Hay una innegable tendencia hegemónica en el liberalismo actual, entre sus referentes especialmente, que expone como núcleo la matriz económica como principal argumento a la hora de explayar los argumentos a favor del liberalismo. La economía es una parte sustancial pero hacerla nuclear explica muchas de nuestras falencias actuales


Brian Frojmowicz

Coordinador Local Eslibertad, estudiante de Ciencia Política de Universidad del CEMA


El economicismo reinante suele explicar la realidad en términos de oferta y demanda, en agregados monetarios, utilidad marginal y costos, en gráficos y exposiciones sobre la teoría monetaria de Mises o la de Friedman. La realidad contiene dichos elementos, que hay que aclarar que se suelen exponer en Ceteris Paribus, pero no es meramente “eso”. El hombre no es un Homo Economicus. El liberalismo no debe forzar una esencia humana en base al utilitarismo económico porque los seres humanos enfrentan muchísimas más variables a tener en cuenta.

Un problema grave que tiene la tendencia economicista es establecer al libre mercado como causa primera y no como consecuencia lógica de la filosofía liberal y del individualismo. Las libertades de mercado son un producto derivado de la conciencia del individuo como destinatario de libertades individuales. Es por ello que el liberalismo económico sin liberalismo político es una contradicción en sus términos. 

Ciertos liberales apoyan con gran efusividad la idea de reprimir cualquier expresión de rechazo social a las ideas de mercado, la búsqueda de un gobierno represivo de las libertades políticas, las marchas de los “negros”, basándose en premisas como “el pobre es pobre porque quiere” y bancando en la práctica a experiencias dictatoriales como las de Videla y Pinochet por haber permitido las libertades de mercado (más que discutible en el caso argentino). El derecho de expresarse libremente, la libertad de asociación y el los principios republicanos serían meras cualidades metafísicas que no interesan.

Así también se cita el caso de Singapur como enorme exponente del capitalismo o se alaba la potencialidad de los chinos, obviando las más que visibles carencias en términos de libertades políticas. 

Ese economicismo naïve deriva en burradas como decir que el peronismo, el kirchnerismo, el macrismo, el nazismo y el fascismo italiano son variantes de socialismo por sus diversos grados de intervención en el mercado. Si todo es socialismo, nada es socialismo. 

No importa ya que Marx rechazaba el bonapartismo pre populista o que como demuestra Ian Kershaw -La dictadura nazi-, la burguesía alemana apoyó fuertemente el ascenso del fascismo y obtuvo grandes beneficios durante el Tercer Reich. Justamente ese economicismo es el que usan los que dicen “el nazismo es un producto burgués porque avala la propiedad privada y la forma de producción capitalista. El nazismo no era antiliberal por su intervención en el mercado solamente que es un argumento que académicamente deja mucho que desear, sino que su anti-liberalismo radicaba en su rechazo a los valores políticos de la sociedad burguesa, su odio al individuo como entidad independiente del colectivo, su rechazo a la república y a la pluralidad y su política de genocidio. Además, existía una burguesía parasitaria y que buscaba el apoyo estatal en busca de la autarquía pero justamente este ejemplo demuestra que el liberalismo es ante todo un proyecto de orientación filosófico-moral. 

El economicismo cree que el hombre es un Homo Economicus y piensa todo en términos de racionalidad económica pero si algo nos demuestran los hechos es que la humanidad dista de tener conductas racionales en su vida cotidiana. Los seres humanos no son liberales porque rechazan serlo, sino porque existen ambientes culturales que propugnan la adhesión existencial al Estado y por realidad económicas que no permiten estudiar diez libro de macroeconomía. El individuo siempre es responsable de sus acciones y por eso no soy estructuralista, pero la cultura es un elemento que limita el accionar individual. 

Otro elemento a destacar es que la postura de la economía en última instancia ante todo evento produce cierto sentimiento de atomización donde el liberalismo olvida el proceso de intersubjetividad. Si bien se señala que el mercado es un proceso social, la realidad de los sujetos no está solamente interrelacionada por transacciones mercantiles. Por ello también es un grave error plantear una mirada idealista de la sociedad en armonía de intereses donde el conflicto sería un mal esencial y por ello la tendencia a apoyar gobiernos represivos. 

El conflicto es una parte erradicable, y es muchas veces productiva en tanto producción de diversas opiniones y diálogo; el problema es cómo resolverlos. La democracia liberal y el Estado de derecho plantean la solución comunicativa frente a las tendencias autoritarias y totalitarias de abolición de las disidencias. El libertarianismo con sus buenas intenciones de “seguir bases programáticas y fieles” resultan en concepciones pre-maquiavélicas, donde subordinan la “ética de la responsabilidad” a la “ética de las convicciones”. 

Ese dogmatismo produce un olvido del “espacio público” palabra prohibida (y quien la menciona es acusado de zurdo, comunista, bolchevique), espacio cotidiano de interacción social. Hannah Arendt, mostraba la importancia de dicho espacio para el reconocimiento de las libertades individuales y de la pluralidad, contrarrestando la masificación atomizada y el fenómeno de la soledad tan proclive a las experiencias totalitarias. Podemos odiar la política tanto como queramos pero esa radicalización muy semejante a ciertos sector de la izquierda, nos condena a seguir sin poder acceder a realizar cambios realmente existentes.

Las propuestas electorales por parte de estos sectores no dejan de sorprender. He escuchado ideas de “voto calificado”, restricción por aporte económico y demases que violan el sacrosanto principio liberal de la igualdad ante la ley. Tenemos al conocido personaje que alaba la monarquía y constituye el mejor ejemplo de un reaccionario con free market

Probablemente (y con toda seguridad) tengo muchísimo menos conocimiento económico que cualquier economista liberal que hable y explique su visión de la realidad. Entender la inflación como fenómeno monetario, el sistema de precios con la relación entre utilidad marginal y escasez, los beneficios del libre comercio, el peso de las regulaciones, etc., fue y sigue siendo un pilar esencial es mi ser liberal. Sin embargo, no debemos reducir la libertad a fríos números y cálculos que nos llevan hacia un nuevo positivismo que niega la filosofía. 

En otras palabras, el proyecto liberal es un producto de una interacción de características pero no una consecuencia innata de una de ellas (la economía). Creo, desde mi humilde sinceridad, que el sistema republicano liberal y democrático es el faro a seguir y es totalmente perfectible (y debe ser perfeccionado para evitar la retórica populista). Aquellos que me reprocharan por ser un ingenuo liberal clásico probablemente tengan razón en reducirme puestos en el liberalómetro, pero su mera enunciación de odio a lo político no va a producir por inercia algo. No es desde la soberbia, sino desde la preocupación como un radical ignorante como nos diría Popper, ya que me enfrentamos una realidad en la que dialécticamente estamos engendrando las semillas de nuestra propia destrucción. 


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