Por: Gabriel Arandia Barrios

País: Bolivia

La revolución industrial y su contribución al surgimiento de Van Gogh y Monet
¿A quién no le gusta apreciar un cuadro de arte? ¿Cuántas veces nos hemos maravillado
al ver la habilidad de un pintor plasmada sobre el lienzo? Cuando pensamos en grandes
exponentes del arte moderno, inmediatamente surgen los movimientos impresionistas y
post impresionistas con nombres como Monet, Renoir o el tan aclamado Vincent Van
Gogh. Sin embargo, es poco común pensar en un detalle fundamental: hace 200 años,
hubiera sido imposible que ninguno de nosotros, a no ser que hubiéramos pertenecido a
una familia real, hubiéramos podido apreciar una obra de arte de esa calidad. De hecho,
ni siquiera Van Gogh habría sido capaz de acceder a la paleta de colores más básica
para pintar su “Noche estrellada”. Si hoy en día podemos acudir al Musee d’orsay o el
Louvre para contemplar esas pinturas tan coloridas, es gracias a la revolución industrial
y el capitalismo.
Si uno trata de imaginar en cómo era el mundo en el siglo XVIII, difícilmente caerá
rápidamente en la idea de la pobreza extrema en la cual estaba sumergida la mayoría de
la población. Tomando como ejemplo a Inglaterra, la más avanzada de ese entonces, se
ve que difícilmente podía soportar tener siete millones de habitantes, y claro, con la
mayoría de la población en condiciones ampliamente precarias y una calidad de vida
deplorable. En ese contexto, las personas tenían que realizar un esfuerzo inhumano para
poder conseguir lo necesario para sobrevivir. Era un mundo en donde obtener algo tan
básico para nosotros hoy en día como una prenda de ropa, podía tardar meses.
En ese contexto, donde hasta los bienes que hoy consideramos básicos y de primera
necesidad eran escasos de conseguir, es posible hacerse una idea de lo difícil que era
hacerse con otro tipo de bienes, como por ejemplo pinturas. En la actualidad, si
queremos comprar acrílicos, acuarelas o pinturas al óleo, basta con entrar a una librería
y elegir entre la amplia gama de marcas y opciones de las que disponemos. Además,
podemos optar por pinturas más baratas o más caras dependiendo de la calidad y fin por
el que las requerimos. Es desde luego, una tarea sencilla. Ahora bien, en el siglo XVIII,
el proceso para conseguir los materiales más elementales de pintura era muy diferente.
Para empezar, los únicos que podían acceder a apreciar las pinturas hechas por
personajes como Diego Velásquez o Rubens eran los miembros de la realeza, es decir,
la minoría absoluta de la población. Por si fuera poco, incluso ellos no podían disponer
de una gama de colores tan amplia como la que tenemos hoy, pues obtener el más
básico tono de azul, uno de los colores más usados en la pintura, podía tardar meses y
costar una fortuna.
Por ejemplo, para obtener el tan conocido tono lapislázuli, usado en su mayoría para
mantos de cuadros religiosos, era necesario ir hasta Afganistán, ya que solamente podía
ser encontrado en las cordilleras de ese país. Al ser tan difícil de encontrar, había que
mandar una expedición hasta Asia para que puedan recogerlo, siendo además que los
viajes en barco hasta esa distancia en ese tiempo podían tardar meses y contar con la
posibilidad de sufrir daños o impedimentos en el trayecto. En resumen, obtener el tono
más elemental de azul era una tarea millonaria que solo la podían financiar los reyes.
Tan difícil era conseguir pigmentos, que personas como Miguel Ángel, al cual se le
financiaba con todo el dinero necesario para pintar sus maravillosos cuadros expuestos

hasta hoy en día en las iglesias y catedrales, dejo muchas obras sin terminar por lo
complicado que era conseguir el tono azul marino. Otros tonos de color eran igual de
escasos y por lo tanto casi imposibles de obtener. El gran exponente del barroco
Johannes Vermeer, tuvo que endeudar a toda su familia para poder comprar el azul
necesario para su tan famosa “Dama de la perla” (Gottesman, 2017).
Con todo, había otro gran problema para el arte de esa época: el elitismo y su negación a
la población. Como los colores eran tan difíciles y costosos de obtener, los cuadros
solamente eran pintados y exhibidos para altos miembros de la iglesia, dinastías o
familias reales. Esto significo, que personas normales jamás pudieron apreciar de obras
como “Las Meninas”, pues estaban encerradas en palacios, siendo vistas únicamente por
los cargos de poder de la época.
Hasta el siglo XVIII, el arte era en toda regla elitista. Reservado para unos pocos y
practicado por una cantidad aún menor. Aun siendo uno de los pintores más talentosos
del periodo, como fue el caso de Miguel Ángel, no era seguro que conseguirías los
materiales necesarios para tus obras. No obstante, todo este proceso dio un giro drástico
con la llegada de la revolución industrial, el capitalismo y la división del trabajo.
Con la llegada de la revolución industrial y su consolidación hasta 1840, la industria de
la pintura dio un giro que antes jamás hubiera sido imaginable. El desarrollo del
capitalismo permitió que las cadenas de producción fueran más eficaces, logrando que
productos antes tan escasos, ahora fueran de uso común y, claramente, mucho más
baratos.
Es así, que desde ese momento, ya no era necesaria una expedición en barco de dos
meses para obtener un poco de pigmento de lapislázuli. La movilización de capitales
permitió acelerar y facilitar tanto su extracción como su distribución. El desarrollo de
las industrias logró la creación de fábricas de pintura en una gran cantidad de países. La
competencia de mercado redujo los precios por coste de fabricación y puso a
disposición del público general las primeras pinturas al óleo producidas en masa.
La libertad económica, incentivando la creación de empresas y nuevas formas de
producir pinturas de mayor calidad, y a un precio menor, termino en la creación de
pigmentos sintéticos, por lo que ya no era necesaria la tan costosa extracción de
montañas en Asia para su uso. Con esa facilidad de producción como primer escalón,
posteriormente surgieron más empresas que pusieron a disposición de la gente más
variedades de colores, composiciones y métodos de pintura. Ya no era necesario nacer
en una de las familias más ricas del país o ser el pintor más talentoso de la región para
disfrutar del arte.
Con todos esos cambios, la pintura dejo de ser una característica de las élites. Por
primera vez en la historia, obras de renombre y pintores famosos pusieron a disposición
del público sus creaciones, inspirando así a millones de otros futuros pintores y
contribuyendo al continuo desarrollo de la historia del arte.
Claude Monet o Vincent Van Gogh, fueron uno de los ejemplos de pintores que
surgieron gracias a la competencia de mercado. Ninguno de ellos nació en una familia
de alto poder adquisitivo, y en el siglo XVIII no hubieran sido capaces de siquiera ver
como era un pigmento azul marino. Ahora, tenían a su disposición una amplia gama de

tonos, pinceles, lienzos y demás herramientas. Ya no era necesario usar hasta la última
gota de pigmento y reservarla únicamente para los detalles más importantes y valiosos
de un cuadro. Por fin, se podía ver al arte como un fin creativo, y no como una
exigencia de un rey o un clérigo.
Cuando apreciamos todos los tonos azulados que tiene “La noche estrellada”, es difícil
imaginar que de no ser por la revolución industrial, esa pintura no hubiera existido.
Sobre todo en el caso de Van Gogh, pues le encantaba dar brochazos con una gran
cantidad de pintura y usar gamas de colores vivos y llamativos.
Con todo lo mencionado, sorprende ver como en la actualidad, hay personas que
condenan el libre mercado. Es muy frecuente escuchar a políticos condenar la división
del trabajo, las ventajas comparativas o la competencia empresarial y, por otro lado,
aplaudir políticas proteccionistas que no permiten la internacionalización de productos
beneficiosos para todos. Aquellos que a capa y espada defienden un modelo económico
de esas características, no se dan cuenta del progreso que ha traído el capitalismo.
La libertad económica, ha logrado un hito intachable en la historia del arte: su
universalización. Cada vez es más fácil acceder al arte, tanto para practicarlo como para
apreciarlo en museos o galerías. De no haberse dado la revolución industrial y con ella,
la división del trabajo tan defendida por el liberalismo, movimientos artísticos como el
impresionismo, postimpresionismo, expresionismo o cubismo, no hubieran sido
posibles. Y claro está, nunca hubiéramos sido capaces de ver obras tan significativas
como “El Guernica”, “La dama de la perla”, “La Mona Lisa” o “La persistencia de la
memoria” bien porque o sus creadores no hubieran tenido la oportunidad de acceder a la
pintura, o porque los cuadros seguirían restringidos para unos pocos miembros de la
realeza.
Es así, que la libertad económica, lejos de acrecentar desigualdades como muchos
esbozan, las disminuye. Permite abaratar costos de producción y ofrecer un producto de
mayor calidad a un precio menor. El ejemplo palpable, como lo ha tratado de demostrar
este artículo, es el arte.

Bibliografía consultada
Gottesman, S. (2017). Una breve historia del azul. Red de maestros del arte.
Recuperado de: https://nodoartes.wordpress.com/2017/09/04/una-breve-historia-del-
azul/
Rojas, Y. (2016). Impacto de la Revolución Industrial en el Arte y la Arquitectura.
WordPress. Recuperado de:

https://yessikarojas1804.wordpress.com/2016/02/19/impacto-de-la-revolucion-
industrial-en-el-arte-y-la-arquitectura/
Navas, A. (2009). Evolución y desarrollo del mercado del arte. El auge y consolidación
de la fotografía en los mercados internacionales: El caso de Joel Peter Witkin. Boletín
de arte nº 30: Universidad de Málaga.


Coordinador local de Estudiantes por la Libertad Bolivia. Estudiante de la carrera de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales

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