Así como no se come dinero, no se comen derechos. Resulta ciertamente triste escuchar a conspicuos políticos y abogados constitucionalistas sostener argumentos en debates serios y espacios de opinión, esgrimiendo retahílas de derechos humanos, sociales, colectivos, culturales y de una decena de apellidos más. Derecho al internet, al trabajo, al aire puro, al crédito, a los carbohidratos, al ocio, a la alegría, al lujo, y poco faltaba para que nuestra constitución lo incluyera, pues todo hay que contarlo, al orgasmo. ¿No me creen? Los invito a Googlear la propuesta de María Soledad Vela en la Constituyente del 2008.
Los derechos, como el dinero, son medios y no fines en sí mismos. Solo es un derecho lo que nos permite perseguir la felicidad, y no la promesa de su satisfacción. Es por eso que de todos los que nuestros alquimistas políticos proclaman, solo unos pocos se cumplen, y muchos estorban significativamente más de lo que aportan. Los derechos, los de verdad, son pocos y sencillos. Basta una mano para enumerarlos: la vida, la libertad, que implica de asociación, expresión y pensamiento; la propiedad privada de nuestra mente, cuerpo y el fruto de nuestro trabajo, y la protección jurídica de ese mecanismo de cooperación que llamamos derecho contractual. Todos los demás son, cuando no un saludo al sol, unos pseudo-derechos pues implican cargar sobre los conciudadanos la obligación de satisfacer un deseo particular. Tanto es así, que hay grupos de personas que viven precisamente de hacer presión política organizada para pasarle al Estado la factura de sus caprichos en forma de derechos. Pícaros que no aprendieron a ganarse la vida trabajando, sirviendo a los demás. Saben que si queman suficientes llantas y rompen suficientes ventanas pueden torcer el brazo de cualquier gobierno para que mañana un texto fantasioso les reconozca derecho a un cheque con cargo al bolsillo de quienes sostienen al fisco con su trabajo.
Esos que cada 12 de octubre salen a las calles a denunciar que deben su retraso económico al Imperio español que llegó hace cinco siglos y se fue hace dos, son los mismos que se pasean por los medios de televisión, las universidades y las explanadas de las empresas enarbolando orgullosos sus propias conquistas. Confesos incoherentes.
Hoy por hoy, muchos de los abogados, politólogos y economistas entran a la facultad y gran parte de su pénsum consiste en aprender una suerte en épica poética. Los juristas no dedican tanto tiempo a aprender derecho civil o comercial como el que destinan a dar vueltas a los famosos Derechos Económicos, Sociales y Culturales, cuya satisfacción, naturaleza y origen no evalúan, sino que suponen responsabilidad de esa caja negra que ven en el Estado . Los economistas, otro tanto de lo mismo. Parece ya no ser tan importante el proceso de formación de capital como la cacareada democratización del crédito, por poner un ejemplo. Entre politólogos se habla más de que deberíamos copiar el último derecho al descanso laboral aprobado en tal o cual país que de alternativas para tomar de éstos medidas para mejorar nuestra institucionalidad.
Ayn Rand, brillante filósofa rusa, aseguraba que, si bien podemos ignorar la realidad, no podemos ignorar las consecuencias de ignorar la realidad. La realidad es cruda, y las fantasías legislativas, las artimañas políticas, o el eterno endeudamiento público, puede tanto como el alcohol, causar satisfacciones momentáneas, pero tarde o temprano habrá que atravesar la resaca.
Las sociedades que prosperan no son aquellas que concentran sus esfuerzos en proclamar más derechos, declarar más beneficios y promulgar más leyes que por arte de magia mejoren la vida de la gente. El camino a la prosperidad pasa más bien por apostarle a la producción de bienes y servicios, a la educación y el desarrollo de habilidades y a la generación de un entorno adecuado para la innovación, la formación de capital, las inversiones y el trabajo productivo.
NOTA: El siguiente artículo fue publicado originalmente en el portal web del Diario “La República” Ecuador. Se puede acceder a través del siguiente enlace: https://www.larepublica.ec/blog/2024/07/03/los-derechos-no-se-comen/