En el 389 aniversario del natalicio de John Locke los liberales debemos poner de manifiesto la importancia de su obra, ya no solamente desde un aspecto meramente académico, teórico, filosófico, político o conceptual sino, sobre todas las cosas, desde un plano que trasciende la racionalidad propia de una síntesis racional y teórica de renombre. Así también, es menester el punto de vista del reconocido autor no porque a este se le denomine el padre del liberalismo, sino porque es piedra angular de un pensamiento que atraviesa décadas y siglos y que sigue manifestando la importancia de la individualidad como punto de partida del desarrollo común.
Nicolás Pierini
Estudiante de la Licenciatura en Ciencia Política y el Profesorado y la Licenciatura en Geografía en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Coordinador Senior y Director del Departamento de Estudios de Estudiantes por la Libertad Argentina (período 2021-2021), Director de Academia (2021-2022)
Pongamos en relieve puntos de menester entendimiento acerca del pensamiento de Locke, muchos de ellos tratados en más de una ocasión por mí persona en este blog y en otros y que creo necesarios recuperar para nuestro objetivo. Sus ideas, revolucionarias para su época, deben ser aprehendidas por todos y cada uno de nosotros, considerándolas como el eje transversal de los cambios fundamentales y de la moralidad que actualmente nosotros, los que nos llamamos liberales, propugnamos. Es de este modo en que se procederá a analizar sus ideas y la actualidad que tienen.
Como padre del liberalismo, John Locke no se encontraba en una posición fácil a la hora de desarrollar un ideario revolucionario para su época y que, tras siglos de desarrollo, alcanzará una inconmensurable vigencia y actualidad. En ese sentido, los liberales no podemos estar en desconocimiento respecto del ideario y de la filosofía que el británico planteaba, así también el contexto en el cual escribió y, por sobre todas las cosas, entender por qué dicha filosofía tiene tanto que ver con el mundo en el que vivimos y la razón por la cual estamos ante una época fundamental en términos comunicativos, morales y filosóficos.
Si bien desde un aspecto filosófico no se puede desarrollar en demasía el ideario de Locke, en términos resumidos se puede concluir que el padre del liberalismo enfatiza en algunos aspectos fundamentales, estos son la propiedad privada, la vida y la libertad. Tales aspectos resultan ser las 3 patas de una mesa las cuales retumban hasta hoy y que son fundamentales para la esencia humana como tal. Locke nos dice que por los constantes ataques entre los hombres en el estado de naturaleza, mismo que los humanos experimentan, es que se decide realizar un consenso social, es decir, un contrato en donde se adquieren derechos y seguridad a cambio de la protección de bienes propios.
Ahora bien, con este contrato los seres humanos recibiríamos, a cambio de un tributo y respeto por los consensos legales, la protección del fruto de todo nuestro trabajo y esfuerzo. Asimismo, los ataques a la propiedad serían condenados por las ramas del poder que surgen de dicho contrato social. Estas ramas se dividen en el ejecutivo, encargado de tomar acción y dirigir las fuerzas armadas y de seguridad y el legislativo, encargado de dictar leyes que deben ser aceptadas por la población. Aunado a esto surgen las relaciones exteriores de cada Estado.
Todo ello ponía fin y en jaque a una institución que desde siempre los liberales hemos detestado: la monarquía absoluta. En una época de cercado de terrenos en el Reino Unido, donde ocurrió el cambio de señoríos feudales a Estados-nación consolidados y dio inicio el capitalismo como tal, los gobernantes absolutos y explotadores de sus súbditos no tenían lugar en el ideario de Locke y en el mundo que se venía. Es en ese sentido que otra vez la propiedad privada recibe atención de los que comandaban estos cambios. La misma ya no podía ser abusada por parte del poder de turno y debía ser de uso libre y exclusivo para el propietario, persona sostén de la economía y la vida en sociedad. De este modo, el padre del liberalismo decidió poner el foco en los derechos fundamentales que los seres humanos poseen y en los cuales, según el liberalismo, no se debe claudicar: la vida, la propiedad privada y la libertad.
Ya explicado el segundo de ellos (la propiedad) procederemos con el primero: la vida. En tiempos donde aún no habían cerrado las heridas y los vestigios de la inquisición, fue la defensa de la vida la que se convirtió en el motor indispensable para el desarrollo de los seres humanos y la realización del pleno ejercicio del trabajo y la libertad personal. Tal sencilla y escueta explicación resultó ser demasiado revolucionaria para la época, ya que esto dio paso a una serie de cambios culturales e intelectuales en la mayor parte de la clase burguesa y el campesinado de la época. Si bien el origen de todo esto es más fácil de comprender, la preponderancia de este ideal se volvió absolutamente mayor, ya no solamente para el propio Locke, sino para el futuro de la humanidad y del liberalismo.
Y por último la libertad, la cual terminó por hacer caer al castillo de naipes de las monarquías del viejo mundo. Hasta ese momento el campesino y las “clases medias” de artesanos y otros no tenían más libertad que la de decidir el nombre de sus hijos… y hasta eso es discutible. Con la libertad, Locke dio otro golpe que resultó ser devastador. La capacidad de tener un emprendimiento propio, de cercar terrenos, de elegir, con el sistema que fuese, a sus representantes y de ese modo qué tipo de políticas se deseaban aplicar; todo esto definitivamente fue algo revolucionario para la época y el contexto europeo. Así, las monarquías que se aferraban al poder junto con sus colonias no pudieron sostener por demasiado tiempo sus vetustos sistemas, lo cual dio como resultado en un absoluto declive de las mismas y la total culminación de ellas con la Revolución Francesa, la independencia de las 13 colonias y todos los procesos independentistas de América Latina.
Si bien con lo antes expuesto se esbozó efectivamente cada uno de los principios del liberalismo de John Locke, está claro que su ideario es mucho más complicado y complejo, lo cual genera la necesidad de una explicación más profunda y que será dada en otro momento. Aun así, con los puntos que se presentaron, se puede proceder a la cuestión principal del presente escrito: la vigencia de las ideas.
El siglo XXI y en particular la situación de América Latina y Argentina han causado que cada uno de nosotros, de una manera constante, mantengamos los ojos abiertos ante el peligro de las supuestas “democracias populares” y los gobiernos de “consenso”, tan determinantes en nuestros días. 163 impuestos, ataques a la libertad de expresión, ahogo en todo sentido monetario, fiscal, moral, ético y todo lo referente a las cosas del sentido común; estas son solamente algunas de las aristas del desastre en el que actualmente vivimos.
De este modo, el defender nuestros principios fundamentales no resulta ser solamente una mera cuestión enunciativa, teórica, filosófica o ideológica, esto ya que cuando los derechos fundamentales se ven amenazados, al igual que cuando un ladrón ingresa en nuestra casa, la única opción es la pelea constante y la defensa acérrima del castillo que tanto nos costó construir. En épocas de inestabilidad internacional, regional y local no podemos quedarnos de brazos cruzados y eso es justamente lo que John Locke quería decirnos. Sostener la independencia de los poderes y mantener en una perfecta homeostasis a la vida, la libertad y la propiedad privada no son meramente cuestiones que han perdurado a lo largo de los siglos por su belleza cacofónica, al contrario, su vigencia radica en una correcta aplicación y defensa de dichos principios.
Cuando movimientos populares o de izquierda justifican su violento accionar sobre el emprendedor o sobre el individuo de a pie con una supuesta “solidaridad” o con “robarle al ladrón y devolverle al pueblo”, cuando “en nombre del pueblo” se violan constituciones enteras o figuras dictatoriales se presentan a las elecciones, es en ese contexto donde la independencia de poderes y el orden democrático están en jaque y en un nuevo aprieto por parte de la izquierda violenta. Así como Locke puso contra las cuerdas al Antiguo Régimen y estableció en gran medida los cimientos del edificio de los siglos subsiguientes, hoy en pleno Siglo XXI es nuestra responsabilidad volver a poner en boga y en absoluta defensa la libertad de los individuos, el respeto por las instituciones democráticas y la seguridad de nuestra vida y nuestra propiedad ante los constantes ataques y violaciones de los grupos de izquierda frente al orden democrático.
Asimismo, cuando se fomentan roturas absolutas de medios de transporte o industrias, cuando se defienden tomas de parlamentos enteros debido al recelo hacia la persona que ganó las elecciones, cuando se realizan escraches y se rompen espacios públicos como plazas, o incluso cuando el garantismo desvirtúa totalmente los poderes judiciales y se contribuye a aquellos que violan la propiedad privada, cercenan e incluso perpetúan nuestra libertad y, por sobre todas las cosas, atentan y colocan la vida de los individuos cada día contra una cornisa, es en ese momento donde los liberales debemos volver a comprender a John Locke y mantener firme el ideario liberal de independencia democrática de los poderes y principalmente de los 3 principios básicos: vida, libertad y propiedad privada
Y ojo, aquí no se propone un levantamiento en el término físico de la palabra, lo que realmente se solicita es un estudio y una promoción más profunda, insistente y casi hartante de los 3 principios por parte de aquellos que se consideran liberales. Es esta guía cuasi bíblica la que determinará un correcto accionar ante cada situación que atente contra nuestra vida, convirtiéndose la misma en el más adecuado posteriori a fin de que nuestra voluntad nunca más vuelva a ser aplastada. John Locke no fue un loco, pero si fue un genio, un visionario y superior moral, filosófica e intelectualmente, es por esta razón que es nuestro deber como liberales defender ese ideario como si tales ideas hubiesen salido de nuestra propia pluma.
Por otro lado, como se dijo anteriormente, hablar de John Locke nos remite a la idea primigenia del padre del liberalismo político. Efectivamente, la defensa de los 3 derechos fundamentales que todo liberal encarna y enerva como bandera política remiten, en última instancia, a los postulados lockeanos de defensa de la propiedad privada, la libertad individual y la vida. Es alrededor de estos 3 ejes que surgen numerosas implicaciones tanto para el desarrollo de los Estados Modernos como también para sus constituciones, generando que el pensamiento de Locke esté, hoy en día, más presente que nunca. En líneas generales, aquello que se poseía en el Estado de Naturaleza no es más que lo que actualmente se debe seguir defendiendo en la sociedad; poseer un juez imparcial, el que exista alguien que vele por nuestros derechos fundamentales; todo un conjunto de características que refieren a comprender la importancia que tienen tales principios para la constitución de los seres, su devenir constante y su desarrollo en el mundo actual. Locke nos deja en claro que los hombres desde un principio han existido en un estado de naturaleza donde los mismos gozan de extrema libertad entre sí, donde cada ser humano dispone de sus bienes y puede, sin ningún tipo de restricción, controlar sus acciones libremente. Dicho Estado de Naturaleza es aquel donde todos pueden ser iguales y donde el poder es recíproco, no contando nadie con mayores bienes materiales.
Enunciado esto volvamos ahora al punto central. En sus Tratados sobre el Gobierno Civil está claro que Locke pone el acento en aquel individuo “fundado” de Descartes y en el comienzo de la Modernidad. Tal individuo necesita, de manera general, la protección de sus derechos, la que alcanzará a través de un contrato que lo defienda y que al mismo tiempo represente a la cooperación humana, es decir, una constitución entre hombres libres e iguales que como sociedad pactan para constituir un gobierno. Allí versa todo el mundo ideario de Locke. Ahora bien, desarrollemos esto.
Locke insiste en el siguiente punto:
Para entender rectamente el poder político, y derivarlo de su origen, debemos considerar en qué estado se hallan naturalmente los hombres todos, que no es otro que el de perfecta libertad para ordenar sus acciones, y disponer de sus personas y bienes como lo tuvieren a bien, dentro de los límites de la ley natural, sin pedir permiso o depender de la voluntad de otro hombre alguno (1994, p. 5)
El británico considera fundamental, ya no solamente para la constitución de su castillo ideológico, sino para la comprensión del cómo y el por qué los hombres viven como viven, el dejar por sentado que los hombres se encuentran libres e iguales en un mundo de naturaleza con ciertos derechos y obligaciones y con momentos de desenvolvimiento y diario desarrollo, siempre y cuando sus acciones no dañen a los demás. En tal sentido afirma: “que siendo todos iguales e independientes, nadie, deberá dañar a otro en su vida, salud, libertad o posesiones” (Ibídem, p. 6).
Efectivamente, la propiedad se convierte en un punto fundamental, pero esto ya no es exclusivo para el propio autor, sino para todas las ramificaciones que de su teoría existen. Podríamos decir o, mejor dicho, me atrevo a decir, que toda la historia de las filosofías liberales (más allá de Adam Smith) son una cita al pie de página del Segundo Tratado Sobre el Gobierno Civil; sin embargo, esa es una discusión aparte y que se refiere, como fundamento último de las cosas, en que la propiedad y la libertad existen independientemente de la sociedad y en que tales derechos son inalienables. Ahora bien, volviendo al tema, “contrariamente a Hobbes también Locke estima que la propiedad privada existe en el estado de naturaleza, que es anterior a la sociedad civil” (Touchard, 1961, p. 295) y, además, “que la propiedad es un derecho natural es también, por un lado, un postulado moral y, por otro lado, algo que, según Locke, se desprende de la observación empírica de las sociedades prepolíticas” (Vallespín, 1995, p. 22). De esta manera la propiedad emerge como un punto central y se vuelve quizá en el mayor legado de toda la obra de Locke.
No obstante, regresando al porqué de la existencia de un gobierno, Locke sostiene que este existe para defender los derechos inalienables del individuo. En dicho orden de ideas sostiene Sabine que: “tanto el gobierno como la sociedad existen para mantener los derechos del individuo, y la inviolabilidad de tales derechos es una limitación a la autoridad de ambos” (Sabine, 1994, p. 404). Ahora bien, con todo esto no tiene demasiado sentido el hecho de abandonar un Estado, el cual contiene ciertos derechos naturales, para pasar a otro del mismo tipo. El problema, según Locke, es que el Estado de naturaleza “no tiene organización, tal como magistrados, derecho escrito y penas fijas, que ponga en práctica las normas de la justicia” (Ídem). Esa falta evidente de un juez imparcial que haga cumplir la justicia cuando se suscitan determinados conflictos particulares, aunque no estemos en un Estado de guerra de todos contra todos, es lo que lleva necesariamente a la emergencia de un determinado cuerpo político y a la creación de un ente particular que cumpla dicha función como producto del uso de la razón de los hombres. Pero para que dicho cuerpo sea legal y pueda ser legítimo debe tener de antemano el consentimiento de cada uno de los individuos. En efecto, el poder civil no puede tener derecho a existir salvo en la medida en que deriva del derecho individual de cada hombre a protegerse a sí mismo y a proteger su propiedad” (Ibídem, p. 408). Resumamos: “para garantizar la propiedad, los hombres salen del estado de naturaleza y constituyen una sociedad civil cuyo fin principal es la conservación de la propiedad” (Touchard, 1961, p. 295). De esta manera, el fin de la comunidad política es la protección de los derechos individuales, utilizando para dicho objetivo a las leyes y sanciones por motivo de violación; el Estado es, entonces, un juez imparcial entre los intereses de los ciudadanos.
Locke sostiene esa mirada de cooperación mutua del hombre en el estado de naturaleza ya que afirma que, al usar los seres humanos la razón y percatarse de que todos los hombres son iguales e independientes uno de otros, estos seguirán las leyes naturales y procuraran cuidar mutuamente la salud, la libertad y la propiedad privada de los demás. Dicha explicación de que el hombre debe usar la razón es importante, esto ya que permite presentar una explicación a porqué el hombre decide vivir en comunidad, es decir, para sentirse protegido y ser parte de un ambiente seguro y donde posea la capacidad de defender sus derechos naturales.
Locke básicamente explica que todo ello sucede por el uso de la razón o, como él lo menciona, la exigencia de la ley natural. Como ya hemos mencionado, esta razón da conciencia al hombre de que debe vivir en sociedad, ya que en el estado de naturaleza la persona corre el peligro de que violen su propiedad privada y su libertad. De igual manera se puede afirmar que dicho contrato no es obligatorio, como lo decía Hobbes, sino que surge del impulso, del deseo del hombre de buscar seguridad. Consecuentemente, explica también que los hombres deben ceder sus derechos a otra persona, ya que es necesario que exista alguien que pueda imponer las leyes y posea la capacidad de castigar a los individuos si en dado caso estos las llegan a infligir. Es por esta razón que es necesario ceder poder a un tercero debido a que en el estado de naturaleza, al ser todos los humanos iguales y libres, se corre el riesgo de imponer a otros leyes que son solo propias. A todo esto quizá la siguiente aseveración sea la más adecuada: “en tanto que político liberal, Locke limita, pues el ámbito de competencias del Estado a la ‘decisión sobre las controversias’ entre los individuos, en un marco de pluralidad y tolerancia” (Vallespín, 1995, p. 19).
Y como punto final, aunque no por eso menos importante, se encuentra la cuestión tan difundida de si existen o no estos dos contratos. Ahora bien, lo que no podemos negar es que, aunque sea implícitamente, existen dos contratos. En tal sentido, podemos suponer que “el primero es el que funda la asociación civil de los individuos o sociedad civil. El segundo, el que legitima la existencia de un Estado o autoridad política” (Ibídem, p. 25).
En síntesis: comprender a Locke es no solo entender a los Estados nación como tal, sino también a toda una compleja y articulada ideología llamada liberalismo. Es cierto que Locke (al igual que Rousseau) poseía contradicciones notorias en su pensamiento, sin embargo debemos comprender que Locke era un pensador que quería responder a los problemas de su época y no ser un simple articulador filosófico como Platón o Aristóteles, Heidegger, Kant o cualquier otro ejemplo. En tal sentido, lo importante reside en alcanzar a comprender los aspectos centrales del pensamiento lockeano y, fundamentalmente, la emergencia del Estado, ergo, cómo y de qué manera se realiza el pacto o, de manera más precisa, el contrato social; por otro lado, es necesario también reflexionar en lo fundamental que es para una sociedad el adecuado entendimiento de la propiedad privada, siendo esta algo inherente de cada ser humano. Asimismo, es importante considerar el derecho a la rebelión cuando no se cumplen tales puntos; no obstante, este es análisis para una próxima ocasión y posteriores aproximaciones. Ahora bien, en lo que si me quiero detener, en última instancia, es en que prevalezca un complejo sistema en la sociedad y que este a su vez nos permita considerar al pensamiento de Locke como uno de los de mayor influencia para nosotros y nuestro desarrollo, así también que tal ideario impacte e influya tanto en nuestros congéneres como también en las futuras generaciones.
Volver a Locke implica, por consiguiente, un verdadero entendimiento de todo su pensamiento, no solo por la importancia que tiene para nosotros los que nos denominamos liberales, sino para el mantenimiento del orden en las democracias de corte liberal y para la protección de la propiedad privada y sus garantías, siendo la misma un elemento indispensable para la libertad individual y la eudaimonia correspondiente. Es por ello que no podemos omitir la importancia que tiene para nosotros sus ideas y el que seamos plenamente conscientes de ello, a fin de que logremos realzar su pensamiento y difundir sus ideas ya que nosotros, los actuales liberales, somos los únicos que quedamos con esta obligación.
.Referencias
Colomer, J. (1995). Ilustración y liberalismo en Gran Bretaña. En F. Vallespín, Historia de la Teoría Política 3: Ilustración, liberalismo y nacionalismo (pp. 11-96). Madrid: Editorial, S.A.
Locke, J. (1994). Segundo Tratado Sobre el Gobierno Civil. (Trad: C. Mellizo). Madrid: Alianza Editorial. (Trabajo original publicado en 1609)
Sabine, G. (1994). Historia de la Teoría Política. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica
Touchard, J. (1961) Historia de las ideas políticas (Cap. 1 Sección I-IV). Madrid: Editorial TECNOS S.A.
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