En sintonía con el artículo anterior, corresponde presentar el segundo argumento. El principio de no maleficencia. Este principio, ampliamente aceptado en la ética médica, sostiene que los seres humanos tienen la obligación moral de evitar causar daño a otros. El aborto, al terminar con una vida potencial, es un acto que causa daño directo al feto.Siguiendo esta lógica, si el aborto es un acto que causa un daño irreversible no podemos justificar tomar una acción que destruya una vida humana, independientemente del estado de desarrollo de esa vida.
El principio de no maleficencia es clave en la bioética y en la filosofía moral en general. Autores como Tom Beauchamp y James Childress ( importantes filósofos y bioeticistas reconocidos por su contribución clave en el campo de la bioética, particularmente por su trabajo en el modelo de los principios ) argumentan que la protección contra el daño es una obligación moral que debe prevalecer en la toma de decisiones éticas, particularmente en la medicina.
Hay quienes sostienen que, en situaciones donde la vida de la madre está en riesgo o donde la calidad de vida futura del niño sería extremadamente baja, el aborto podría ser moralmente justificable. Sin embargo, una sociedad justa debe buscar soluciones que respeten los derechos de todos los individuos implicados, especialmente los más vulnerables. Hadley Arkes destacaba que: “Si negamos el derecho a la vida del no nacido, socavamos la base misma de la justicia y la igualdad ante la ley”. Cayendo así en una incoherencia moral y legal que excluye a los no nacidos de la protección de los derechos humanos, acción que debilita los fundamentos de una sociedad justa. Somos conscientes de que existen situaciones delicadas, pero incluso en este tipo de casos existen alternativas que no requieren la terminación de la vida, como la adopción o el uso de tecnologías médicas avanzadas para salvar ambas vidas.
Llegamos así al argumento final: el derecho a la vida, derecho fundamental que tiene toda persona a no ser privada de su vida arbitrariamente.Esto significa que a la vida del no nacido no puede ser subordinada a otros derechos, ya que el derecho a la vida es el derecho primario del cual dependen todos los demás, por lo que debe ser protegido incluso si esto implica restricciones a otros derechos, entre ellos, los derechos reproductivos de la madre. Además, el derecho a la vida es uno de los derechos más fundamentales y universalmente reconocidos en las teorías de derechos humanos y en la filosofía moral, por ende, se debe aceptar que el feto es un ser humano con derecho a la vida, y que este derecho debe ser protegido contra cualquier amenaza, incluida la terminación intencional del embarazo.
Todos conocemos la famosa “Declaración Universal de Derechos Humanos”, cabe preguntarse, ¿De qué forma podemos afirmar que dicha declaración y otros documentos internacionales que afirman que todos los seres humanos tienen derechos inalienables, entre ellos, el derecho a la vida, no aplican para los no nacidos? ¿Es esto coherente con el principio de igualdad y dignidad humana?
Cualquiera que dé un breve paseo por la filosofía del derecho encontrará que el derecho a la vida es un derecho fundamental, y como tal, no puede ser anulado sin una razón extremadamente poderosa y justificable. Dado que la vida es un bien primario sin el cual no pueden ejercerse otros derechos, el derecho a la vida del feto debe ser siempre prioritario.
John Locke, quien defendió la primacía del derecho a la vida como un pilar esencial para la construcción de una sociedad justa y equitativa, argumentó que la vida es un derecho inalienable otorgado por la naturaleza o por Dios, y que cualquier violación de este derecho es un acto de injusticia.
Los defensores del aborto podrían argumentar que el derecho a la vida del feto debe ser equilibrado con los derechos de la madre, incluida su autonomía y su derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Sin embargo, hemos de señalar que la autonomía de uno no debería extenderse hasta el punto de negar el derecho a la vida de otro, especialmente cuando existen alternativas al aborto que respetan ambos.
Con todo lo expuesto aquí, puede llegar a ser alarmante la idea de que aquellos que defendemos la vida tengamos toda la razón, porque, aunque estos argumentos no están exentos de refutaciones y estamos muy lejos de encontrar algo parecido a una verdad absoluta, de ser cierto todo lo aquí expuesto, estaríamos hablando de un magnicidio silencioso que hemos permitido descaradamente tanto creyentes, como agnósticos y ateos por igual. Todo para satisfacer “supuestas necesidades” y beneficiar a muchas personas y corporaciones, tanto políticas como económicas, que lucran con el negocio del aborto y obtienen beneficios de todo tipo por promoverlo. En palabras de G.K. Chesterton: “Cuando se empieza a dejar de defender lo obvio, el desastre está a la vuelta de la esquina”.