Sobre las causas del comportamiento humano: ¿somos dueños de nuestro propio destino?

La psicología es la ciencia encargada de estudiar el comportamiento humano. Contrario a la creencia popular, la psicología ha demostrado ser una ciencia exacta, cuyos datos no distan de parecerse a los recogidos por el químico o el físico y a partir de los cuales se establecen leyes generales del comportamiento, tan válidas como aquellas relativas a los fenómenos de las ciencias naturales (Ardila, 2007). A pesar de esto, en ocasiones es vista como una disciplina incipiente, empobrecida de sustento científico e injustamente sentenciada como una proto-ciencia. Dichas críticas, pueden fundamentarse debida a la amplia división en torno a la disciplina; es decir, no hay una psicología, sino las psicologías y en particular una disputa entre la psicología A con la psicología B, C y D


La carencia de un marco globalizador, en ocasiones, pone al mismo nivel a los aportes basados en la evidencia científica, con las explicaciones ideológicas, constructos incomprobables y hasta etiquetas prestadas de otras disciplinas. Como consecuencia, algunos profesionales, pero sobretodo el público lego, se deja llevar por alguna de estas divergencias (como por ejemplo, el psicoanálisis ortodoxo), para finalmente concluir que la psicología no puede ser (o no pretende ser)  llamada ciencia. Nada más alejado de la realidad. 

Mi explicación está erigida sobre los aportes del análisis experimental de la conducta, que con una tradición investigativa de larga data, se fundamenta en una filosofía definida: el conductismo radical1. ¿Por qué esta psicología y no otra? Como se ha mencionado al inicio, existen leyes generales del comportamiento, mismas que surgen de los campos previamente mencionados. Por ende, he optado por partir de un marco teórico robusto, que ha logrado no solo definir y explicar, sino además generar una tecnología del comportamiento que ha supuesto avances en la comprensión de, entre otras cosas, la creatividad (Glover y Gary, 1976), motivación (Ardila, 2007), personalidad (Hall y Lindzey 1970), superstición (Morris y Wagner, 1987) construcción del yo y autoconciencia (Boyle y Greer, 1983), prejuicio (Williams y Edwards, 1969), formación de relaciones e influencia de las instituciones sociales sobre el comportamiento (Ribes et al., 2017).

Las causas del comportamiento a menudo se atribuyen a fenómenos mentales. Lo común es escuchar decir que una persona hizo algo porque esa fue su intención/deseo. O que alguien ha fallado en la consecución de un objetivo porque estaba “poco motivado” o simplemente “no le gustaba esa actividad”. Para ilustrar esta situación, accedamos a un ejemplo sencillo. Ante un objetivo común de mejorar su rendimiento académico, dos estudiantes planean seguir un régimen de estudio. Uno lo cumple con éxito, mientras que el otro, en un principio, lo hace bien, sin embargo a medida que pasa el tiempo,  cae en un ciclo de procrastinación esporádica y fracasa. 

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1 Lo “radical” en el término, significa hacerse cargo “de raíz” de cada aspecto psicológico, incluyendo el mundo subjetivo. Suele confundirse la palabra “radical” con “tajante” y se piensa erróneamente que el conductismo radical se interesa únicamente por la conducta observable, lo cual encaja más bien con el conductismo watsoniano.

Si lo que se busca es determinar por qué el primero pudo cumplir con su objetivo y el segundo no, hay que trascender la mera descripción circular. Se sabe que ambos tuvieron un propósito y una intención específica, pero eso no explica las razones de su éxito diferencial. También puede apelarse a que la primera persona pudo apegarse a su régimen debido a que estuvo motivada, mientras que la otra no. Para explicar este hecho, un concepto muy usado en psicología es el de motivación intrínseca. Su definición radica en una energía interna que moviliza a ejercer determinada actividad y que no es función de factores de control externos (Ryan y Deci, 2000). Pero, ¿de qué depende que alguien sea más apto en el dominio de esta característica? La realidad estriba en que incluso la conducta motivada intrínsecamente tuvo que pasar por algún tipo de control externo. En consecuencia, para que el estudiante se mantenga ejecute satisfactoriamente lo que se ha propuesto sin esperar a ser premiado o en su defecto coercionado, debió primero ser reforzado por personas que se encuentran en su entorno, como sus padres, profesores o amigos. Es por ello que en terapia, se instruye a los padres sobre estrategias que permitan originar conductas deseables, como la de estudiar por sí mismos durante un determinado tiempo (Kazdin, 2009). En la medida de que dicho proceso haya tenido éxito, el estudiante podrá, eventualmente, dominar la capacidad de generar su propio refuerzo en forma encubierta y cumplir con el objetivo inicialmente establecido de culminar con un programa de estudio de forma autónoma2. (De Pascual, 2015).

Skinner (1971), al respecto refiere una visión tradicional sobre las causas comportamiento, mismas que son atribuidas a un mundo interior.  

Al intentar consolidar la paz deberemos tener en cuenta la pasión del poder o los engaños paranoicos de los líderes. Debemos siempre recordar que las guerras germinan en las mentes de los hombres, que siempre hay algo en el hombre que le empuja al suicidio –instinto de autodestrucción, quizá- y que le lleva a la guerra. Y, en fin, que el hombre es agresivo por naturaleza. Para resolver los problemas que plantea la pobreza, nada como fomentar en los desposeídos el respeto por sí mismos, estimular su iniciativa, reducir su frustración. (p. 9)

No basta una mera descripción tautológica del comportamiento. Se requiere de una explicación que dé cuenta de su génesis; no importa si el suicida tiene un instinto de autodestrucción (lo cual es falso), sino más bien -suponiendo que existiese- las circunstancias que moldean y mantienen dicho instinto. El análisis nos dirigirá irrevocablemente a conocer la historia de aprendizaje del individuo (visión molar) en conjunto con las contingencias que detonan la conducta suicida per sé (visión molecular).

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2 Una de las características de la conducta operante es que no está sujeta a un estímulo elicitador (como lo sería una conducta respondiente, que sigue el esquema Estimulo- Respuesta), es decir, es espontánea. Ante esto, se remarca que las personas no actúan con una intención específica de ser reforzadas, sino que actúan porque en el pasado fueron reforzadas, lo que aumenta la probabilidad de ocurrencia de una conducta en el futuro. 

Hasta aquí, una cosa es clara, la determinación de la causalidad de las conductas está lejos de ser un aspecto sencillo que pueda sostenerse sobre las inferencias sustraídas del sentido común3. Sobre aquello, Ibídem (1971) adhiere: 

Desde el punto de vista tradicional, era el estudiante el que fracasaba, el niño quien se portaba mal, el ciudadano quien violaba la ley, y el pobre resultaba ser pobre precisamente porque era un holgazán. Pero ahora normalmente se dice que no hay estudiantes torpes, sino malos profesores; ni niños malos, solamente malos padres; que no hay delincuencia excepto por parte de las organizaciones ejecutivas legales; y que no existen hombres indolentes, sino solo malos sistemas de incentivos. (p. 55)

¿En dónde radica el problema? pues estriba en la pretensión de que existe un causal, cuando la ejecución de una conducta está ligada a múltiples variables; aún bajo la guía de un excelente profesor, un niño puede tener un desempeño mediocre, debido a múltiples factores, como una relación conflictiva con sus progenitores, episodios de violencia entre miembros de familia, conducta disruptiva de su hermano, nulo reforzamiento en casa sobre lo aprendido en clase (negligencia parental), problemas económicos, desnutrición, consumo temprano de sustancias psicoactivas, etc. 

Desde otro punto de vista, incluso en un sentido metafísico, de acuerdo al sistema de causas aristotélicas, se puede reconocer la naturaleza de la conducta humana, comprendida desde una óptica conductista. Así, la causa material, dada por el organismo, permite concebirlo en su totalidad funcional, volviendo innecesario incurrir en fraccionamientos mentales o mecanicistas.  La causa formal, como un modelo anterior a partir del cual se deriva una conducta, dígase  de paso basada en formas materiales, sitúa al comportamiento humano en una escala institucional. La causa eficiente como agencia, es a partir de donde se ejecuta la acción; el maestro respecto al aprendiz o el propio individuo discutiendo consigo mismo en torno a la dirección de su accionar, posibilita explicar el inicio espontáneo de una conducta sin la necesidad de acudir a conceptos intrapsíquicos. Finalmente, la causa final, en un sentido teleológico, faculta el conocimiento del propósito, no como una expectativa y prospección al futuro, sino como una potencialidad que descansa sobre la consecución de actos anteriores (Perez Álvarez, 2015).

¿Esta visión es incompatible con el concepto de libertad individual?

En absoluto. Más bien permite un acercamiento realista a dicho concepto. Una aproximación más sincera relativa a la libertad se da en tanto se reconocen los factores bajo los cuales es función una conducta, más que la creencia de que uno labra su propio destino a su conveniencia, independientemente de los factores ambientales (hasta la suerte tiene una función importante en el éxito que pueda tener una persona, véase Kahneman, 2012). Entregándole al hombre de a pie un control genuino sobre los aspectos determinantes de su conducta, además de herramientas para focalizar y cumplir sus objetivos, superando así el mito del fantasma en la máquina y fortaleciendo un sentido genuino de autodeterminación.

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3 En la búsqueda dirigida a develar la naturaleza de los fenómenos conductuales, la psicología del sentido común no es la mejor opción. Datos intuitivos y obvios frecuentemente no logran ser acertados. Por ejemplo, se creía que el castigo era una forma eficaz de control, hasta que las investigaciones revelaron que esto no era cierto (Ulrich, 1972); o que la baja autoestima está detrás de la mayoría de los problemas psicológicos, supuesto desmontado por la evidencia científica (Lilienfeld et al., 2010). 


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