Una introducción a las teologías políticas protestantes: Martin Lutero y Juan Calvino

Publicado en

Por: Fabricio Doldán

País: Argentina

Partimos de entender a la Reforma Protestante como la formulación de un
discurso político y jurídico que es derivado y de los escritos teológicos de Martin Lutero
y Juan Calvino (Carvajal, 1999). Este gran movimiento religioso tuvo lugar a principios
del siglo XVI, finalizando con la supremacía eclesiástica, religiosa y política de la
Iglesia de Roma en Europa, generando el contexto político y religioso que promovió la
creación de iglesias protestantes (Várnagy, “El pensamiento político de Martín Lutero”,
en Boron, 1999). Este movimiento acentuó las divisiones políticas Europa y contribuyó
a derribar a las ideologías políticas medievales, tarea que los reformadores nunca habían
planificado o buscado (Touchard, 1974).
Martin Lutero (1483-1546) fue un monje de origen popular y teólogo alemán
clave en el comienzo y el desarrollo de la Reforma en Alemania. Juan Calvino (1509-
1564) fue un teólogo francés de gran repercusión en el impulso de la Reforma.
Conviene, antes que nada, destacar que ambos reformadores tienen un rasgo en común:
extraen de sus teologías sus concepciones de sociedad y gobierno, dejando a estas
últimas en un segundo plano (Touchard, 1974).
La tesis central de la teología luterana reside en la idea de que sólo la fe en Dios
convierte en justo a un hombre, respondiendo así también a la pregunta de cómo llegar a
un Dios bondadoso. Por lo tanto, las autoridades eclesiásticas o políticas dejan de ser
medios para llegar a Él. Es así que la autoridad del Papa es cuestionada, privilegiando la
comunicación directa de cada persona con Dios (Várnagy, en Boron, 1999) y
brindándole a la Biblia el poder de autoridad. Otra idea relevante es el sacerdocio
universal que “es el resultado del individualismo y la secularización, que prescinde de
todo intermediario y permite al individuo el contacto directo con Dios” (Várnagy, en
Boron, 1999, p. 148). Esto es explicado a partir de considerar que todos los cristianos
pertenecen al mismo orden, todos han sido bautizados, y solo existen en ellos
diferencias de cargo. Lutero ataca también a las llamadas “tres murallas de los
romanistas” (Várnagy, en Boron, 1999, p. 149). Los eclesiásticos no forman un orden
distinto y separado del de los cristianos, sino que está sometidos al poder temporal al

igual que ellos. Por lo tanto, la autoridad eclesiástica también está sometida al poder
coercitivo de la autoridad. Tampoco son los únicos capaces de interpretar la Biblia ni
tienen el monopolio de convocación a concilios. De esta manera, es como termina el
monopolio de Roma y es cuestionada la autoridad del Papa.
Lutero plantea el problema de la autoridad política de la siguiente manera. Parte
de su doctrina de los dos reinos y de su doctrina de las dos gobernaciones. Primero que
nada, existen dos reinos: el reino de Dios, al que pertenecen los cristianos, y el reino del
mundo, al que pertenecen los no cristianos. Por el otro lado, existen dos gobernaciones:
la gobernación espiritual, que gobierna a los cristianos, y la gobernación secular, que
gobierna a los no cristianos. En la primera de ellas, se gobierna a partir de la palabra de
Dios. En la segunda, se gobierna a través del empleo de la ley y la coacción (Abellán,
“La Reforma Protestante”, en Vallespín, 199).
El gobierno secular es necesario en la medida de que no todos los hombres son
cristianos, pero, este sigue siendo insuficiente. Por lo tanto, es necesario un gobierno
espiritual que incentive a los hombres a ser realmente buenos a través del Espíritu
Santo. Cabe aclarar que el gobierno secular es querido por Dios, que es el instituyente
de la autoridad, y, en conclusión, se le debe obediencia (Abellán, en Vallespín, 1995)
Los cristianos se someten a la autoridad, pero no porque la necesiten ellos en sí, sino
porque viven con otros hombres que no son cristianos y sí la necesitan, es decir, los
cristianos toman en consideración lo que es bueno para todos y, en base a eso,
concluyen en someterse a la autoridad, buscando que prevalezca la paz en la comunidad
política.
Existe un límite a la autoridad secular: el gobierno de las almas. La autoridad
secular no debe imponerse en los asuntos de fe, ya que las almas solo pueden ser
gobernadas interiormente por Dios. Por lo tanto, se concluye que la autoridad secular
solo puede imponerse a las cosas externas.
Por su parte, Juan Calvino también plantea sus objeciones acerca de la autoridad.
Para él, el poder de Dios es el que domina a toda la creación, idea de la que extrae su
doctrina de la predestinación: nada en el mundo puede suceder sin la voluntad de Dios.
Por lo tanto, todo derecho proviene de la voluntad de Aquél. Calvino también distingue
entre dos géneros de gobierno, el espiritual y el civil, pero entiende que ambos no se
oponen, sino que hasta se complementan, en alguna medida. El gobierno civil tiene

funciones relacionadas a la religión, tales como la conservación de la paz y la justicia
social (Abellán, en Vallespín, 1995). Pero, además, debe orientar sus acciones hacia el
mantenimiento y conservación del culto divino externo: “le atañe la doble función de
que resplandezca una forma pública de religión entre los cristianos y de que exista
humanidad entre los hombres” (Abellán, en Vallespín, 1995, p. 187).
A diferencia de Lutero, la existencia y necesidad de autoridad proviene de Dios,
a “quien le agrada conducir de esta manera el gobierno de los hombres” (Abellán, en
Vallespín, 1995, p. 187), y no de una perversidad natural en los hombres. Otra
diferencia con Lutero son los límites de la autoridad civil. Calvino confiere a la
autoridad un cargo sagrado y la autoridad política queda caracterizada por los rasgos
particulares del pastor religioso. Es la autoridad civil la que debe cuidar el orden de la
religión, siempre buscando servir a Dios, condición primera y esencial de un Estado o
sociedad feliz. De esta forma, todos quedan subordinados a la autoridad política.
Pasaré ahora a comparar al problema de la resistencia a la autoridad en ambos
autores. Primero que nada, es menester considerar que ambos sostuvieron que la
resistencia a los gobernantes es siempre mala (Sabine, 1961). Comencemos por Lutero.
Este ordena una sumisión incondicional a la autoridad, ya que esta posee un origen y
una misión divina (Touchard, 1974). Que una autoridad sea mala e injusta no da
motivos para el levantamiento y la rebelión. El encargado de castigar la maldad es la
autoridad secular, no cualquier persona o grupo. La rebelión en sí misma atenta contra
el derecho cristiano y el Evangelio. Resistirse o imponerse ante la autoridad es más
injusto que cualquier acto inoportuno de la autoridad, ya que se le arrebata a la
autoridad su poder (Várnagy, en Boron, 1999). Lutero va por más al afirmar que no se
debe resistir a la injusticia, no se debe rebelarse, tampoco defenderse ni vengarse, sino
que el derecho cristiano consiste en ofrecer el cuerpo y los bienes para que el que quiera
los robe. Este fragmento de Várnagy (en Boron, 1999) es claro:
Los campesinos deben soportar las injusticias o de lo contrario abandonar el
nombre de cristianos, porque no les corresponde “reclamar derechos ni luchar,
sino sufrir la injusticia y soportar el mal”. (…) la autoridad “es injusta y comete
una injusticia horrible”, pero dice a los campesinos: “Si fueseis cristianos,
dejaríais de esgrimir los puños y la espada y dejaríais de amenazar; os atendríais
al padrenuestro. (p. 154)

En resumen, el verdadero cristiano no debe levantarse contra la autoridad, a pesar de
que esta sea injusta, sino que debe limitarse a buscar el Evangelio en otro sitio.
Por su parte, Calvino considera que toda autoridad merece respeto ya que está
fundada por Dios. Recordemos que la autoridad “solo existe para cumplir la misión
espiritual consistente en dirigir a los hombres en conformidad con Dios, con vistas a
facilitar su salvación.” (Touchard, 1974, p. 218). Por lo tanto, cobra valor la idea de un
control de la relación entre lo temporal y lo espiritual, siendo esencial, desde la mirada
cristiana, obedecer a la autoridad en cualquiera de sus formas. Es decir, aunque el
gobierno sea tiránico, merece obediencia. Los pueblos no tienen derecho a rebelarse,
únicamente la Providencia “al suscitarla rebelión sobrenatural de un profeta, puede
intervenir contra un gobierno inicuo” (Touchard, 1974, p. 218). Lo que propone Calvino
para abordar el problema de la autoridad es un intento de dictadura religiosa (Touchard,
1974). Es decir, se debe ubicar a la Iglesia en la posición de gobierno y hacer respetar,
mediante el severo control de la vida pública, las exigencias del Evangelio calvinista.
Todo esto es a sabiendas de que para Calvino “la iglesia tiene que estar en libertad de
fijar sus cánones de doctrina y moral y debe tener el pleno apoyo del poder secular para
imponer su disciplina”. De esta manera podemos concluir que las posturas de ambos
autores acerca de la resistencia a la autoridad prácticamente no difieren en sus puntos
principales.

Referencias

Abellán, J. (1995). La Reforma Protestante. En F. Vallespín (Ed), Historia de la teoría
política, 2,​ (171-208). Alianza Editorial.
Carvajal, P. (1999). La Reforma Política. Una Introducción al Pensamiento Político –
Jurídico del Protestantismo en los Siglo XVI y XVII. Revista de estudios
histórico-jurídicos, (21), 213-247.
Sabine, G. (1961). Historia de la Teoría Política. FCE.
Touchard, J. (1974). Historia de las ideas políticas. Tecnos.
Várnagy, T. (1999). El pensamiento político de Martín Lutero. En A. Boron (Ed), La
filosofía política clásica: de la Antigüedad al Renacimiento, (142-161).
CLACSO/EUDEBA.


Fabricio Paul Doldán es un estudiante argentino nacido en el año 2001. Actualmente se encuentra estudiando la Licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP) y el Profesorado de Lengua y Literatura en el Instituto Superior de Formación Docente Nº19 (ISFD19). Por otro lado, se encuentra también realizando la Diplomatura en Psicopolítica y Transhumanismo de la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Además de sus compromisos académicos, es un proactivo lector de la historia política y económica, como así también de la literatura canónica en sus diferentes períodos.

La presente publicación no corresponde necesariamente al pensamiento de Estudiantes por la libertad sino exclusivamente al autor señalado.

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