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A través de sus respectivas contribuciones, Lottini, Davanzati y Montanari establecieron un diálogo crítico sobre el valor y la utilidad, sentando las bases para la escuela italiana de economía y ofreciendo un legado que sigue resonando en la teoría económica contemporánea.

Gian Francesco Lottini

Nació en Volterra, Italia, en 1512. Se conocen pocos detalles sobre su juventud, excepto que creció en un entorno intelectual propiciado por sus padres y familiares, quienes pertenecían al patriciado de la ciudad. Sin embargo, su adolescencia estuvo marcada por un temperamento violento; se le atribuyen incidentes de lesiones y asesinatos.

Hasta 1542, Lottini se desempeñó como secretario de Cosme de Medici, pero fue destituido por acusaciones de sodomía. A pesar de esto, continuó trabajando para él en asuntos controvertidos. Posteriormente, se trasladó a Roma, donde se convirtió en secretario de la Catedral de Santa María del Fiore. En esta posición, participó junto a Cosme I en diversos cónclaves papales, en medio de un contexto de intrigas políticas y rivalidades entre familias influyentes como los Farnese, Orsini y Medici.

En 1559, Lottini fue nombrado secretario de Giovanni Ángelo de Medici, quien más tarde se convertiría en el Papa Pío IV. Un año después, este lo designó Obispo de Conversano, cargo que Lottini rechazó, prefiriendo llevar una vida errante.

En agosto de 1572, poco antes de su muerte, Lottini entregó a su hermano un manuscrito titulado Avvedimenti Civili. Este documento, un vademécum que abarca temas que van desde asuntos castrenses hasta el cuidado personal, fue escrito desde la perspectiva de un moralista y estadista, más que desde un enfoque económico.

Lottini analizó la tradicional dicotomía aristotélica entre el bien común y los bienes que satisfacen necesidades individuales. En su obra, argumentó que el bienestar común y el bienestar individual no son equivalentes, aunque están interrelacionados. También observó la noción de preferencia temporal, donde las personas tienden a valorar más los bienes presentes que los futuros. Sin embargo, su perspectiva era moralista, llevando a una errónea sobreestimación del presente y a una subestimación del futuro, lo que indica su falta de conciencia sobre el tema económico que abordaba.

En este contexto, es relevante mencionar a su contemporáneo, Davanzatti, así como a sus seguidores Montanari y Galiani, quienes sentaron las bases de la escuela italiana de economía. Estos pensadores compartían el principio del valor de uso aristotélico y buscaban aplicarlo a diversas cuestiones económicas, siendo pioneros en la comprensión de la relación entre escasez y valor desde el enfoque subjetivo de la utilidad

Bernardo Davanzati

Nació en Florencia el 31 de agosto de 1529. Junto a su hermano, fue educado por su madre, quien se enfocó en su aprendizaje del griego y del latín. Desde muy joven, trabajó como cajero en empresas comerciales en Lyon.

A los dieciocho años, retomó sus estudios literarios e ingresó en la Academia Florentina, donde desempeñó un papel destacado. Su actividad académica se centró en promover la literatura y en la difusión de los clásicos, prestando especial atención al análisis de la lengua vernácula. Se convirtió en un reconocido traductor de Tácito y en historiador de la Reforma inglesa durante el reinado de Enrique VIII.

Davanzati también dejó un legado en el ámbito económico a través de sus obras, Notizia del cambi (1582) y Lezione delle monete (1588). En estos escritos, cita a Diego de Covarrubias y proporciona observaciones sobre el panorama mercantil italiano de los siglos XVI y XVII.

En sus análisis, Davanzati expone que el intercambio directo, o trueque, complementa la división del trabajo, tanto entre individuos como entre naciones. Reconoce la complejidad de que siempre existan condiciones propicias para el trueque, como la doble coincidencia de necesidades, lo que hace necesario un medio de intercambio que sirva como depósito de valor y que pueda ser subdividido. En este contexto, argumenta que el oro es el medio ideal, dado que tiene un menor “valor de uso” y un mayor “valor de cambio”, siendo su valor totalmente dependiente de las cosas útiles que se pueden adquirir con él.

Además, Davanzati realiza un análisis histórico sobre las monedas y reconoce al dinero como una medida común de valor. Establece que el dinero es un bien público, un servicio que el príncipe debe prestar al pueblo, y que su sostenimiento debe ser garantizado a través de impuestos generales. Su enfoque anticipa aspectos de la teoría moderna de la banca central.

A pesar de no conocer el dinamismo del mercado y la rapidez de circulación del dinero, Davanzati sugiere que cada país necesita una cantidad diferente de dinero, comparándolo con la necesidad de diferentes estructuras humanas de sangre. Su tratado también critica el deterioro artificial del dinero, enfatizando el daño que sufren tanto el gobierno como el pueblo cuando se manipula la moneda. Desarrolla una teoría “metalista” del dinero, argumentando que las monedas circulan de acuerdo con el valor de su contenido en metales preciosos.

Davanzati falleció en Florencia el 29 de marzo de 1606 y fue enterrado en la iglesia de la Santa Trinidad. Su contribución lo establece como un pionero de la “tradición italiana” de economía política y como una de las figuras más importantes de la cultura florentina del siglo XVI, gracias a la diversidad y profundidad de sus intereses.

Cien años después, Montanari reafirmaría la tesis metalista de Davanzati, y Ferdinando Galiani, casi un siglo más tarde reviviría la noción de “valor de uso” para comenzar a desarrollar una teoría subjetiva del valor.

Geminiano Montanari

Nació en Módena en junio de 1633 y estudió derecho en Salzburgo, Austria. Desde 1657, trabajó como filósofo y astrónomo en la corte del Gran Duque de Toscana. En 1661, comenzó a servir al Duque de Módena, y tras la muerte de Alfonso IV, su viuda le propuso quedarse en la corte como asesor legal. Sin embargo, Montanari, apasionado por la astronomía, prefirió dirigirse a Bolonia con el Conde de Malvasia para convertirse en profesor universitario.

Durante su tiempo en Bolonia, además de enseñar matemáticas, Montanari se dedicó a la investigación y la innovación. Inventó un micrómetro ocular, un instrumento que utilizó para trazar con precisión un mapa lunar en 1662. También fue pionero en el estudio sistemático de las variaciones de luz de la estrella “Algol”, desafiando así la antigua creencia en la incorruptibilidad de los cielos.

En 1676, Montanari notificó a Edmund Halley sobre la observación de un cometa, un hallazgo que fue mencionado en el tercer volumen de los Principios de Newton. Dos años después, obtuvo la cátedra de Astronomía y Meteorología en la Universidad de Padua, convirtiéndose en un consultor solicitado por autoridades venecianas en una amplia variedad de temas, incluyendo ingeniería y la organización de la Casa de la Moneda.

A partir de su experiencia, publicó sus dos obras económicas más relevantes: Breve trattato del valore delle monete in tuti gli stati (1680) y Della moneta (1683). En estos textos, casi un siglo después de Davanzati, defendió argumentos metalistas y la teoría del valor subjetivo, considerando al dinero como cualquier metal o bien que, una vez acuñado o formalizado por una autoridad, sirve como señal (precio) y medida de valor para facilitar los intercambios. Montanari señaló que los aumentos de precios de su época eran consecuencia de la afluencia de oro del Nuevo Mundo.

Asimismo, reconoció que el valor del dinero se determina por la relación entre la cantidad de dinero en circulación y la disponibilidad de mercancías. Además, enfatizó que el valor del dinero dependía de la valoración subjetiva del metal precioso. Montanari desarrolló una teoría cuantitativa del dinero bastante sofisticada para su tiempo y subrayó la importancia de la subjetividad en su valoración.

Aparte de sus contribuciones en economía, Montanari fue un investigador versátil. Estudió estrellas variables y cometas, investigó la circulación sanguínea y la posibilidad de realizar transfusiones de sangre. También se dedicó al estudio del sonido, experimentando con un megáfono, y analizó el clima, utilizando un barómetro para medir la altitud y predecir condiciones climáticas. Era experto en hidráulica y pasó sus últimos años en Venecia, asesorando sobre el control de ríos, lagunas y fortificaciones.

Falleció de apoplejía en Padua el 13 de octubre de 1687. Su legado perdura como un ejemplo de la intersección entre la ciencia, la astronomía y la economía en el siglo XVII.

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