Mucho se habla en el discurso polÃtico de izquierda y sindicalista de que los capitalistas y los empresarios nos esclavizan, que son los malvados, que nos tienen bajo su control y que sólo les interesa que nos convirtamos en engranajes de la gran maquinaria productivista.
Además, por momentos, podrÃa parecer que nuestro trabajo está mal pago y que merecemos más. Pero, ¿es cierto que merecemos más? Y ¿el hecho de que creamos que merecemos más nos convierte en esclavos?
De una creencia o una opinión no se sigue un hecho de la realidad, especialmente cuando previo a la faena se celebra un contrato de trabajo entre dos partes, en el que se acuerdan las condiciones. Marx también tenÃa una visión crÃtica del trabajo asalariado desempeñado por el proletariado, argumentando que el trabajador se convertÃa en una especie de esclavo enajenado al servicio de los capitalistas y que el empleador se apropiaba de la plusvalÃa. Sin embargo, desde la perspectiva libertaria esta visión es incorrecta.
Los esclavos no celebran contratos previos de manera “libre”. En un orden liberal-capitalista, las dos partes se ponen de acuerdo y pactan libremente para poner en marcha una relación mutua, donde empleador y empleado tienen que cumplir con lo estipulado en un contrato.
¿Pero si el empleador paga un sueldo que el empleado considera bajo? Que alguien diga que su sueldo es bajo y no permite solventar su demanda de compra parecerÃa ser algo externo al mencionado contrato. Pero ¿por qué decimos esto? Explicamos: Actualmente, Suiza es uno de los paÃses más ricos del mundo y tiene una baja tasa de desempleo. ¿PodrÃamos decir por tanto, que en este paÃs hay mayor porcentaje de esclavos en proporción a un paÃs como Venezuela, donde hay más desempleados? Lo cierto es que, no es común escuchar a alguien decir que se siente esclavo trabajando en Suiza. Eso es porque la raÃz del problema no tiene que ver con un elemento interno, que tenga que ver con el contrato entre empleado y empleador, sino con algo externo al contrato celebrado. Es decir, el problema radica en algo que sucede fuera del contrato y que excede sus potencias.
Es importante entender que ninguna de las partes celebra el contrato por ser buena persona o por hacer algún tipo de caridad. Aquà se da lo que se conoce como egoÃsmo virtuoso, donde el empleado quiere trabajar lo menos posible y ganar lo máximo, y el empleador quiere pagar lo mÃnimo y maximizar la productividad. Ambos buscan un beneficio para sà mismos, su familia y más lejos para sus allegados y, en última instancia, al final del camino, para lo que podrÃa denominarse alteridad.
No es raro notar esta voluntad en el espÃritu mismo del mercado, en tanto entidad amoral que va actuando por interés propio de los sujetos, similar a lo que ocurre con los demás animales y su lucha por la supervivencia, obedeciendo a instintos naturales y a la perpetuación de legado y linaje. Nosotros somos también esto, animales. No dioses.
Aclarado el detalle, seguimos: Tanto en Venezuela como en Suiza se celebran contratos entre las partes y la gente trabaja. Pero es más fácil intuir que en Venezuela nos sentirÃamos como esclavos, mientras que en Suiza esto no ocurrirÃa de igual manera ¿pero, qué es lo que cambia?
La respuesta: no es una cuestión de contratos privados entre empleado y empleador, ni el hecho de trabajar arduamente lo que nos hace ser esclavos, o mejor dicho, sentirnos esclavos.
Lo correcto serÃa decir que, a pesar de tener un trabajo, se está viviendo una vida miserable y el dinero que se gana no es suficiente. No alcanza para cubrir la demanda de compra.
Sin embargo, que el dinero no alcance no significa que se esté siendo esclavo, ya que esto ocurre fuera del contrato, externo al trabajador y al trabajo que éste desempeña, y nunca dentro de él.
En el hipotético caso de que Venezuela comenzara a pagar sueldos tan elevados como los de Suiza, ¿seguirÃan diciendo que trabajar allà es esclavitud? No. Al menos no es lo que dirÃa comúnmente alguien bien remunerado que solventa sus gastos con comodidad.
Por tanto, sentirse esclavo en estos paÃses de tercer mundo, como Venezuela, no tiene que ver directamente con las empresas y los empleadores, sino con las tasas de capitalización de los paÃses, que es algo externo al contrato celebrado.
Las tasas de capitalización altas permiten pagar mejores sueldos en Suiza que en Venezuela, por el mismo trabajo. No es un capricho del empleador, o un acto malvado. Como dijimos antes, el empleador no está haciendo caridad con nadie. Para eso está la iglesia. El mercado es supervivencia y sus lógicas funcionan con esa naturaleza.
Y es, por el hecho de querer un mejor porvenir propio, y para sus allegados, que el trabajador se ve inclinado a sentirse más digno cuando el sueldo le da para solventar sus necesidades. Se siente realizado, más conforme y además cree que se lo merece, porque está vendiendo su esfuerzo a cambio de algo que cree vale la pena.
El problema es que el trabajador, cuando obtiene un sueldo que no alcanza para solventar sus gastos básicos, tiende a pensar que el culpable es el empleador. ParecerÃa lo más intuitivo, pero es algo asà como una ingenuidad a la mano para explicar su padecimiento. La izquierda y los sindicalistas han tomado estas banderas para atacar al capitalismo y a las empresas, complicando más las cosas.
En resumen, trabajar en un trabajo donde hemos celebrado un contrato previo y ganamos poco dinero no es esclavitud. La verdadera cuestión está en aquello externo al contrato, que condiciona directamente los salarios.
El problema radica en que, en un paÃs pobre, la gente no está capitalizada. Las tasas de capitalización son bajÃsimas y el mercado nivela un precio, o sea un sueldo acorde a esto.
Es recomendable mirar por la ventana, hacia el exterior. Seguramente el empobrecimiento y la miseria tenga que ver con algo relacionado a un modelo de sistema socialista.