad colectiva.

La tecnología, en este sentido, ha evolucionado hasta convertirse en una de las adicciones más prevalentes en la sociedad contemporánea, comparable en su impacto con sustancias adictivas, la pornografía o la glotonería. Un estudio realizado por la compañía estadounidense DScout, que involucró a 100,000 usuarios de diversas demografías, revela que un usuario promedio dedica aproximadamente 2 horas y 42 minutos al día a interactuar con su dispositivo móvil, tocando la pantalla un total de 2,617 veces. Este tiempo se eleva notablemente entre los usuarios considerados “adictos”, quienes pasan cerca de 4 horas diarias en sus teléfonos, lo que representa casi el 20% de las horas disponibles en un día. En estos casos extremos, la interacción con la pantalla alcanza un promedio de 5,427 toques diarios.

Las redes sociales funcionan como un termómetro de los comportamientos sociales actuales. Al examinar los comentarios en TikTok, una de las plataformas más utilizadas por la juventud, se puede apreciar que esta generación se enfrenta a una ansiedad crónica en relación con aspectos como el envejecimiento, teorías conspirativas vinculadas a Hollywood, y el cambio climático. Estos temas, en su mayoría, carecen de una base científica sólida y se alimentan de miedos infundados. La ansiedad se convierte así en un estado permanente, un fenómeno que podría interpretarse como una forma de histeria colectiva peligrosa para los jóvenes.

Un ejemplo notable de esta representación cultural se encuentra en la película The Substance, que ilustra cómo los miedos contemporáneos han sustituido las preocupaciones que dominaban las décadas pasadas. Mientras que el terror de los años 80 estaba arraigado en amenazas externas, la ansiedad actual se centra en el propio deterioro físico y la aceptación social. La película pone de manifiesto que las burlas y los insultos más agresivos hacia las generaciones menores de 30 años están fuertemente relacionados con la percepción de la edad. El guionista, al crear esta narrativa, ha logrado capturar los temores más profundos de una generación que lucha con su identidad en un mundo que constantemente cuestiona su valía.

No obstante, es crucial considerar que esta generación ansiosa podría estar, en cierto modo, más consciente de las realidades que la rodean. ¿Hemos desarrollado una mayor sensibilidad hacia los problemas del mundo, o simplemente estamos construyendo monstruos que nos llevan hacia la autodestrucción? Las teorías sobre el cambio climático y los alimentos potencialmente tóxicos han intensificado la percepción de que cada bocado o cada respiración puede representar una amenaza a nuestra existencia. En este sentido, la gente ha comenzado a experimentar la vida a través de un lente distorsionado, donde cada actividad social, ya sea un paseo, un concierto o un cumpleaños, se ve mediada por la necesidad de documentar y compartir en lugar de disfrutar plenamente del momento presente.

Esta reflexión invita a profundizar en la complejidad de la experiencia humana en la era digital. La ansiedad se ha convertido en un fenómeno omnipresente, que requiere un análisis crítico sobre cómo interactuamos con el mundo y con nosotros mismos. En esta era de incertidumbre, el reto radica en reconectar con la esencia de lo que significa ser humano, en lugar de dejarnos llevar por los ecos de un miedo que, en muchos casos, carece de fundamento.

Así, el futuro de esta generación ansiosa se presenta como un enigma fascinante. La pregunta que nos queda es: ¿seremos capaces de transformar esta ansiedad en una fuerza constructiva que nos permita avanzar, o nos dejaremos arrastrar por un ciclo interminable de miedo y desconfianza? La respuesta, como tantas otras cuestiones de nuestra época, está por escribirse.

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