Indignación, hubo.
Bronca, hubo.
Asco, hubo.
Lo que no hubo fue sorpresa.
Esto que llena los salones de la Casa Rosada; esto que se sienta en sillones ministeriales; que vuela en los mejores asientos de vuelos que pagamos nosotros, no ellos; esto que come las mejores comidas que también pagamos nosotros, no ellos; esto que da órdenes que no cumple y se ríe en la cara de sus víctimas; esto que saca ventaja en cada resquicio y cuando no lo hay, lo inventa; esto, digo, no sorprende.
Así se vive en Argentina desde que la pareja de Fabiola se creyó la de que es presidente y con su voz vacía de vida sentencia su frase preferida: “Los argentinos tienen que entender que…”, y después larga una de esas cosas que no, que no vamos a entender.
Simplificando mucho, según el Púrusha-sukt -un himno del Rig-Veda, el texto más antiguo del hinduismo- Púrusha era un gigante y a partir de su cuerpo se crearon el mundo y las castas. De la boca del Púrusha salieron los brahmanes, que entonces se convirtieron en sacerdotes y maestros; de sus hombros, los chatrías, que serían políticos y soldados; de sus muslos salieron los vaishias, cortesanos y comerciantes y finalmente de sus brazos salieron los sudrás, que serían trabajadores, campesinos y esclavos. Más abajo de todos ellos, los parias.
Esto fue así y nada pudo cambiarlo.
Las castas, el lugar en la sociedad en que naciste, determina cada una de las cosas que alguien puede hacer o no, los trabajos a los que accede, lo que come, con quién se junta, con quien se casa, qué cosas lo enamoran; en fin, ahí naciste y ahí te quedás.
No cambiás nunca de casta. Ni para arriba, ni para abajo. Nada de meritocracia, nada de vencer las circunstancias adversas en las que llegaste al mundo, nada de querer superarte o construir algo mejor.
Resignate, es lo que te tocó. Naciste así, quedarás así. No hay educación ni esfuerzo que te saquen de ahí.
Ese sistema de castas hindúes que tardó 2500 años en caer en desuso en India, pero finalmente se derrumbó, es el que intentan reproducir con pequeñas diferencias en nuestro inconfesable reino de Peronia.
Acá hay una sola Brahman -brahwoman, por las dudas porque soy une periodiste bastanto deconstruíde- que es la Megamechera Intergaláctica.
Ha salido de la boca de Dios, es la fuente de toda sabiduría y justicia y nada que se haga o diga deberá mínimamente ofenderla, so pena de exilio. La justicia humana no debe alcanzarla, ¡hombres necios que acusáis a la Megamechera Intergaláctica con razón! Por eso el viernes que la jefa de la organización ilícita cumplió años salieron como perritos de auto moviendo la cabecita todos los adláteres a saludar en redes. Fue muy Corea del Norte leer las alabanzas y lisonjas de toda esa caterva de funcionarios que viven a través de la jefa, que la ven buena, linda, empática, sana y por sobre todo, honesta.
El jefe de gabinete, la asesora de la jefatura de gabinete, el gobernador bonaerense, el tucumano, las vicegobernadoras bonaerenses y santafesinas, la ministra de seguridad, el senador Recalde, el diputado Hagman, los ministros bonaerense Larroque y Gollán, el diputado vacunado Valdez entre otros muchísimos funcionarios dejaron un pedacito de dignidad en sus loas a la lideresa; tanto como Télam del Norte o el Ministerio de Cultura de la Nación que no se quisieron perder el saludito, como fans de Lali enloquecidos porque se cortó las mechas (digresión: te quedó divino, Lali).
Estos dirigentes son los chatrías, los hombros, los que sólo tienen por encima a la Megamechera Intergaláctica. Son los que gozan de jubilaciones de privilegios, vacunas de privilegios, acomodan las leyes a su gusto y mandan. Todos los que saludaron a la jefa para el cumpleaños, los Moreau de la vida, los Cafiero de la historia. Los que reciben llamados para vacunarse. También figura acá una gran cantidad de artistas oficiales, de los que muestran malamente su arte en miniseries de canales de tv insospechados, grabadas con desconocimiento básico de reglas elementales del relato visual; músicos muy lejos de su cuarto de hora, muy cerca de sus egos revolucionarios; escritores de ferias internacionales, charlas obvias y opiniones por default, habituales vividores de becas estatales; coniceteros de obediencia debida; periodistas dispuestos al gacetilleo complaciente, la declaración exclusiva off the record y el wasapeo de los jerarcas; la flor y nata de la intelectualidad regada con subsidio y pauta estatal e indiferencia del público.
La casta que sigue, un poco más abajo, la de los vaishias, los militantes. Correveidiles del poder de otros, gozan de las migas que los chatrías dejan. Trabajan -tómese como eufemismo- en organismos oficiales, siempre debajo del retrato de la Brahmawoman. No dejaron de cobrar un día de cuarentena aunque no aparecieron por sus lugares de servicio. Son los que rompieron los relojes de entrada de las oficinas y orinaron los escritorios de todos los que no cantan la marcha. ATE, UPCN, CTA, CTERA son sus nidos reproductores.
Más abajo aún, los sudrás, los esclavos k. Son quienes afean paredones suburbanos con pintadas de letras tridimensionales con el nombre de sus “conductores”; peluqueras o profesores de teatro, toman “cursos” para vacunar contra la mayor pandemia que haya conocido el planeta como quien hace ikebana o batik; se sacan fotos con los dedos en V; ligan un plan, una vacuna, un bolsón; deben cortar las calles para beneplácito de las castas superiores; si saben leer y escribir amedrentan desde las redes a las castas inferiores o pasean con libretitas por los supermercados para que nadie ose desafiar el poder de los chatrías (lo que les abre la puerta para el apriete y la coima); patrullan cada pensamiento que no contribuya al engrandecimiento de la amada lideresa, la Megamechera Intergaláctica.
Y después, fuera de la clasificación de castas, nosotros, los dalits, los parias. Para el sistema hindú, una clase tan baja que sus integrantes eran considerados como perros.
El padre de Solange, la esposa de Luis Espinosa, la hijita de Mauro Ledesma, la familia de Abigail.
Los que pagamos los impuestos cada vez más imposibles; los que luchamos todos los días con la página de la AFIP; los que si faltamos al trabajo nos descuentan el día; los que estuvimos un año sin clases; los que no conseguimos turno en PAMI ni medicamentos oncológicos; las víctimas de usurpadores, motochorros y violadores; el personal de salud que mendiga el Equipo de Protección Personal para atender a pacientes con Covid; los que ya no podemos volar barato en las low cost; los que tenemos que conformarnos con velar a nuestros mayores en soledad; los que si tenemos una pequeña renta con un departamentito vemos que no nos conviene alquilarlo; los que somos tratados como oligarcas si queremos comprar un dólar; aquellos a quienes no nos conviene trabajar en horas extras porque lo ganado se lo llevan los impuestos; los que perdimos los trabajos; los que tuvimos que volver a poner el grupo electrógeno; los que mantenemos a las castas superiores.
Por eso, con la noticia del Coso Verbitsky hubo indignación, bronca y asco pero no sorpresa.
No sorprenden. Viven como vacunan. Con privilegio de casta. La verdadera oligarquía.
Nos dijeron anticuarentena y no lo éramos. Pero se quedaron con las vacunas.
Nos dijeron antivacunas y no lo éramos. Pero se quedaron con las vacunas.
Nos dijeron qué podía y qué no podía angustiarnos. Pero se quedaron con las vacunas.
Encerraron a los enfermos en centros públicos de detención, mataron a gente que no cumplió las reglas de la cuarentena, pusieron fronteras interprovinciales. Pero se quedaron con las vacunas.
Nos dijeron que si salíamos a correr, resignásemos los respiradores. Pero se quedaron con las vacunas.
Nos dijeron que se encargaban de la emergencia alimentaria y además de afanarse la guita de los fideos y las lentejas, se quedaron con las vacunas.
Se enojaron porque pedíamos datos científicos comprobados de la vacuna Sputnik V, pero no se animaron a ponérsela hasta que no salió publicado en The Lancet.
Lo que estos malandrines no entienden es que el sistema de castas se cayó.
Nos importa nada esa clasificación berreta de adoración a la Megamechera.
Somos personas libres de un país libre y estamos viendo todo. Lo que consiguió Coso Verbitsky con su accionar oblicuo fue que todo quede a la vista. Ahora sabemos que Moyano, que Carlotto, que Perotti, que la Cámpora bonaerense, convencidos de pertenecer a la casta superior, disponen de las escasas vacunas que su impericia consiguió porque están convencidos que tienen mayores derechos que los demás. Porque son buenos, como cantaba la jujeña Milagro Coso, convencida ella que merece un indulto por pertenecer.
¿Así que el diputado Valdés se dio la vacuna, mintió diciendo que se lo habían pedido para viajar a México y cuando quedó claro que estaba mintiendo, dijo que no se había dado cuenta de que era algo ilegal? ¿Y qué nos importa? La ignorancia no es argumento para no cumplir la ley. Vaya a llorarle a su amigo el Papa, diputado delincuente.
¿Así que a la nueva ministra de salud se le perdieron 3.000 vacunas siendo vice ministra? ¿Sabe qué? No nos vamos a olvidar. ¿Usted no sabía lo que estaba pasando? Con todo respeto, es medio sonsa, eh. ¿Usted, sabía lo que estaba pasando? Con todo respeto, es cómplice.
Estamos más atentos que nunca.
Por eso no les va a ser gratis a los gremios de educación que estuvieron vociferando en cada micrófono que le alcanzaron que los maestros no iban a dar clases, que 93% de los maestros hayan concurrido a las aulas en Buenos Aires. ¿Saben qué? Ahora sabemos que no representan a nadie, ubíquense, pónganse el guardapolvos o dedíquense a otra cosa con menos responsabilidad porque no les da el piné para el cargo de docentes.
¿Así que Moyano es un sindicalista ejemplar? Bueno, guárdense el ejemplo.
Otra de las consecuencias de la jugada magistral del señor al que le dicen Perro y en realidad es una pulga que ha molestado a la democracia argentina desde siempre, es que ahora todos son sospechados de haber sido vacunados “bajo la mesa”.
¿Quién más fue vacunado?
A diferencia de Vito Corleone que en “El Padrino” le dijo a su hijo Michael: “El que te proponga la reunión con Barzini es traidor”, ahora habrá que estar atento a quien no hable del asunto. Ese es el traidor.
El dirigente o funcionario que no condene a los vacunados vip, es vacunado vip hasta que demuestre lo contrario.
Estemos alertas.
Porque esta es una guerra entre facciones mafiosas y nosotros estamos en el medio. Se van a empezar a tirar con vacunas.
“Si vos contás que yo me vacuné, yo cuento quién de los tuyos se vacunó”. Teniendo en cuenta que en los ’70 los peronistas se tiraban con muertos, algo progresaron, ahora sólo se tiran con vacunas. Claro, en un contexto de 51 mil muertos.
Aunque quieran imponerlo, Argentina no tiene un sistema de castas. Que el peronismo, tan subido al pony de la solidaridad, nos quiera hacer creer que tienen más derechos que los demás es problema de ellos.
El tema, una vez más, es ¿qué hacemos nosotros?
No nos sorprenden que sean ventajeros, insolidarios y corruptos.
¿Alguien cree que desde la Megamechera para abajo, sólo Ginés González Coso sabía lo del vacunatorio vip? Sí, claro, van a negarlo. Pero todos lo sabían. Nosotros también lo sabemos.
Si ella, la santa venerada por todos estos beninunes quería cobrar dos millones de pesos por mes más un retroactivo de cien millones de plata nuestra ¿cómo nos va a sorprender que quieran también angurriarse las vacunas?
Son eso.
Los parias, sépanlo, un día dejan de serlo. Y ese día está cada vez más cerca.
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